Héroes con sotana

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En San Luca, una pequeña localidad calabresa de apenas 4.000 habitantes, se encuentra un santuario que alberga la imagen de una virgen muy especial: la Madonna di Polsi, más conocida por los lugareños como la Virgen de la Montaña. Cada año acuden a venerarla miles de piadosos peregrinos, entre los que se cuentan numerosos capos mafiosos.

La tradición impone que todos los días 2 de septiembre, fecha de la fiesta solemne de la Madonna di Polsi, los principales dirigentes de la ‘Ndrangheta (la más poderosa organización criminal organizada que hay ahora mismo en Italia) acudan a este santuario y celebren aquí una gran cumbre mafiosa en la que se sellan alianzas, se declaran guerras, se deciden asesinatos, se establecen estrategias criminales, se elige al gran capo, se acuerda la jerarquía interna…

Siempre ha sido así. Todo indica que esa ceremonia mafiosa, a medio camino entre lo sacro y lo profano, ha discurrido sin interrupción durante décadas, con la más que aparente complicidad de los responsables eclesiásticos. La prueba es que Pino Strangio, el sacerdote que en los últimos 20 años ha ejercido como rector del santuario de la Madona di Polsi, está ahora acusado de concurso en asociación mafiosa.

Ante los cargos que pesan sobre él Pino Strangio se vio obligado a dimitir el año pasado como rector del santuario. Desde entonces, los mafiosos de la ‘Ndrangheta lo tienen crudo: se han dado de bruces con monseñor Francesco Oliva, obispo desde 2014 de la diócesis de Locri-Gerace, a la que pertenece San Luca. Un sacerdote que combate con ahínco a la mafia. Alguien que ha tomado medidas para evitar que los responsables de la organización criminal puedan seguir acudiendo tan campantes al santuario de la Madonna di Polsi. Ha hecho instalar una garita de carabinieri cerca del santuario y un sistema de videovigilancia para identificar a quienes acuden a la ermita de la Virgen de la Montaña.

Y no sólo eso. Monseñor Oliva ha obligado también a varios sacerdotes de su diócesis a devolver donaciones que procedían, según todos los indicios, de mafiosos.

«Las donaciones sobre cuya procedencia existen dudas o que claramente son obra de mafiosos apestan, están manchadas de sangre y no pueden ser aceptadas», asegura monseñor Oliva. «La Iglesia no puede y no debe aceptar donativos de ese tipo porque son fruto de la ilegalidad, de la explotación de pobre gente, de la venta de droga».

Sin embargo, monseñor Oliva es una excepción. A pesar de las duras palabras de condena contra la mafia pronunciadas por Juan Pablo II, Benedicto VI y Francisco, la inmensa mayoría de los sacerdotes que ejercen su ministerio en aquellos territorios controlados por la Cosa Nostra siciliana, por la camorra napolitana o por la ‘Ndrangheta calabresa prefieren no meterse en problemas y miran hacia otro lado.

«Se necesita mucho valor para pasar de las palabras a los hechos», resume Oliva.

«La mafia por desgracia no sólo se encuentra dentro del mundo de la criminalidad. La mafia está también en las instituciones», revela. De hecho, sólo hay que ver que de los 92 municipios que hay en Nápoles, en los últimos 15 años han sido disueltos por infiltración mafiosa los ayuntamientos de 70 de ellos.

Monseñor Oliva también es consciente de que muchos sacerdotes no han hecho todo lo que debían para oponerse al crimen organizado. Pero considera que las cosas están cambiando. «En el pasado la Iglesia, o mejor dicho, algunos hombres de la Iglesia, no han sido siempre conscientes del peligro del fenómeno mafioso y no se han opuesto a él. Pero ahora todo está más claro. En la Iglesia hay una acción de oposición más fuerte contra la ‘Ndrangheta, una organización que es una peligrosa manifestación del poder del mal»

Oliva no tiene «ningún miedo» a los mafiosos. «La mía es una misión espiritual que el Señor me ha confiado. Mal andaría si tuviera miedo».

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