La tibieza: un pecado que superar

Cambiar el mundo, Catequesis

Sin Autor

Por Javier Pastor

El pasado 8 de mayo, un grupo de amigos decidimos levantar una gran cruz de hierro en El Puerto de Santa María. Un día haciendo los preparativos, sentados Luis y yo buscando material para las redes, encontramos una frase que, desde aquel día, ha venido marcándome profundamente:

“Todo el mal del mundo, es culpa de los católicos tibios” San Pio V

He de confesaros que no fue tarea fácil levantar esa cruz. Pues, aunque contamos con el apoyo de muchísima gente buena, también fueron numerosos los sacerdotes, órdenes y movimientos de laicos que nos cerraron las puertas y se opusieron al levantamiento de la cruz, bajo la excusa de que, levantar una cruz en el S. XXI, es una provocación y resulta innecesario. Ese pensamiento, es contagioso cuando te enfrentas a una obra colosal como lo era esta. El desánimo en muchas ocasiones nos invadió pero, teníamos claro cual era el fin y, recordando la frase de S. Pio V, decidíamos seguir adelante con la ayuda del Espíritu Santo.

La cruz se alzó para mayor gloria de Dios, como reparación a todas aquellas cruces que están siendo perseguidas y como símbolo de la Iglesia viva. Todos recordamos el evangelio de Pentecostés. Los apóstoles, después de haber visto los milagros de Cristo y su resurrección, aún eran capaces de tener miedo y esconderse, negando la verdad de la fe y de lo vivido y dejándose llevar por la tibieza. De repente, entró el Espíritu Santo y nació una Iglesia realmente viva. Los apóstoles no llevaban guitarras ni timbales, sino que conformaron la Iglesia viva porque no tenían miedo.

No elegir el bien, es elegir el mal; no defender la verdad, es apoyar la mentira; no elegir a Dios, es elegir el mundo y el pecado

Es la certeza de la fe lo que nos mueve. Decía el Apocalipsis: “Conozco tus obras: no eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Por eso, porque eres tibio, te vomitaré de mi boca”. Dios nos pide que elijamos, que seamos valientes y no nos pongamos de perfil ante la vida para contentar a todos, porque contentando a todos estamos despreciando a Dios. No elegir el bien, es elegir el mal; no defender la verdad, es apoyar la mentira; no elegir a Dios, es elegir el mundo y el pecado. Un católico no puede ser tibio, sino que debe ponerse en todo momento del lado de Dios que es la verdad.

La tibieza tiene otro acompañante que es la moderación. Cristo nunca fue moderado, sino que fue radical. Curar en sábado era radical. Defender a una ramera era radical. Proclamarse Hijo de Dios era radical. Comer con un recaudador de impuestos era radical. Nada de eso le importó. Cristo escogió en todo momento hacer lo correcto y no lo que estaba bien visto. Nunca buscó contentar a la gente, sino proclamar el evangelio de la verdad; como hizo con el joven rico al que le dijo “vende todos tus bienes”. Todo un radical.

Huyamos de la tibieza y la moderación, abracemos el ejemplo de Cristo y defendamos aquello que viene de Dios. Defendamos la vida frente al aborto o la eutanasia; defendamos el matrimonio y la familia frente a la homosexualidad o la sodomía; defendamos la fe y la cruz de sus enemigos y perseguidores. Escojamos entre Cristo o el mundo, esa es la elección más importante de nuestras vidas.