Sing Street (2016), de John Carney, es ese tipo de película que te dan ganas de volver a tener 16 años y montar una banda con tus amigos. Cuenta la historia de Conor, un adolescente atrapado entre problemas familiares y un colegio algo hostil, que encuentra en la música y en sus amigos una forma de ser libre. Ambientada en el Dublín ochentero, entre riffs prestados de Duran Duran y sueños de fuga, nos regala una historia de amor, de rebeldía creativa y crecimiento personal que suena tan bien como se siente.
Conor, su protagonista, es un joven inconformista que, como tantos adolescentes, busca su camino y propósito en el mundo. La historia comienza con él sin tener del todo claro quién es, pero sí sabiendo quién no quiere ser. Rechaza la rutina gris de sus padres, que ya ni siquiera se miran, y ese colegio que parece castigar más que educa. La película es una invitación a arriesgarse por amor, a descubrirse a uno mismo, y a perder el miedo a mostrarse al mundo como uno es. Y en ese acto impulsivo nace una identidad, una voz, una dirección.
La figura de su hermano Brendan es clave. Tiene una vibra bohemia, una mezcla de sabiduría autodidacta y tristeza serena, como si viviera atrapado entre los restos de los sueños que no pudo cumplir, pero decidido a que su hermano no herede la misma resignación. No solo le da discos y consejos, es el faro desde el que se proyecta la posibilidad de una vida distinta, una que no se recibe hecha, sino que se escoge. En uno de los momentos más entrañables, le dice: “Tu problema no es que no sepas lo que quieres. Es que tienes miedo de conseguirlo.” Y con eso no solo le ofrece apoyo, sino una claridad que rara vez llega tan temprano en la vida. Brendan, desde su propio encierro, le da a Conor el valor de abrir la puerta.
La relación entre Conor y Raphina nace de la admiración y del impulso de impresionar a alguien aparentemente inalcanzable, pero que crece en capas, como las canciones que él va escribiendo. Al principio, Conor compone para llamar su atención, pero pronto empieza a hacerlo para entender como se siente ella. Cada tema que canta es un pedazo de su evolución emocional, una forma de decir lo que todavía no se atreve a nombrar.
Raphina, por su parte, también se va despojando de su fachada de chica misteriosa y segura, mostrando sus heridas y un deseo compartido de escapar. Juntos se reconocen como dos almas atrapadas que, más que enamorarse, se eligen como compañeros de fuga. Y en sus canciones como Drive It Like You Stole It o To Find You no hay solo amor, hay un mapa hacia un lugar mejor, uno donde puedan ser quienes realmente son.
Uno de los momentos más simbólicos de Sing Street es el enfrentamiento de Conor con las figuras que representan la autoridad opresora: el abusón y el rígido director. Ambos encarnan un mundo que reprime, que impone normas sin razón y que castiga lo diferente. En lugar de responder con violencia, Conor encuentra en la creatividad su forma de rebelión. “Solo tienes el poder de detener cosas, pero no de crearlas”, le dice al matón, con una serenidad que desarma. Esa frase resume el corazón de la película: la diferencia entre quienes destruyen y quienes se atreven a imaginar algo nuevo. Brown Shoes, la canción que dedicó al director, no es solo una burla afilada, sino un manifiesto contra la rigidez, contra la mediocridad que se disfraza de autoridad. Al cantar, al mirar de frente a quienes querían doblegarlo, Conor se desprende del miedo. Y una vez que uno se libra del miedo, ya no hay vuelta atrás.
Sing Street no solo se disfruta por sus canciones pegadizas o su estética ochentera, se recuerda porque te da ganas de soñar, de crear, de cambiar tu destino. Porque te dice que no hay edad para empezar a ser quien realmente quieres ser. Y por eso, es una película que hay que ver al menos una vez en la vida.
José Carcelén Gómez
Ficha técnica:
Título original: Sing Street: Este es tu momento
Año: 2016
Dirección: John Carney
Reparto: Lucy Boynton, Maria Doyle Kennedy, Aidan Gillen, Jack Reynor, Kelly Thornton y Ferdia Walsh-Peelo