Carta de un cura… enfadado

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Carta a Carlos Santiago, humorista, cc. Martiño Noriega, alcalde de Santiago de Compostela

Estimado Carlos.

Mi nombre es Patxi Bronchalo, y soy cristiano, y soy cura. Uno de esos tantos que aún le rezan a la Virgen y a los Santos. Le escribo porque he sabido del pregón de Carnaval que usted hizo en la Ciudad de Santiago de Compostela recientemente. No me ha gustado. Me ha ofendido. Y usted quizás piensa que es lógico, al fin y al cabo, qué va a decir un cura. Le explico por qué.


Yo creo en el derecho a la libertad de expresión. Es lo que le permite a usted decir lo que dijo y es lo que me permite a mi escribir esto. Me parece un derecho necesario y, como se ha visto, de sobra garantizado en nuestro país. El problema lo tenemos cuando el derecho a la libertad de expresión se pone como valor absoluto de todo y con ello se justifica el daño a las personas.

Una persona puede tener fe, o no tenerla. La fe es un don que se anima a buscar, pero a nadie se le obliga a tener. La fe enraíza de manera muy visceral con lo que podríamos llamar el sentimiento religioso. La persona que tiene fe profesa unos sentimientos profundísimos hacia Dios, hacia la Virgen María, hacia lo sagrado. Esto puede ser muy difícil de entender para muchas personas, lógicamente lo será si nunca han experimentado algo así. Pero existe.

Piense en personas a las que usted quiere mucho, o recuerde si está, o ha estado enamorado alguna vez. El daño que se le hace a una persona a la que se le humilla su sentimiento religioso es comparable al daño que nos hacen cuando humillan a quienes más queremos, a aquellos por los que daríamos la vida. ¿De verdad cree que la libertad de expresión puede justificar la humillación de los sentimientos de las personas?

Como cura soy muy afortunado. Tengo la dicha de conocer a mucha gente, y muchas experiencias de la gente. Experiencias de dolor ante los sufrimientos, experiencias de alegría, experiencias de lucha y perseverancia. He visto lo que pasa en ellos a través de ese sentimiento religioso, o mejor dicho, lo que hace la fe en Dios.

Conozco abuelos que viven solos a quienes lo que les mueve a levantarse cada mañana es ir a visitar la ermita del pueblo para rezar delante de las imágenes de los Santos, y encomendar a ellos a esas familias que casi nunca les visitan. Conozco niños y jóvenes muy heridos por la separación de sus padres a los que la confianza y la fe en el buen Dios les hace estar serenos en medio del dolor. Conozco hombres y mujeres, jóvenes y mayores, con enfermedades muy dolorosas, algunas terminales, que en medio del dolor y la dificultad siguen adelante luchando con ánimo y paz.

Conozco gente con auténticos dramas familiares, gente atenazada por el dolor, gente que ha perdido un familiar por culpa del suicidio, gente que ve diariamente a sus hijos o a sus padres atrapados en adicciones a la droga, al alcohol o al sexo. Conozco gente que lleva tiempo sin conseguir un trabajo estable, sufriendo por no tener lo suficiente para una mejor vida de sus familias. Conozco gente que ha tenido que emigrar por la situación de sus países de origen, a los que cuesta mucho empezar una nueva vida en una cultura distinta, sin conocer a nadie.

Conozco mucha gente. Mucha gente que, gracias a la fe y a Dios, tienen alegría por la vida, pese a las heridas. Todos ellos han entendido una profunda verdad: que la vida no va de no sufrir sino de afrontar el sufrimiento, y que en ese dolor nunca estamos solos. El dolor tiene sentido. Los cristianos creemos que Dios sufre como hombre. La fe es escandalosa. ¿De verdad cree que está justificado que la libertad de expresión pisotee esa fe que les hace vivir a tantas personas?

El próximo mes de marzo voy a ir a Santiago. Estaré encantado de saludarle si está por allí. Haré el camino portugués con un grupo de chicos de una escuela de Cáritas con muchas dificultades. Están muy ilusionados con poder ir a su bella ciudad. Cuando lleguemos le vamos a dar un abrazo a la imagen del Santo, y les diremos que, pese a todo lo malo que haya en sus vidas, ellos son valiosos e importantes para Dios, y que aunque haya gente que les rechace en sus vidas, Dios no lo hará nunca. Cuantísima gente, durante tantos siglos, ha descubierto esta verdad ante la tumba del Apostol que hace que su ciudad sea grande. ¿Cómo voy a decirles otra cosa, si es lo que yo también he descubierto?

No soy mejor que usted, de eso estoy seguro. Tengo fe. Estoy seguro que detrás de las sátiras más hirientes también hay heridas y hay sufrimientos. Pero tengo la certeza de que la libertad de expresión no es el mayor valor que tiene una sociedad. La caridad y el amor están por encima. Muy por encima. Una sociedad será aquello que más valore y defienda.

Rezaré por usted,  al fin y al cabo, rezar también es libertad de expresión.

Patxi Bronchalo. Un cura.

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