El rey que objetó

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Palacio Real de Laeken. Bruselas. 30 de Marzo 1990

El Rey firma lentamente la carta que acaba de escribir, la introduce cuidadosamente en un sobre con membrete real, llama a su Secretario y le encarga que la haga llegar al Primer Ministro a la mayor brevedad posible.

Cuando Wilfried Martens recibe la misiva, la lee y relee estupefacto. Aunque la Reina Fabiola ya le había avisado dos años antes, no termina de dar crédito a lo que acaba de leer. Su primera reacción fue llamar al Rey por teléfono. Terminada la conversación, y, sorprendido por la firme actitud del monarca, convoca urgentemente una reunión para esa misma tarde con sus cuatro viceministros. Terminada la misma, convoca a todo el gabinete para exponerles la situación y buscar una solución de urgencia a un problema que la Constitución no contempla.

El Rey, por razones de conciencia, se ha negado a firmar la Ley de despenalización del aborto que el Parlamento acaba de aprobar. La ambigüedad y consecuencias  de esta ley le parecen moralmente inaceptables y ha instado al Primer Ministro a buscar una solución constitucional o política a la cuestión.

El Gobierno inicia contactos con el Cardenal Danneels. Este propone al Rey una solución de compromiso. Balduino se niega: “ni siquiera el Papa me hará cambiar de opinión“. En su diario espiritual escribe : “Me he embarcado solo, con mi conciencia y Dios.”

Fabiola, que ha conocido la decisión de su marido en el último momento, le apoya incondicionalmente, incluso, aunque tal decisión le cueste el trono, posibilidad que ambos han contemplado y aceptado serenamente como precio por defender la vida. Ninguno de los dos está dispuesto a admitir que la voluntad humana interrumpa el curso de la vida del no nacido: precisamente, esa vida que tantas veces se ha escapado prematuramente del seno materno de la Reina y que tanto rastro de dolor ha dejado en ambos.

El gobierno no logra hacerle cambiar de opinión. Las consecuencias de este acto en un país internamente desgarrado, donde la figura del Rey es la única garantía de estabilidad, son imprevisibles.

Wilfried Martens, democristiano flamenco, que había votado en contra de este ley, lee ante las Cámaras la carta de Balduino que contiene la célebre frase: ¿acaso va a ser el Rey el único ciudadano en Bélgica forzado a actuar contra su conciencia?.

El gobierno, no encuentra más fórmula que aplicar el artículo 82 de la Carta Magna, que prevé la incapacidad del Rey para reinar y acude a la ficción de declarar la incapacidad moral de Balduino para reinar: desde el día cuatro de abril de 1990 y durante treinta y seis horas, dejará de ser Rey de los belgas. Pasado el trámite, y declarado el cese de su incapacidad, el Rey asumirá de nuevo sus funciones constitucionales.

Ni las numerosas peticiones de abdicación ni las soflamas a favor de la República, desdibujaron la perenne sonrisa, ni perturbaron la paz y serenidad interior de Balduino que, agotado por las tensiones territoriales y lingüísticas, cada vez más debilitado físicamente por los graves problemas cardíacos que arrastraba, presentía que su fin estaba próximo. Durante los dos últimos años, el debate sobre el aborto le había angustiado sobremanera. En diciembre de 1989 escribía en su diario espiritual “el cerco se cierra cada vez más en torno al aborto… Señor, todo esto me obliga a no buscar apoyo más que en Ti.” 

El Rey, con ese gesto, ha dejado bien claro que es un ciudadano libre, ha querido llamar la atención sobre la cuestión del aborto, cueste lo que cueste, y esta ha sido su forma de protestar.

Días después se reúne en Palacio con sus íntimos amigos Verónica O´Brien y Michel (pseudónimo con el que Balduino llamaba al Cardenal Suenens) y les comenta: “Si no hubiera obrado así, como lo he hecho, me hubiera quedado a disgusto el resto de mi vida.”

Michel le responde: “Tu gesto no ha impedido la entrada en vigor de la Ley, como ya sabíamos, pero tu ejemplo habrá servido para edificación de muchos, y con eso, basta.”

Fuente: Woman Essentia

Balduino de Bélgica, el rey que objetó