Fernando Gallego

Jesús, el eternamente joven, tiene y lo hace, cuidar especialmente a su esposa: la Iglesia.

La Iglesia que, como Jesús, es joven en algunos lugares, muestra algunos síntomas de envejecimiento cuando en sus iglesias en vez de brillar la lozanía de su juventud se aprecian las arrugas de la vejez.

Un síntoma de envejecimiento es la edad del censo de población que pueden acudir a algunas parroquias de la ya vieja Europa. Es verdad que Europa sufre, en sí misma, una crisis en su población y por consiguiente la Iglesia padece sus consecuencias, pero también es verdad que muchas de las parroquias acrecientan ese fenómeno de envejecimiento que se ve en la sociedad civil.

¿Qué hacer? Lo primero es suplicar al Esposo que cuide a su esposa. Es decir, hoy la vieja Europa ha dejado de rezar de verdad porque la oración supone compromiso y lealtad. En los siglos en los que se apreciaba la juventud de la iglesia europea se trasparentaba en iniciativas apostólicas y pastorales en casi todos los países. Además, en muchos de ellos, aparecían grandes santos que con su palabra y vida eran ejemplo para sus iguales.

Hoy la enfermedad de la Iglesia es no tener verdaderos santos que circulen por las calles y esos santos aparecen cuando realmente rezan.