Voy a empezar presentándome brevemente: me llamo Clara, tengo 21 años y estoy estudiando Enfermería. Soy del Hogar de la Madre, un grupo de la Iglesia que surgió en España y ahora está también por otros países.
Cuando conocí el Hogar, a los 11 años, me pusieron un vídeo en el que salía uno de los sacerdotes del Hogar (Siervos del Hogar de la Madre) dando su testimonio de conversión y explicando cómo, cuando empezó a acercarse más al Señor, un día se hizo la siguiente pregunta: ¿Creo que realmente Dios está presente en la Eucaristía? ¿Lo creo realmente? Y continuaba diciendo: pues si lo creo tengo que ir a Misa todos los días. Para mi oír eso fue experimentar muy fuerte que eso era una gran verdad.
Mi familia siempre ha sido creyente y de pequeña me han llevado a Misa todos los domingos y otras fiestas. Sin embargo, yo no había experimentado con esa claridad esto que en verdad es la locura de las locuras de amor. Un gran tesoro que tenemos los católicos, y que tantas veces olvidamos: ¡Jesús está realmente vivo en la Eucaristía y desde ahí nos quiere acompañar en este camino que es la vida!
Yo entendí en mi interior eso como algo muy claro, como cuando entiendes la explicación de una fórmula de matemáticas, de por qué esa fórmula es así y dices: ¡toma, halaaa, guau…! Lo que he descubierto… Pues para mí fue como eso, haber comprendido algo que era verdad y muy grande, sin embargo, ahí se quedó.
Los años pasaron, llegó la edad del pavo, pasaron los 15… Y cuando tenía 17 años me volvieron a poner en un encuentro de Semana Santa ese vídeo y, por lo tanto, volví a ver el testimonio. Entonces experimenté muy fuerte: ¿por qué si yo estaba entendiendo con tanta claridad que Dios, el mismo Dios estaba ahí en la Eucaristía, no estaba siendo coherente? ¿Por qué si entendía tan fuerte que Dios, el mismo Dios que me había creado, que tanto me amaba, que había muerto en la cruz por mí y estaba ahí esperándome; no estaba lleno a recibirle en la Santa Misa todos los días y cuando iba los domingo me lo tomaba muchas veces como un rollo…?
Entonces el Señor me quiso regalar esa iniciativa de intentar ir a Misa todos los días. Mirando ahora para atrás, puedo asegurar que fue el Señor quien me movió a ir, porque por mis fuerzas y voluntad no hubiera sido. Yo vivía en un pueblo pequeño donde la Misa era por las mañanas, así que, para poder ir a Misa me empecé a tener que quedar después de las clases (en el pueblo grande donde estudiaba), comer por ahí un bocata o algo, estudiar en la biblio y así poder ir a Misa de 7.
Lo recuerdo como un tiempo muy bonito, en el que el Señor me daba un achuchón muy grande cada día en la Misa. Con el tiempo esos “achuchones” han dejado de estar de forma tan sensible, pero porque el Señor quiere con eso guiar y hacer crecer nuestro corazón. Quiere hacernos pensar si vamos por el caramelillo o por Él. Un día un sacerdote me dijo que la vida espiritual no debe regirse por los sentimientos, sino por la voluntad. Y es que es verdad, ir a Misa solo los días que uno sienta más ganas de ir, sería como navegar según sople el viento.
Hay una película que a mí me ayudó a entender y vivir mejor la Misa, se llama El Gran Milagro. Os recomiendo que la veáis quienes no la hayáis visto.
Por último quisiera que, ya que has leído hasta aquí, al acabar de leer este párrafo hagas por dentro una pequeña oración pidiéndole al Señor que te regale comprender lo mucho que te quiere y las ganas con las que te espera todos los días en la Santa Misa. Un santo llamaba a la Eucaristía “el Pan que ceba leones”. Y es que, es verdad, en la Eucaristía debemos encontrar nuestra fortaleza para el camino. Pídele también a la Virgen María, nuestra Madre, que te ayude a ti y todos nosotros los jóvenes, a amar cada vez más a Jesús y que siempre que comulguemos lo recibamos con un corazón generoso y agradecido.
Colaboración de Clara V.