Guido Schaffer era un seminarista y médico entregado a los más necesitados y los enfermos, pero acompañaba su trabajo con otra vocación, la práctica del surf, su pasión cotidiana.
Así lo definen sus amigos: un chico de crucifijo, estetoscopio y tabla en mano. A primera vista parece algo raro, pero… ¿por qué no santo?
Guido cumple exactamente lo que decía el papa Juan Pablo II: «hacen falta santos de jeans, que muestren que nada es inalcanzable para la fe», y Guido era un joven con una fe enorme. Se puede decir así: nosotros creemos en Dios, pero él tenía certeza.
Él acostumbraba a decir que Jesucristo fue el primer surfista, porque caminó sobre las aguas, y lo decía muy serio a otros surfistas”. A los 24 años se licenció y empezó a ejercer como médico general, pero a su manera, atendiendo sin cobrar y siempre en la calle. A menudo se sacaba la camisa y se la daba a un pobre. Su madre se quedaba loca, porque le compraba ropa y él se quedaba sin nada. Decía: ‘la pobreza no puede esperar’.
Pero en el 2002 algo ocurrió. Su amigo Samir lo recuerda así: “Habíamos ido a la Jornada Mundial de la Juventud en Toronto. De allí Guido volvió distinto. Al poco tiempo, tomando una cerveza, me dijo que el papa le había mirado a los ojos. Yo le decía que a todos nos había mirado, allí estábamos cientos de miles y estábamos a quinientos metros del palco. Él insistía: ‘Me miró’. Poco después dejó a la novia que tenía e inició su camino al sacerdocio”.
Estando en el seminario cuentan sus amigos que evangelizaba a izquierda y derecha, a la élite de la ciudad y a los más necesitados. Y eso en Brasil difícilmente se consigue fuera de la playa, pues de siempre es el lugar donde las clases se disipan y todos se «igualan» con una toalla y bañador.
Actualmente, tras morir con 34 años, está en proceso de beatificación. Si él pudo, tu también. Plantéate ser santo, porque la santidad también es para ti.