Martes Santo

Amor, Catequesis

Queridos amigos, espero que estéis bien, sabéis que os llevo siempre presentes y deseo con todo mi corazón que tanto la cuaresma como lo poquito que llevamos de la Semana Santa os esté resultando realmente provechoso.

Bueno, durante los casi ya 3 años que llevo escribiendo una vez al mes para vosotros y para Dios, creo que ninguna o como mucho una, me tocó escribir en esta fecha tan especial. La Cuaresma ha pasado fugaz, escapándose como agua entre las manos y hemos llegado a una de las fechas culmen de nuestra Fe. Jesucristo ha llegado a Jerusalén y al igual que los niños hebreos lo hemos recibido con palmas de olivo. Sin duda queda aún todo el apogeo, la Pasión en si misma.

Cristo sabía desde el inicio del mundo que debería afrontar la Pasión. Que el precio por nuestro perdón, por nuestra vida y nuestra Salvación era su muerte momentánea. Y con infinito amor así lo aceptó. ¿Cómo no fiarnos de alguien que siendo Dios, y pudiendo hacerlo no evitó su sufrimiento?

Pues aquí está queridos amigos, la clave. Jesús sabía todo desde un inicio, y podría haberlo evitado perfectamente: no proclamándose Dios y Rey, dejando que apedreasen a la mujer adúltera, no curando en sábado, y un largo etcétera. Sin embargo no lo hizo. Tuvo miedo, eso sí: “Padre si quieres que pase de mi este cáliz pero no se haga mi voluntad si no la tuya.” Y sudaba sangre mientras oraba intensamente.

Me consuela mucho pensar que, durante la flagelación, en cada latigazo que Cristo recibía lo soportaba pensando en todos y cada uno de nosotros. En sus contemporáneos, en los pasados y en ti y en mi. Que muestra de amor tan maravillosa. Pero más me consuela aún que durante el largo camino del Calvario, después de haber sufrido una auténtica tortura y de pasar horas sin comer y descansar, cada centímetro que sus pies avanzaban, lo hacía porque le movía su amor por todos nosotros. Y ya finalmente, después de haber sido rotos sus huesos y traspasados sus tendones, el culmen del Amor llegó. La entrega definitiva. Ni me imagino el sufrimiento que debió de ser aquello; la muerte más atroz, la destinada a los más ruines de la época, se la hacían al hijo de Dios; a Dios mismo.

Solo nos queda recordar y agradecer; agradecer siempre y cada día por ese sacrificio tan grande que Jesús hizo, y que estoy seguro de que volvería a hacer una y otra vez con tal de salvarnos. Su amor es así, infinito y eterno. Por eso qué menos que agradecerlo durante unos segundos cada día, es lo menos que podemos hacer por nuestra parte. Y hacer que otros lo conozcan, que se conmuevan con aquel gesto. Pero sobre todo que conozcan que está vivo, tal y como decía la canción: Decidles que hay esperanza y que todo tiene un sentido, que Jesucristo está vivo, decidles que existe Dios.

Pues queridos amigos, os deseo una feliz Semana Santa, que sea muy fructífera y que nunca olvidemos lo que en gran amigo hace cada día por nosotros. Desde mi habitación, mil gracias querido Jesús, por todo.

Carlos G.M.