El fruto de mi vocación es Tamara Falcó

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Mihaela nació en Rumanía. Sus padres en un momento de dificultad entregaron a su hermana y a ella a una institución. Cuando su situación mejoró fueron a recogerlas pero la más pequeña, Mihaela, había desaparecido. Sus padres la buscaron incansablemente sin éxito. Cada noche, la madre de la casa encendía una vela por su hija, que creía muerta, mientras la familia aumentaba con cinco hermanos más.

La niña había sido dada en adopción a una familia española. Sus padres adoptivos la bautizaron. Ella creció pensando que sus padres biológicos habían muerto.

Mihaela «era una chica de mucha fiesta, del mundo, muy del mundo». En su época universitaria Dios ya no era algo que le interesara, y dejó también la Iglesia. Pero un día, su madre adoptiva llegó a donde estaba ella y le mostró en el móvil que una famosa influencer estaba haciendo una experiencia en un convento.  Era Tamara Falcó. Entonces pensó que por qué ella no podía hacerlo.

Sin saber muy bien qué era una monja o quién era Dios, el día 28 de junio de 2015, con 21 años, entraba por la puerta del Monasterio de las Madres Dominicas de La Laguna para hacer una primera experiencia de quince días. Aquella visita iba a marcar un antes y un después en su vida. Mihaela sintió algo tan profundo entre esas cuatro paredes que, tres meses después, tenía un puñado de nuevas hermanas vestidas de blanco y negro que le enseñaban a rezar el Rosario y a todo lo que conlleva la vida religiosa.

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