¿Deseas ser amado? Antes haz buenos amigos

Amor, Noviazgo

Sin Autor

“¿Qué consuelo mejor hallamos, entre las agitaciones y adversidades de la sociedad humana, que la confianza sincera y el mutuo amor de los buenos y auténticos amigos?”

(San Agustín, “La Ciudad de Dios”)

Personalmente, los amigos son para mí una novedad. Tras vivir la mayor parte de mi niñez en un contexto de mudanzas y hogares diferentes, hasta hace doce años nunca había podido echar raíces en ningún lugar, ni forjar amistades duraderas.

No conozco, por ejemplo, aquello que suelen llamar “amigos de la infancia”. No digo esto en son de lamento, sino para expresar el valor particular que esta cuestión tiene en mi vida como un reciente descubrimiento y que, incluso hasta hoy, sigo descubriendo.

Motivados por un sentimiento de justicia, hoy haremos un modesto homenaje a la amistad. Más específicamente, honraremos a los buenos amigos, pues considero que antes de una relación amorosa, lo fundamental es primero hacer buenos amigos.

En ellos uno se autodescubre y aprende a través del otro la correcta forma de relacionarse y la recta forma de amar. Por eso, cuando uno está soltero, es necesario saber rodearse de buenas amistades.

El hombre necesita amigos

“Sin amigos nadie querría vivir, aunque poseyese todos los demás bienes” (Aristóteles, Ética a Nicómaco VIII, 3 1155a).

En efecto, la amistad es fundamental para una vida dichosa. El ser humano tiende, naturalmente, a la convivencia. Con amigos, esa tendencia es satisfecha a través de la reciprocidad, el diálogo, y el aprendizaje.

En la soltería, estos lazos adquieren un valor especial: antes de estar en pareja, el vínculo amistoso se convierte en formador de afectos. La relación con nuestros amigos, instantáneamente, nos enseña a ejercitar la benevolencia, que es pilar de todo vínculo.

De hecho, la formación del noviazgo debe incluir la consolidación de una afinidad amistosa. En ese sentido, antes de estar en pareja, es importante primero saber hacer amigos.

Por otro lado, siendo soltero los amigos se convierten en nuestros confidentes y consejeros. Hasta que llegue esa persona, ellos van a ser el refugio seguro de nuestros secretos, inquietudes o anhelos. De ahí la importancia de elegir sabiamente nuestras amistades.

El hombre necesita buenos amigos

“Son amigos los que tienen los mismos sentimientos y viven igualmente una vida virtuosa” (op. cit., VIII, 5, 1156b).

Aristóteles distingue tres clases de amigos. Algunos de ellos, los tenemos por utilidad: compañeros de trabajo, de estudios o de negocios. Otros, están por una cuestión de placer y son lazos que se basan en compartir diversiones o simplemente porque nos hacen reír.

No está mal que tengamos estos vínculos y que, en la vida social, son importantes e incluso natural que se den. El problema es que no son amistades sólidas, y se irán perdiendo con el tiempo. Nunca podrán llenarnos plenamente.

¿Dónde hallamos amigos verdaderos? El filósofo explica que entre amigos existe una reciprocidad entre lo que se ama.

Los que se aman por utilidad, se amarán en cuanto ofrezcan algo útil para el otro. Los que aman el placer, se amarán en la medida que sea placentera su amistad. Sin embargo, los que aman el bien y la virtud, forjan su amistad en la benevolencia y en cuanto que desean el bien del otro.

Esta última clase de amistad es la fuente de los buenos amigos. Mi amigo ha de desear mi bien y yo, el de mi amigo, fundando así un trato en donde ambos nos sostenemos mutuamente, al punto de compartir una misma alma.

El hombre necesita amistades perfectas
“Nadie puede ser verdaderamente amigo del hombre si no lo es primero de la Verdad misma” (S. Agustín, Carta 155).

Si hay alguien que puede enseñarnos más al respecto, es San Agustín de Hipona. San Agustín pasó treinta y tres años de su vida en busca del más perfecto de los Amigos.

Que el amigo quiera mi bien, es motivo de alegría. Tener la virtud como un mismo propósito es un regalo y algo que no se encuentra en todos lados. Así, Agustín nos explica que una buena amistad no necesariamente es una amistad plena.

Junto con lo dicho anteriormente, la amistad se perfecciona cuando se busca no solo el bien, sino el Mayor Bien del otro. Ese mayor bien que el hombre puede buscar -y que puede desear para los otros hombres- es Dios.

Así pues, dice el Doctor de Hipona, la amistad entre dos almas cristianas es la más profunda que podamos encontrar. Este es un vínculo fundado en Dios y en el anhelo de Dios. El que quiere amar a Cristo, busca amar como Cristo.

Eso no significa que las otras amistades no valgan. Particularmente, tengo amigos con quienes no compartimos la fe y hemos llegado a ser grandes amigos en las cosas humanas. No obstante, sé que hay inquietudes que no comprenderán y respuestas que no me darán, aunque, obviamente, espero que un día podamos compartirlas.

Terminamos recordando las siguientes palabras del Doctor de Hipona: “así existía entre nosotros un benévolo y afectuoso acuerdo sobre las cosas humanas. Pero ¿cómo podré explicar ahora con palabras cuánto gozo contigo, pues aquel a quien durante tanto tiempo tuve por amigo es ya verdadero amigo? Ahora se ha agregado el acuerdo en las cosas divinas. Conmigo llevabas la vida temporal con agradabilísima benignidad, pero ahora has comenzado a vivir conmigo en la esperanza de la vida eterna” (Carta 258).

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En conclusión, ya nos han dicho que la soltería es un tiempo de preparación. Sin embargo, eso no implica una absoluta soledad. Al contrario, el amor es algo que aprendemos en el trato con el otro. ¿Dónde aprenderé a amar realmente, sino en el amor hacia los amigos?

Puede que “esa persona” llegue. O puede que haya otros planes para nosotros, no lo sabemos. Si de algo estoy seguro, es que Dios quiere que hagamos amigos. A tal punto que hasta Él mismo quiso tenerlos: “Ya no los llamo servidores; yo los llamo amigos” (Juan 15, 15).

Juani Rodríguez en Ama fuerte