No somos dueños uno del otro

Amor, Matrimonio, Noviazgo

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En las relaciones humanas, especialmente las amorosas, hay una línea delgada y, a menudo, confusa entre poseer y pertenecer. A primera vista, ambas palabras pueden parecer similares. Pues, ambas hablan de vínculo: de cercanía. Incluso, de una especie de unión.

Sin embargo, la realidad espiritual y emocional que encierran es diametralmente opuesta. Lo entendemos con mayor claridad cuando nos acercamos a la Palabra de Dios, especialmente, al Cantar de los Cantares, y a la Teología del Cuerpo de San Juan Pablo II.

Posesión: el espejismo del amor

Etimológicamente, la palabra “posesión” proviene del latín possessio, que implica tener algo con la intención de retenerlo para uno mismo. En el contexto de una relación, esto se puede manifestar con signos de control, miedo, dependencia emocional y celos.

La posesión, entonces, se vive desde la inseguridad y el egoísmo. Si no te controlo, te pierdo y eres mío para mi beneficio, para no estar solo. Aunque no siempre somos muy conscientes de eso, creemos que es un amor muy fuerte o real.

Desde la antropología cristiana, esta forma de vincularse deshumaniza al otro, reduciéndolo a objeto, a extensión de uno mismo. San Juan Pablo II advierte que el pecado ha introducido en el corazón humano una tendencia a utilizar al otro como medio de satisfacción personal, en vez de reconocerlo como un don.

Por tanto, la posesión no ama. La posesión absorbe.

Pertenencia: la lógica del don.

Por el contrario, la palabra “pertenecer” proviene del latín pertinere, que sugiere estar íntimamente ligado a algo o alguien, no por fuerza o propiedad, sino por conexión y elección libre. En este sentido, el amor que pertenece no retiene. El amor que pertenece se entrega.

Así, este amor es una pertenencia que no niega la individualidad, sino que la potencia. Conduce a decirle al otro “estoy contigo porque te elijo y nos complementamos desde el amor”.

Aquí es donde brilla el Cantar de los Cantares, una joya poética que narra el amor esponsal desde una lógica divina. En 6:3 leemos: “mi amado es para mí y yo soy para mi amado”. La palabra de oro aquí es “para”. Pues el “para” habla de entrega, de regalo, de dar.

Este es un versículo que no habla de posesión, sino de una mutua donación libre. Nadie se apropia del otro, pero ambos se pertenecen desde la elección y la entrega. No se trata de una cadena, sino de un lazo.

Así, dicho versículo ha sido interpretado por San Juan Pablo II como símbolo del amor esponsal entre Cristo y la Iglesia y estamos llamados a amarnos igual. En la Teología del Cuerpo, el Papa profundiza como el cuerpo humano mismo en su masculinidad y feminidad está hecho para la comunión, no para la dominación.

¿Cómo es, entonces, el amor verdadero?

El amor verdadero es una alianza, no una conquista. Del “tengo miedo a perderte” pasa al “me entrego libremente”. La gran diferencia entre posesión y pertenencia es que una nace del miedo, la otra, del amor. Una necesita controlar; la otra confía. En la posesión hay celos y manipulación; en la pertenencia hay libertad y compromiso.

El amor maduro y cristiano no se basa en cadenas, sino en una entrega recíproca. La persona humana está hecha para ser don. Solo cuando se dona, se encuentra a sí misma y su misión.

La pertenencia, en este sentido, es profundamente teológica. Pues, refleja la dinámica trinitaria de donación mutua, de comunión en la diferencia.

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Amar no es poseer. Amar es pertenecer. Pertenecer, en clave cristiana, es vivir una alianza libre, reciproca y fecunda, como la del Amado y la Amada del Cantar de los Cantares. Solo en ese espacio de libertad y entrega mutua puede florecer el amor autentico, ese que no teme, no controla, no exige… sino que se ofrece cada día como don.

Isabel Cuen para Ama Fuerte