Reflexiones navideñas de un cura rural

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Del blog de D. Antonio María Domenech, «Se llenaron de inmensa alegría», comparto esta entrada con vosotros:

Una luz que recuerda la nieve de las montañas, una llamada por skype con la familia lejana, o no tan lejana porque se siente cerca, una Navidad sin los papás, ¿la primera? Sí, quizás. Siempre he tenido la dicha de celebrar estos días con mi familia. Sin embargo, resuenan cada día más fuerte en la mente y en el corazón, aquellas palabras de Jesús en el Evangelio, cuando le dijeron: Tu Madre y tus hermanos están fuera, esperándote. Y Él contestó: ¿Quiénes son mi madre y mis hermanos? Los que esperan la palabra de Dios y la cumplen. 

Tras siete Navidades con todos vosotros creo que puedo decir cuando pienso, en oración, en lo que significa “cuida de mi gente”, que muchas veces recuerdo o pongo en brazos de Dios y de su Santa Madre a mis feligreses. Os considero parte de mi vida hasta tal punto, que me cuesta diferenciarlo en el corazón y en la mente.

Estas reflexiones son hermosas, porque brotan de un corazón agradecido, a tantos detalles, sacrificios, dolores compartidos, noches largas de hospital, llamadas telefónicas, vídeos compartidos, bendiciones a través de las ondas a toda la Parroquia. Sin embargo, todo esto que es bueno, se quedaría en algo vacío sino fuera su motivo principal, el nacimiento y la entrega de un Dios hecho niño. La amistad sacerdotal que no brote de Cristo, ni tiene sentido, ni da fruto. No entiendo para nada esa frase que me han dicho tantas veces: “Dime lo que piensas como cura, y también como persona”. Sencillamente, no lo entiendo. No soy dos personas.

Ocurre de la misma manera si en las fiestas de Navidad, toda la familia se junta pero no recuerda el motivo. Llevaba muchos meses sin verse, sin comer juntos, pero si no es Cristo el motivo de su unión, no durará para siempre; porque, como dijo San Pedro: “Señor, sólo tú tienes palabras de vida eterna”. Es fundamental dedicar un tiempo a sentir en el interior y a amar con el corazón, los momentos, las personas de aquellos pueblos lejanos de Belén, Nazaret, y demás lugares, de la vida oculta del Señor.

Tengo un amigo sacerdote que esta mañana ha celebrado Misa en la Basílica de la Natividad. Ayer no pudo, porque no había espacio suficiente. Se quedó sin entrada, se llenó el aforo. Nosotros podemos volar a Belén, pero no al de hoy, sino al de siempre. Al que vio nacer al Salvador, y esperarle, adorándole en silencio, contemplando su cara preciosa, meditando en tan alto misterio. Esperando que lleguen los Magos, o rezando al hablarle, bajo su manto, a la Madre del Cielo.

Y, si queremos dar un paso más. Si somos capaces, traigamos Belén a nuestra casa. Con nuestra familia, para hacer realidad la venida del Mesías, pero cada día. Si tratamos a los demás como si fueran Jesús, se hará realidad que cada día es Navidad. Si intentamos cada momento, ver en los demás o donde están los demás, aquel misterio sagrado, nuestra vida será distinta. Al cruzarnos por la calle con unos y con otros pensaremos que van también a adorarle, o que han estado con Él. Aunque, quizás, sea verdad, que algunos lo ignorar y persiguen, podremos hacer lo posible para que en nuestro entorno, habiéndole dado posada, esté cuidado y abrigado, siempre acompañado. Así se lo vamos a pedir a la Sagrada Familia. Porque cada uno elige la manera, aunque sea sólo en su corazón, de cómo quiere celebrar la Navidad.

Coge el regalo entero, no te quedes en el envoltorio, porque sin Jesús, no es Navidad. Y por Él, con Él y en Él todos los días puede serlo. De todo corazón, agradecido a todos y cada uno, por vuestra ayuda, cariño y, tantas veces, comprensión, os doy las GRACIAS y os deseo MUY FELIZ NAVIDAD.