Ociosidad, madre de todos los vicios

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En esta Cuaresma estamos repasando los pecados capitales, en qué consisten y cómo apartarnos de ellos. Hoy trataremos sobre la pereza, gula y lujuria. Recuerdo que no son pecados en sí, son inclinaciones del alma que nos incitan a pecar y por eso les llamamos capitales. Estos tres tienen una relación entre sí, ¡cuántas veces no hemos escuchado que la ociosidad es la madre de todos los vicios!

La gula es el amor desordenado de los placeres de la mesa, del comer y del beber. Consiste en comer y beber por el simple hecho de que siento gusto. Es el caso de los romanos que comían, bebían y vomitaban para poder seguir comiendo y bebiendo. Alimentarse es un medio para vivir sanos, no un fin. Comer fuera de las horas, procurarse manjares exquisitos, comer más de lo que pide el cuerpo poniendo en peligro nuestra salud, o comer con avidez como hacen los animales, son señales de que estamos inclinados a la gula. Este pecado obliga al alma a servir al cuerpo, nos materializa, debilita la vida intelectual y moral. Es pecado grave cuando nos deja incapaces de cumplir por un tiempo nuestras obligaciones. Como remedios para la gula tenemos la recta intención (saber que comemos para alimentarnos), la sobriedad y practicar algunas mortificaciones como ya explicamos el artículo titulado “Mortificación ¿carga o ayuda?

La pereza sería el exceso desordenado de descanso o la falta de trabajo cuando hay una obligación concreta. Es pecado en el momento que faltamos a nuestras obligaciones con la familia, con nuestra formación o con nuestro empleo actual. La pereza nos inclina a evitar el esfuerzo y la molestia, si esta inclinación entra dentro de la vida interior se llama acedia y es muy peligrosa porque va suprimiendo las capacidades y los hábitos de hablar con Dios. Debemos entender que todos estamos sujetos a la ley del trabajo, acostumbrarnos al esfuerzo continuado y metódico y darnos cuenta que no hay hombre más desdichado que el ocioso porque acaba por tener horror a la vida ya que no sabe con “qué matar el tiempo”. El hábito del trabajo se debe adquirir en la infancia porque de mayor es mucho más complicado, por lo tanto, es tarea de los educadores el inculcar a los niños un amor ordenado al trabajo bien hecho.

La lujuria es el apetito desordenado de placer sexual, muy extendido en la sociedad de nuestro tiempo. Recordemos que el fin de la sexualidad es la unión de los esposos para engendrar la vida, entonces cualquier uso de la sexualidad fuera de éste, puede entrar dentro de lo que sería la lujuria. Pero, insisto, la tendencia a ello no es pecado, solo hay pecado cuando se consiente y recordemos también que, en este sentido, no sólo se cae cuando se realiza el acto, sino que también hay que ir con cuidado con los deseos y pensamientos como nos dice el noveno mandamiento de la Ley de Dios. Para mayor explicación de este tema os recomiendo el artículo “No cometerás actos impuros” y “Los Mandamientos internos“. Está muy de moda actualmente hablar y opinar sobre el celibato, pues bien, sólo voy a decir que el celibato no es sólo una negación de poder engendrar hijos o tener relaciones con una mujer; el celibato es una entrega del corazón a Aquel que sabemos que nos ama. La devoción a la Virgen María es un remedio muy hermoso para evitar este tipo de pecados, así como huir de las ocasiones y por supuesto la oración, frecuencia de sacramentos y la mortificación. El principal obstáculo que encontramos para evitar estos pecados lo encontramos en la sociedad misma, la cual defiende que el realizarlos es un acto de uso de libertad ya que no entienden la libertad como la adecuación al fin para el que hemos sido creados

Las consecuencias de estos pecados son muy graves porque atentan contra la dignidad del propio cuerpo. La caridad empieza por uno mismo, entonces cuando uno no es capaz de respetarse ya sea en el modo de vestir, de alimentarse, o utiliza el cuerpo en cosas para las que no debe ser utilizado buscando solo el placer, las consecuencias son muy graves. La autoestima se ve dañada y las personas que nos rodean también porque, como ya hemos oído alguna vez, pecar no es gratis y muchas veces en el pecado llevamos ya la penitencia.

Acudamos a la ayuda de los santos de nuestra devoción que, han vivido como nosotros, esta lucha continua contra mundo, demonio y carne, que sean ellos nuestro modelo y estímulo de superación.

Del blog Se Llenaron de Inmensa Alegría del padre Antonio María Domenech al que puedes acceder en el enlace