Pablo, mi vocación de sacerdote se la debo a San Juan Pablo II.

Experiencias, Testimonios

Me llamo Pablo, tengo 25 años, nací en Torrent (Valencia). Soy el 5º de una familia de
11 hermanos. Formo parte del Camino Neocatecumenal en la 3ª comunidad de la
parroquia de la Sagrada Familia de Torrent, la cuaresma pasada, proclamamos el Credo;
el Camino lo empecé en el año 2006 cuando tenía 13 años, llevo unos 12 años caminando. En el año 2000, mi familia y yo, partimos en misión a Costa Rica, teniendo 7 años, y
estuvimos unos 5 años en misión.

– Has contado que tus padres se ‘levantaron’ hace unos años para partir en misión con todos vosotros, concretamente estuvisteis unos años en Costa Rica ¿qué recuerdas de aquellos años lejos de tu casa, tu familia, amistades y de tu entorno, y para que te sirvió aquella experiencia?

Cuando partimos en misión yo tenía 7 años, por lo que al principio no era muy
consciente de aquello. Partimos como Familia en Misión por lo que nuestra misión era
evangelizar en las parroquias, con las catequesis e ir también de casa en casa
anunciando el Evangelio. Esta misión era más de mis padres, pero nuestro papel,
aunque en ese momento podíamos no ser conscientes, era muy importante: ser como
somos, ser niños en medio de una realidad concreta y de un barrio concreto. Es lo
mismo que podemos hacer en nuestras parroquias pero en otra parte del mundo.

Esta misión parece no hacer nada, pero hace muchísimo, porque a la gente le llamaba la
atención nuestra forma de vivir. Yo y mis hermanos éramos niños normales y hacíamos
cosas normales pero había ciertas cosas que los demás nunca habían visto. Yo siempre
recuerdo que los sábados por la tarde mis casa era un campo de guerra, para ducharnos
todos e ir bien vestidos a la Eucaristía, que esto para nosotros es algo súper normal, pero
la gente que vive a nuestro alrededor no lo entiende. Los domingos rezábamos laudes en
familia y cantábamos los salmos, por lo que el barrio nos escuchaba y se cuestionaban
acerca de lo que hacíamos. Muchas veces invitábamos a amigos a que vinieran a rezar
los domingos con nosotros o a comer. Se impresionaban que rezáramos los domingos y
que fuera todos juntos, que comiéramos todos juntos en familia y que rezáramos antes
de comer. Esa realidad que nosotros vivíamos era totalmente nuevo para ellos.

Una cosa que se me quedó grabada en la mente fue una cosa que me contó mi padre, yo
tendría 9 o 10 años. Mi padre trabaja en la curia de la diócesis de Puntarenas. Cuando
volvía del trabajo siempre pasaba con el coche, de camino a casa, por la cárcel y él
sentía celo por hacer las catequesis allí, de anunciar el Evangelio a los presos, pero
desestimaba la idea porque era una locura y se iba a encontrar muchos obstáculos. Y
una vez se decidió así fue. Se lo comentó al párroco y le pareció una locura, se lo
comentó al catequista itinerante y también le parecía una locura, se lo comentaron al
obispo y lo mismo, pero al final se dejaron llevar, vieron que era de Dios y permitieron
que se hicieran allí las catequesis, incluso el gerente o alcaide de la cárcel también le
parecía una locura pero al final las cosas de Dios, como las lleva Él, salen adelante. La
cosa es que consiguieron hacer las catequesis y hubo muchas historias increíbles que
pasaron pero si he de destacar una es la que ocurrió al final de las catequesis. Al final de
una catequización se hace una convivencia, normalmente te vas a un hotel, a una casa
de convivencias o a un convento, etc., pero claramente los presos no podían salir por lo
que se hizo allí. Días antes de la convivencia se le acerca un preso a mi padre y le
comunica que le van a dar la libertad, mi padre lo felicita, le da la enhorabuena, pero
pasaba algo: el preso quería hacer la convivencia pero le daban la libertad días antes de la convivencia. Esto me impactó muchísimo. Cómo un preso que llevaría no sé cuántos
años allí metido quería quedarse unos días más para poder hacer la convivencia.
Trataron de hablar con el alcaide o gerente de la cárcel pero creo que no fue posible.
Esta y otras muchas experiencias lo que hicieron fue, una vez ya crecí y tomé
conciencia de ello, que tomara conciencia de la importancia de la misión y lo necesitado
que está el mundo de Cristo, esto ha puesto en mí el deseo de misión, por ello luego
pude irme a un seminario Redemptoris Mater, e incluso aquí en el seminario diocesano
con mi vocación, tengo claro que mi vocación va en función de una misión y cuando me
alejo del origen de mi vocación es cuando ésta pierde sentido.

– ¿Cuál fue el origen de la llamada de tu vocación al sacerdocio?

Todo ocurrió con la beatificación de Juan Pablo II. Mi parroquia organizó un viaje para
ir Roma y participar de esta fiesta. Yo no quise ir. Había oído hablar muy bien de Juan
Pablo II y sé que fue el Papa que estuvo cuando yo nací hasta que murió en 2005, pero
yo pensaba que no tenía nada que ver con ese hombre así que en Roma no se me había
perdido nada.

Se fueron casi toda mi familia, en casa quedamos yo y mi hermano mayor. El sábado
después de la Eucaristía me voy a casa, ceno y, después de cenar, se pone en mi cabeza
la duda o la cuestión ¿Quién es Juan Pablo II? ¿Quién era este hombre, qué ha hecho,
porqué es tan aclamado? Así que me puse investigar sobre su vida. Busqué en internet
todo lo referente a Juan Pablo II. En un documental sobre su vida me llamó la atención
una cosa que dijo. Juan Pablo II, si no recuerdo mal, estaba en una sinagoga en Italia y
dijo una palabras que calaron en mí. No me acuerdo exactamente de las palabras pero
dijo algo como que las religiones monoteístas debían de dar a conocer a Dios al mundo
porque hay gente en el mundo que no conoce a Dios. Este “hay gente en el mundo que
no conoce a Dios” fue lo que me marcó y en ese momento pasó por mi cabeza la idea de
ser sacerdote.

Para entender esto hay que entender un poco mi historia. Cuando volví de Costa Rica
era un adolescente y hacía lo que muchos adolescentes hacían: fumar tabaco, beber e
incluso fumar porros. Estaba en una parte de mis historia en el que no entendía muchas
cosas de mi vida, mi historia, mi familia y como refugio me refugiaba en los amigos, en
el fumar porros, beber etc. Gracias a Dios y a mi comunidad Neocatecumenal pude
dejar este mundo, pero aun así no tenía motivos para creer. Es verdad que yo he visto a
Dios en la historia de mi familia como transcurrió la misión que fue con muchas
dificultades pero nunca nos faltó de nada.

Entonces volviendo al momento en el que estaba en el vídeo. Ese momento marca un
antes y un después en mi vida. No es que no creyera en Dios en ese momento pero
necesitaba pruebas para tener mi propia fe. Un niño, al que se le trasmite la fe vive de la
fe de sus padres y es la base de la suya, pero necesita pasar a tener sus propios motivos,
sus propias experiencias. Entonces me encuentro con que en mi cabeza, después de esto,
pasa la idea de ser sacerdote; no sé por qué, simplemente pasó. Yo me puse nervioso
porque no lo quería. No es la primera vez que me planteaba lo de ser sacerdote pero
antes por miedo a lo que pensarían de mi dejaba la idea de lado.

Bueno yo en ese momento no sabía que pensar. No dije nada hasta el lunes que llegó mi
familia de Roma. Reuní a mis padres y le conté lo que me pasó el sábado por la noche.
Mi madre empezó a llorar, yo pensaba ¡hombre tampoco es para tanto! Y mi madre me
dijo: ¡es lo que le he pedido a Juan Pablo II! Mi parroquia tiene costumbre de en un
momento dado de cualquier peregrinación entrar a un templo significativo y rezar allí y
ofrecerle al santo o virgen del lugar una intención particular y no sólo eso sino escribirla
y dejarla por alguna parte de la Iglesia, y mi madre le pidió a Juan Pablo II un hijo
sacerdote y parece ser que se lo está concediendo.

rbt

– Tras una experiencia en un Seminario misionero Redemptoris Mater entraste en el Seminario de tu diócesis, ¿cómo estás viviendo estos años de formación dentro del Seminario de la diócesis?

Con mucha alegría. Cuando dejé el Redemptoris Mater estuve un año de discernimiento
en casa y al final hablé con mi párroco y miramos la posibilidad de continuar aquí en
Valencia y si soy sincero entré por probar a ver si el Señor me seguía llamando al
sacerdocio y entré para un año y ¡ya voy por el tercero! Si miro atrás y la experiencia de
estos años en el diocesano solo me sale decir que el Señor es grande y misericordioso.
El otro día nos dieron una charla increíble sobre el discernimiento y el sacerdote nos
decía: “Cuando un chico pide entrar a un seminario lo que se busca en él no es que esté
capacitado para ordenarse al día siguiente, sino que tenga capacidades, se buscan
capacidades. Que sea capaz con la ayuda de Dios, a través de los formadores y el
director espiritual, de ir superando obstáculos”. Esto me encantó porque resume el
tiempo que he vivido del seminario: un tiempo de combate, de superación, de
aprendizaje, incluso de llegar a conocer tus límites y reconocer que eres capaz de unas
cosas y de otras no, de reconocerte débil y necesitado y pedir ayuda. Y además yo tengo
otra gracia que me ha concedido el Señor: que es tener una comunidad de fe que es mi
comunidad Neocatecumenal. Una comunidad que desde que surgió la vocación se ha
ido alimentando todas las semanas de palabra, eucaristía y convivencia, ahí también he
aprendido a conocerme y a confirmar a aquello que el Señor había puesto en mi corazón
que es la vocación, que antes no quería y ahora la tengo como un tesoro.

Por la vida del seminario me es imposible acudir a ciertas celebraciones pues mi misión
hoy pasa por estar aquí. No puedo acudir a las celebraciones de la palabra, porque son
entre semana; pero los fines de semana aprovecho para acudir a la Eucaristía con mi
comunidad y cuando hay convivencia acudo, al igual que a la convivencias de
transmisión o los pasos. Para mí la comunidad es un lugar de consuelo, un lugar donde
puedo ser yo, un lugar donde hay unos hermanos, de diferentes edades, que me conocen
y yo los conozco a ellos, donde en momentos de necesidad pedir que recen por ti o si
llega a ser necesario llamar a la verdad, pues pasa que hay momentos en los que no
hemos actuado o no actuamos bien y necesitamos, o por lo menos yo, que alguien te
llama a la verdad. Y esto solo es posible en una comunidad, y en una comunidad en que
los hermanos se conozcan. Ahí es donde siento a Dios y donde ha crecido y sigue
creciendo mi fe, no sólo al ver las maravillas que el Señor hace en mi historia sino
también en la de los hermanos.

– Has indicado que perteneces a una comunidad Neocatecumenal donde vives la fe y viendo que actualmente muchas de las vocaciones a la vida consagrada provienen de nuevos movimientos y realidades eclesiales ¿Qué te aporta el Camino Neocatecumenal a tu formación para ser presbítero y como vives con otros seminaristas que pertenecen a otras realidades?

El Camino Neocatecumenal, en concreto en mi comunidad, me ayuda no solo a madurar
mi fe sino a tener una comunidad de fe de referencia en la que yo pueda vivir y expresar
mi fe. Como ya dije antes, es también un lugar de consuelo donde expresar mis
preocupaciones y problemas y ser ayudado o a lo mejor con tu experiencia de fe en los
acontecimientos concretos de tu historia ayudas a otro hermano.

Todo cristiano necesita una comunidad o lugar de referencia, necesita un lugar donde
ser libre. Esta comunidad de referencia para mí es mi comunidad Neocatecumenal. La
comunidad del seminario es propiamente una comunidad donde vives también la fe en
comunidad y yo personalmente he tenido encuentros profundos con el Señor y con mis
hermanos seminaristas, pero es una comunidad formativa ¿qué quiere decir? Que tiene
un principio y un fin y necesito de un sitio fijo donde vivir mi fe siendo yo. En mi
comunidad Neocatecumenal encuentro el origen de mi vocación que es la misión, al
igual que las comunidades que vivimos en función de la misión que es anunciar el
Evangelio. El otro día se nos decía en el seminario: “en el Id y anunciad está nuestra
salvación” y “La cruz es la garantía del éxito de la evangelización”. Esta es mi experiencia y lo que ayuda en mi vocación el Camino Neocatecumenal: a cargar con mi cruz, con mis heridas, mi pecado, y mostrarlo al mundo y al igual que las “heridas de Cristo nos han curado” (Is 53, 5), las mías pueden curar a otros; entonces la cruz ya no es solo dolor y sufrimiento sino salvación y vida para mí y para el otro; y que mi vida está en función de una misión.

– Vivimos una auténtica crisis vocacional en la Iglesia, especialmente en Europa. En las encuestas de sociedad en España, después de los políticos, los sacerdotes son los que tiene peor valoración ¿Cuáles crees que pueden ser los motivos de esta sequía vocacional y cómo os forman en el Seminario para ser sacerdotes en este tiempo difícil que nos ha tocado vivir?

Hay un miedo terrible a comprometerse, a estar “atado” a algo. Esta crisis no pasa sólo
en el ámbito eclesiástico sino también en los laicos que no se comprometen a vivir
juntos para siempre. ¿A qué creo yo que se debe esto? A la sociedad hedonista y
consumista en la que vivimos. La sociedad vive para sí misma y en función del placer;
todo aquello que me produce placer es bueno y todo aquello que no lo rechazo. Huyen
de la palabra “sufrimiento” y “muerte” (muerte del ser) y todo lo que tenga que ver con
ellas. Todo ello ha producido a que haya también una crisis de identidad en el hombre, y
cómo no sé quién soy me invento yo quien soy, pues soy yo quien me interpreto la
historia y la hago a mi forma de ver sin tener en cuenta nada más. Luego el consumismo
que vivimos nos hace vivir alienados y que no aceptemos nuestra vida, pues en la
televisión o en cualquier publicidad están constantemente recordándote el coche que no
tienes, la ropa que no tienes, el móvil que no tienes, la mujer que no tienes, etc.

Ante esto, ya no sólo la Iglesia sino el mundo entero, necesita gente capaz de demostrar
que es posible vivir, no para sí mismo, sino para lo demás, porque el centro de su vida
no es él, es el otro, la misión, es Cristo en el hermano. Gente que se acepta a sí misma pues ha descubierto que ha sido creado de una manera perfecta y particular, pues así ha pensado Dios que fueras y así es como Él está orgulloso de ti. Gente que se compromete a amarse de por vida en el matrimonio, gente que se compromete a amar a su esposa la Iglesia (los sacerdotes). Gente que muestre lo que hacemos en la Eucaristía, gente que haga de su vida una Eucaristía, pues es eso lo que nos recuerda Jesús en cada Eucaristía. Jesús con su ejemplo nos mostró el camino a seguir: vivir la Eucaristía para hacer Eucaristía.

Por ello en el seminario tenemos mucha formación, pero sinceramente la formación que
más me llama la atención y con la que se puede combatir esto es la formación humana
que es muy simple y a la vez tan grande. Tener un orden de vida, cumplir con tu horario
y tus obligaciones, cosa que este mundo rechaza, pues ahí reside tu santidad en hacer lo
que te toca, lo que debes hacer, pues todo está en función de una misión y con ello eres
feliz. “Y por ellos me santifico a mí mismo, para que ellos también sean santificados en
la verdad” (Jn 17, 19). Al hacer mi trabajo hago mi misión y haciendo mi misión me
santifico yo y la gente a la que el Señor me ha puesto y me pondrá a lo largo de mi
camino. Y la misión del seminarista pasa por cumplir sus obligaciones, rezar y estudiar,
pues esa es su misión y su forma de entrega al Señor hoy y cada día. Esto es muy fácil
decirlo pero la realidad es que somos unos pobrecillos que venimos del mundo y
chocamos con otra realidad distinta a la del mundo. Esto también es muy importante
porque en el darnos cuenta de que somos unos pobrecillos nos hace más humildes y nos
hace salir de nosotros mismos y reconocer que estamos limitados, y nos hace pedir
ayuda; esto nos hace socializarnos, vivir con los demás y con la ayuda de los demás:
esto nos ayuda a vivir para los demás.

rbt

– S. Juan XXIII en la carta Humane Salutis mediante la que convocaba el Concilio
Vaticano II indicada que a la Iglesia ‘le esperaban tiempos como en las épocas más trágicas de su historia’ y S. Juan Pablo II indicaba proféticamente en el Simposio de Obispos de Europa de 1985 que había que volver al ‘primerísimo modelo apostólico, el del cenáculo’ viendo la secularización y la apostasía que ya se advertía en Europa. Es evidente que la fe que han vivido nuestros abuelos no tendrá nada que ver con la que vivirán nuestros nietos. Sinceramente, y haciendo un salto de varias décadas mirando al futuro ¿cómo ves la Iglesia dentro de 40 o 50 años?

Mártir y misionera. Una Iglesia que tiene que mostrar el amor de Dios al mundo, y esto
es posible porque lo han experimentado antes en sus vidas. Puede ser que estemos en
tiempo de crisis y queramos ver que será del futuro de la Iglesia, pero ¿cuándo la Iglesia
no ha estado en crisis? Siempre ha estado atacada por todos lados y ¿ha caído acaso?
Para nada, porque Cristo va siempre por delante (Mt 28, 20). El demonio sabe hacer
muy bien su trabajo. ¿Queremos una Iglesia fecunda en el futuro? Hagamos entonces
nuestro trabajo que es entregarnos sin miedo.

Ayer el Señor me concedió una palabra maravillosa que me animó muchísimo.
Escrutando la Palabra, uno de los paralelos me llamó la atención: “Después que Juan
fuese entregado, marchó Jesús a Galilea; y proclamaba la Buena Nueva de Dios.” (Mc
1, 14). Jesús, aun sabiendo que Juan había sido apresado por decir la verdad, no tuvo
miedo, siguió adelante, se fue a anunciar la Buena Nueva. Con esta esperanza es la que debemos seguir sin tener miedo pues Cristo va siempre por delante y si alguna vez pecamos de ir nosotros por delante el Evangelio nos llamará a la verdad: “Pero Él se volvió y, mirando a los discípulos, increpó a Pedro: ¡Ponte detrás de mí, Satanás!!Tú piensas como los hombres, no como Dios!” (Mc 8, 33).

Si queremos una Iglesia rica y fecunda, digo esto y no cuantitativa, necesitamos seguir
haciendo lo que el Señor nos mandó, entregarnos, amar al enemigo, enseñar lo que es
verdaderamente amar, que es negarse a sí mismo, entregarte a los demás y ganar así la
vida eterna: “Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su
cruz y me siga. Porque, quien quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su
vida por mí y por el Evangelio, la salvará.” (Mc 8, 34s).

Entrevista de Jacob Bellido.