Admiro a la gente que se lleva a Dios de vacaciones

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Admiro a la gente auténtica que no se avergüenza de su fe en vacaciones, que hace parones para descansar en Dios.

Admiro a la gente que en el desorden de julio, agosto y septiembre encuentra momentos para recogerse unos minutos y recargar pilas haciendo balance de cómo lleva su vida interior.

Admiro a la gente que acude a la Virgen para pedirle consejo y se sirve de su ejemplo al guardar las cosas en su corazón, y sonríe pese a las preocupaciones.

Admiro los retrovisores de los coches con rosarios y cruces colgadas, las imágenes de Detentes o de Sagrados Corazones en las fundas de sus móviles.

Admiro a los que además de novelas, también planean leer libros de espiritualidad en su tiempo libre.

Admiro a los que se ofrecen a ayudar o servir a los amigos, invitar a helados, regalar abrazos, escuchar sin prisas, tener conversaciones profundas en noches estrelladas en las que uno puede acostarse más tarde.

Admiro a los que pasean cogidos de la mano por la orilla de la playa, los que dedican tiempo a la familia, los que cantan afinado y a los que también desafinan, a los que en sus listas de Spotify tienen música que te eleva al cielo.

Admiro a los que educan sin elocuencias ni grandezas, que arrastran con el ejemplo, que tratan de ser honrados, que buscan hacer el bien, que si erran tarde o temprano piden perdón, que encuentran salidas pidiendo consejo a Dios.

Admiro a los que luchan por hacer un mundo mejor desde su realidad cotidiana.

A todos ellos quisiera parecerme yo.

Y es que me olvido poner a Dios en el centro… Pero de nuevo hoy me lo propongo. Os lo propongo. Contemos con Él. Cuéntaselo a tus amigos. Medita sobre ello. ¿Es o no es? Si eres católico, lo eres el año entero.

Inma I. C. H. (@icehache)