He aquí la gran cuestión y el dilema que nos ocupa: ¿vivimos para morir? o ¿morimos para vivir? Podemos vivir tal y como el mundo nos propone, de aquí para allá, sin pensar, reflexionar o plantearnos por qué estamos aquí y a qué estamos llamados. Os aseguro que antes o después esta actitud lleva al vacío y soledad más absoluta. Es verdad que vivir así, sin pararse a pensar, vivir por vivir, da placer y gusta, nos gusta.
Pero… ¿y si hubiera algo o alguien tan maravilloso, que mereciese tanto la pena como para no vivir así? Alguien a quien no hayas visto tal vez en persona y que supera cualquier cuento de hadas.
Es Jesús, la respuesta a tus problemas, tu amigo siempre fiel, tu sanador y quien te conoce en tu intimidad, de corazón a corazón. ÉL merece la pena, supera cualquier placer o plan que puedas montar para pasar el rato.
Lo que diferencia a los cristianos, es que no viven para morir, sino que mueren (en esta vida), para vivir, para vivir cara a Jesús, encontrarse con ÉL, y estar con quien sabemos que nos ama.
Plantéate -seas o no católico- ¿para qué vives? ¿para qué estás aquí? ¿quién eres? Si te cuesta encontrar la respuesta, o no la encuentras, mira la cruz que te ayudará.