Afectividad y corazón

Amor, Catequesis

Sin Autor

Por María José Calvo

Qué importante es cuidar la afectividad y el corazón. Somos personas con cabeza y corazón, creadas para amar: el mayor anhelo humano. Y es precisamente eso lo que nos hace auténticamente felices…

Hemos sido diseñados inteligentes y libres, con capacidad de pensar, de acometer retos, incluso de hacer algo heroico pensando en otras personas. Es decir, ¡personas humanas! Lo más perfecto que existe en la naturaleza. Pero esa capacidad de amar necesita una maduración y un entrenamiento. Y referentes que muestren con su vida coherente que es posible quererse en el día a día. Seamos uno de ellos…

1) Maduración cerebral 

En la etapa de la adolescencia hay mucha inestabilidad afectiva. El sistema límbico, estrato anatómico fundamental de la afectividad, sobre todo la amígdala, está a tope por su desarrollo hormonal. Está hiperfuncionante, en proceso de cambio y maduración. De ahí el gusto por las emociones fuertes, por el riesgo, por lo impulsivo, porque en ese momento se valora mucho la recompensa emocional que esas actividades producen.

En cambio, otra zona del cerebro, fundamental en el comportamiento humano, prácticamente no ha madurado: en concreto la corteza prefrontal. Es lo último en madurar por su complejidad, base del pensamiento abstracto, el control de impulsos, la toma de decisiones, la planificación y resolución de problemas…

En esta etapa las emociones se viven “a máximo volumen”, por así decirlo, sin un buen control que racionalice las vivencias. Y se puede estar muy efusivos en un instante, y en otro hundirse en el más profundo abismo por algo aparentemente insignificante. Hay mucha labilidad emocional e inseguridad por todos estos cambios.

Pero poco a poco el cerebro adolescente va madurando…, también por los intentos de tomar el control emocional y de procurar poner pensamiento antes de actuar…, de ir aprendiendo a retrasar compensaciones, de fortalecer la voluntad con pequeños objetivos, de no reaccionar solo por impulsos… etc.

Madurar significa tener metas y retos a más largo plazo, apuntando a ideales nobles que nos tornan más dichosos. No depender de gratificaciones instantáneas y emociones instantáneas… que nos hacen «adictos emocionales», y no ayudan a tener fortaleza en la voluntad ni objetivos valiosos. Porque todos aspiramos a ser felices, pero hay que saber por dónde puede estar esa felicidad.

2) Felicidad

Como expresa S. Kierkegaard, «la puerta de la felicidad no se abre hacia dentro”: quien se empeña en tirar solo consigue cerrarla con más fuerza; «la puerta de la felicidad se abre hacia fuera», hacia los otros…

La felicidad más bien es consecuencia de pensar en los demás, más que en uno mismo. Y a veces exige un sacrificio «gustoso» por quienes nos rodean.

Las metas valiosas requieren lucha y esfuerzo, pero se disfruta de ellas. Es como la subida a una cima, que cuesta, pero si uno sube con amigos, se disfruta mucho del camino y de su coronación.

Y el gran psiquiatra Viktor Frankl, con su dura experiencia pero llena de dignidad personal, nos da ideas muy certeras sobre la felicidad, también en esos momentos tan duros, despojado de todo, en los que se ponen a prueba todas las creencias. Nos dice:

«La felicidad es como una mariposa:
cuanto más la persigues, más huye.
Pero si vuelves la atención hacia otras cosas,
ella viene y suavemente se posa sobre tu hombro»…

3) Afectividad

La afectividad es propia de la persona, los sentimientos y afectos nos «llenan» y ayudan a querer: aumentan la capacidad de amar porque hacen experimentar la dicha de hacer felices a los demás. ¡Esa es la clave!

Para ello es necesario entrenarse en pequeñas cosas, hábitos y virtudes que veremos, muy relacionados con la afectividad, que dan facilidad para obrar en esa dirección…

4) Silencio interior: conocerse 

Por eso qué importante es cultivar la propia interioridad. Hacer «islas de silencio» en el interior para pensar, conocerse, ver qué sentimientos se tienen, qué pensamientos, ilusiones y metas. Aprender a reflexionar.

Conocerse y conocer a los demás, sobre todo en las mejores actuaciones. Porque en lo bueno hay que poner intencionalidad y esfuerzo, y las cualidades cultivadas. Lo más mediocre sale «solo» con dejarse llevar.

También silencio para descubrir talentos, partiendo de las cualidades de cada uno, de sus gustos y anhelos… Así conquistar un carácter y una personalidad con belleza interior. Y construir en esa dirección: desde todo lo bueno.

También silencio para pensar con calma cómo actuar, cómo responder a un estímulo…

Actuar en base a principios hondos que no pasen con el tiempo y las modas. No tanto según sople el viento de las emociones…, que van y vienen, y por donde quieren. Ver si uno se puede dejar llevar de determinados sentimientos y emociones, porque lleven a expresar cariño, a construir relaciones, a mostrar gratitud, perdón…; o, por el contrario hay que controlar, con voluntad entrenada, porque no sea el modo, el momento, o la persona adecuada… para expresarlo. O simplemente por ser emociones que no ayudan, ni nos mejoran como personas.

Pensar con calma sobre las emociones para manejarlas bien, aprovechando la fuerza de las que nos ayudan, en la dirección que queremos. Esto da autodominio y señorío personal.

Y es bueno profundizar en los motivos, ir a las raíces, no quedarse solo en la superficie, en el «me apetece» o «no me apetece»… que carecen de base sólida.

¿Por qué motivos hacemos las cosas…? Hay motivos de distintos niveles: extrínsecos o del «tener», intrínsecos o del «ser», y más elevados: los motivos trascendentes. Cuanto más altos aportan más luz y fuerza para actuar bien, para mejorar como personas. Y los trascendentes son los que dan auténtico sentido a la vida. También ayudan a tener criterios de actuación…, pues no todo vale, no todo nos hace felices. Hay que elegir bien.

* Para ello es vital conocerse, partiendo de la realidad de lo que uno es, con los propios talentos y puntos fuerte, y también los más débiles. Pero haciendo énfasis en lo bueno, que es lo que interesa promover y lo más específico de cada uno.

¿Cómo soy?, ¿cómo quiero ser…?, son preguntas que debemos hacernos para apuntar a metas valiosas. Y luego poner el corazón y la afectividad que nos da fuerza adicional para llegar a la cima.

* Así crecer por dentro, que de eso se trata. Ser mejores personas, luchar por lo mejor, partiendo de la propia singularidad característica de cada uno. Y ayudar a cuantos más mejor, en especial en la propia familia, con amigos, compañeros…

Ser mejores no es hacer todo perfecto, sino luchar con libertad interior por conquistar lo mejor de uno, cualidades y virtudes pensando en los demás. Poniendo cariño en todo lo que se hace, que es multiplicador de eficacia y logra buen ambiente. Además, quien se siente querido es capaz de grandes retos. Ya lo decía Goethe.

5) El maravilloso mundo de la amistad

Los amigos son personas con quienes se puede conectar, compartir gustos… y a quienes les suele pasar lo mismo. Así poder disfrutar, vivir experiencias, empatizar, ayudar…

La persona tiene una necesidad grande de relacionarse, de ayudar a los amigos, de preocuparse de alguien que no sea ella misma… Así aprende a amar: la misión más importante en este planeta, y la que nos hará de veras felices.

Por eso, saber descubrir y admirar cualidades y talentos en los demás, su esfuerzo y su lucha, los puntos luminosos con los que alegra a los otros… para hacérselos notar, agradecerlos y que los pueda desarrollar. Ser optimistas de óptimos: apuntar a lo mejor de cada uno.

En la amistad se ponen en juego muchas capacidades, como la comprensión y la generosidad, la delicadeza, la empatía y el servicio, el perdón… Hay que entrenarse en ellas para aprender a querer.

Por eso, cuidar las relaciones personales. Tenemos un cerebro empático y social: todos necesitamos sentirnos acogidos y comprendidos, y acoger a los demás, escuchar con el corazón. Algo que es recíproco, como el amor, tanto de amistad, de pareja…

Se ha visto que los genes actúan según el ambiente, sobre todo el ambiente de relaciones personales. Como apunta K. Woese, investigador de este tema, lo hacen con tres principios: de cooperación, de comunicación y de creatividad. La biología es capaz de ayudarnos a establecer lazos, a unir… Es el modo de actuar de la naturaleza humana. No estamos creados para la soledad, sino para las relaciones y la cooperación armónica con los demás.

Además, los sentimientos pueden impulsar con mucha fuerza, pero hay que conocerlos y saber manejarlos. Estimulando los que nos ayuden en las relaciones personales, como la comprensión y empatía, la generosidad…, y cortando los que no lo hacen, o nos empeoran como personas, (que suelen coincidir), como el mal carácter, el orgullo, la envidia, el deseo de aparentar… que a veces se presentan «disimulados».

Por lo tanto es bueno centrarse en los demás: en sus gustos y preferencias, compartir ideas, sentimientos, ilusión, tareas y trabajo en equipo…, detalles concretos. De ese modo se puede conectar de veras con los amigos y llegar al fondo del alma.

Aquí es importante la empatía para comprender estados afectivos y emocionales, más o menos oportunos, y ponerse a su disposición en lo que puedan necesitar. Incluso adelantarse a ofrecer algo que sabemos le pueda gustar, alegrar, o le haga mejorar como persona.

Un pensamiento de Ramón y Cajal, descubridor de las neuronas y su funcionamiento, muy animante: «La jovialidad de los amigos constituye el mejor antídoto contra los desengaños del mundo. Invirtiendo el viejo refrán, debiéramos decir: «quien bien te quiera te hará reír»”.

6) Construir relaciones

Por otro lado, para construir cualquier relación es necesario hablar, comunicar lo propio. Gustos y aficiones, sentimientos, preocupaciones, lo que lleva uno en la cabeza y el corazón. Y aprender a escuchar desde el corazón, poner palabras a las emociones…, expresarse bien, compartir algo propio de calidad.

En la relación con los amigos, o en pareja si es el caso, pensar: ¿me atrevo a expresarme tal como soy, cómo me siento…?, o tengo «miedo» de… El pensar que a uno no le van a escuchar o comprender impide abrirse, darse a conocer sin máscaras o postureos… Muchas veces escuchar es sanar.

Esto, con miras a profundizar una relación y llegar al noviazgo por ejemplo, es muy necesario. Aquí la confianza y la comprensión son importantes para conocerse. Además uno no se puede abrir si no hay otra persona que le escuche y acoja…, que le comprenda sin juzgar o criticar.

La empatía ayuda a valorar a las personas, a saber tratarlas, teniendo en cuenta su forma de ser, sus afectos y emociones, para luego actuar en consecuencia. No quedarse solo en compartir sentimientos bonitos, o experiencias emocionantes, sino prestar ayuda en lo que necesiten, con elegancia, sin que se note mucho.

Respecto al noviazgo… conocerse cada vez mejor es necesario e importante. Llegar al lo más intimo del alma. Sin embargo, no hace falta mucho tiempo, sino aprovecharlo bien. Hablar, ir a las raíces en pequeñas dosis…, hablar de los temas más relevantes para cada uno que dan sentido a la vida.

Como señala el doctor Jokin de Irala en su cuenta de IG, para conocerse más tener en cuenta y desarrollar tres puntos, como la imagen de un trébol con tres corazones:

* tiempo juntos con amigos y planes divertidos con ellos

* tiempo solos: para hablar de muchos temas y mostrarse cariño

* juntos ocuparse de otras personas

Y si uno es creyente, centrarse en la fe que es lo que sostiene todo, da fuerza y echa raíces hondas: como el tallo del trébol. Y no dejará que los vientos de las emociones jueguen una mala pasada.