47 días en la vida de un cristiano

Cuaresma

Sin Autor

Sergio Montón Latorre
@Smonton_10

Cuaresma…, una palabra cuyo significado cada vez entienden menos jóvenes. Para los católicos es un tiempo importante, los 40 días anteriores al momento que cambió la Historia de la Humanidad, al momento que dio sentido a nuestra fe, al momento del triunfo de la Vida sobre la muerte, al momento del triunfo de Cristo.

Pero no podemos contemplar la Resurrección de Cristo sin contemplar antes su Pasión, y para prepararnos para esos días, tenemos los cuarenta días de Cuaresma, ahora bien ¿cómo vivir la Cuaresma? Es un momento del año ideal para reflexionar, para encontrarnos con el prójimo, para el perdón y la reconciliación. Esta preparación, tiempo de penitencia, debe ir acompañada de ciertos sacrificios, exteriores e interiores. Uno de estos es el ayuno, entiendo que referido no sólo a la comida, sino al “ayuno” de otros tipos de alimento que, a menudo, se nos hacen más indispensables que la comida y de los que, sin embargo, tanto nos cuesta desprendernos.

Planteémonos una restricción en el uso del teléfono móvil, de las redes sociales, de la televisión, sin lugar a dudas para nosotros, los jóvenes, será más duro y también más beneficioso para nuestra alma que el simple ayuno de comida. Es curioso cómo en la universidad, en las conversaciones con algunos amigos, estos esbozan una mueca de extrañeza cuando no de abierto desprecio al planteamiento cristiano de abstenerse de comer carne los viernes de Cuaresma y de ayuno el miércoles de Ceniza y el Viernes Santo, sin que observemos esas mismas sonrisas displicentes cuando se nos habla de dietas milagro, ayuno intermitente y demás muestras de modelar nuestro cuerpo, siempre nuestro cuerpo…, ¿para cuándo acordarnos que es más importante modelar nuestra alma que, al contrario que el cuerpo, es inmortal?

Pasada la Cuaresma, entramos en la “semana grande” del cristianismo, la Semana Santa. Días intensos, días en los que ahondar en el misterio del hombre, en el paso del “triunfo” en Ramos al “fracaso” a los ojos del mundo en el Gólgota. Entre ambos hechos, la donación del regalo más grande que nos pudo entregar Jesucristo, su propio Cuerpo y Sangre en la Eucaristía.

Vivamos estos días contemplando a Nuestro Señor, herido de pies a cabeza por amor nuestro, por redimir nuestros pecados, vayamos con El un ratito a Getsemaní para velar en su compañía y acompañarlo en su agonía. Sigamos a la Virgen camino del Calvario, ofreciéndole nuestro cariño de hijos, seamos nuevos Cirineos de Cristo, contemplemos junto a Juan cómo nos regala a su Bien más preciado, su propia Madre, ayudemos a José de Arimatea a preparar la tumba que por, tres días, acogerá la muerte para luego ser testigo por los siglos de la Verdadera Vida.