La Cuaresma es un tiempo de Verdad porque nos ayuda a reconocer a nuestros hermanos.

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La Cuaresma es un tiempo de verdad.

En efecto, el cristiano, invitado por la Iglesia a la oración, a la penitencia y al ayuno, a despojarse de sí mismo interior y exteriormente, se coloca ante su Dios y se reconoce, se descubre de nuevo.

«Acuérdate, hombre, de que eres polvo y en polvo te convertirás» (palabras de imposición de la ceniza). Acuérdate, hombre, de que no eres llamado solamente a las realidades de los bienes terrestres y materiales que pueden desviarte de lo esencial. Acuérdate, hombre, de tu vocación primordial: vienes de Dios y vuelves a Dios, yendo hacia la resurrección que es el camino trazado por Cristo. «El que no toma su cruz y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo» (Lc 14, 27).

Tiempo de verdad profunda, que convierte, da esperanza –volviendo a poner todo en su justo lugar– calma y hace nacer el optimismo.

Tiempo que hace reflexionar sobre nuestras relaciones con “nuestro Padre” y restablece el orden que debe reinar entre hermanos y hermanas; tiempo que nos hace corresponsables los unos de los otros, nos arranca de nuestros egoísmos, de nuestras pequeñeces, de nuestras mezquindades, de nuestro orgullo; tiempo que nos aclara y nos hace comprender mejor que nosotros, a ejemplo de Cristo, debemos servir.

«Un precepto nuevo os doy: que os améis los unos a los otros» (Jn 13, 34). «¿Y quién es mi prójimo?» (Lc 10, 29).

Tiempo de verdad que, como al buen samaritano, nos hace detener en el camino, reconocer a nuestro hermano y poner nuestro tiempo y nuestros bienes a su servicio en un compartir cotidiano. El buen samaritano es la Iglesia: ¡El buen samaritano es cada uno y cada una de entre nosotros! ¡Por vocación! ¡Por deber! El buen samaritano vive la caridad.

San Pablo dice: «Somos, pues, embajadores de Cristo» (2 Cor 5, 20). ¡Es una responsabilidad nuestra! Somos enviados a los otros, a nuestros hermanos. Respondamos generosamente a esta confianza que Cristo ha puesto en nosotros. Sí, la Cuaresma es un tiempo de verdad. Examinemos con sinceridad, franqueza, sencillez. Nuestro hermano está en el pobre, el enfermo, el marginado, el anciano. ¿Cómo va nuestro amor, nuestra verdad?

Con ocasión de la Cuaresma, en todas vuestras diócesis y vuestras iglesias, se va a hacer una llamada a esta Verdad que es vuestra, a esta Caridad, que es la prueba de ella.

Abrid, pues, vuestra inteligencia para mirar en derredor vuestro, vuestro corazón para comprender y simpatizar, vuestra mano para socorrer. Las necesidades son enormes, lo sabéis; por ello os aliento a participar con generosidad en ese compartir y os aseguro mis oraciones y mi bendición apostólica.

Mensaje de Cuaresma de Juan Pablo II de 1981.