Cuando era adolescente, pensaba que el matrimonio era como esas películas románticas donde todo se arregla con flores, música de fondo y un abrazo largo. Creía que casarse era sellar el amor y vivir felices por siempre.
Años después, y después de conocer la iglesia, tener una comunidad, estudiar sobre el matrimonio y la familia, vivir mi noviazgo con la fe en el centro y ver matrimonios cercanos que admiro… entendí algo que transformó mi forma de mirar el amor. El matrimonio no es un contrato. Es una donación. Es decir, es una entrega diaria que supera lo que damos y recibimos. Es el 100×1 que Jesús promete.
Y sí, suena fuerte. Cuando lo ves de cerca, te das cuenta de que es lo más bello que existe.
1. El contrato te protege, la alianza te transforma
Hoy muchos jóvenes tienen miedo al matrimonio porque lo ven como un contrato que te ata, que te quita libertad o que es solo un papel.
Piensa un segundo: ¿quién firma un contrato para amar?
Un contrato dice: “yo te doy esto, tú me das esto otro. Si no cumples, lo rompo.” El matrimonio dice: “yo me entrego a ti. Incluso en lo que aún no conocemos.”
Un contrato tiene clausulas. En cambio, una alianza tiene promesas. Un contrato se rompe si no se cumple. Mientras que una alianza se sostiene incluso cuando cuesta.
Y eso lo veo siempre en los testimonios reales: matrimonios que han pasado por enfermedades, dificultades económicas, pérdidas, cansancio, dudas, y aun así siguen ahí, tomados de la mano. Eso no lo explica un contrato. Lo explica una entrega.
2. Amar cuando es difícil: ahí empieza el 100×1
Te comparto algo que aprendí recién siendo esposa y madre:
en la vida real, uno no ama solo cuando siente amor.
La entrega aparece precisamente en los días grises.
Ejemplo real: una noche, después de una jornada larguísima, cansada entre maternidad, trabajo y estudios, vi a una pareja amiga discutir por algo mínimo: los platos. Sí, los platos.
Detrás del plato había cansancio, emociones, heridas del día. Él respiró, la miró y dijo:
“No me nace, pero quiero amar. Yo lavo.” Ella lo abrazó, agotada.
A eso le llamo 100×1. No es magia. No es suerte. No es que les tocó un buen esposo.
Es decisión diaria.
3. El matrimonio no es para “ser feliz”, sino para aprender a amar
Una idea que repito mucho en mis talleres y redes es la siguiente… El matrimonio no te hace feliz. Te enseña a amar y eso te llena de una felicidad más estable que la emoción.
La felicidad del contrato dura hasta que la otra persona falla.
La felicidad de la entrega dura porque nace de la donación.
La sociedad te dice: “si ya no sientes, déjalo.” Dios te dice: “da tu vida como Yo la di por ti.”
Y ahí empieza la aventura del crecimiento. Vale la pena porque amar vale la pena.
Es que amar en matrimonio, cada día, es multiplicar tu vida por el 100×1.
* * *
Conclusión: el amor verdadero no negocia, se entrega
El matrimonio no se trata de “¿qué gano?”, sino de ¿qué puedo dar?
Lo paradójico es que, en esa entrega, recibes muchísimo más de lo que diste.
No es un contrato legal. No es un parche emocional. No es una moda pasada.
Es una alianza. Una vocación. Una donación. Un camino donde el amor madura, se purifica y florece.
Al final del día, eso es lo que todos buscamos: un amor tan auténtico que dé vida. Vida eterna.
Lorena y Diego para Ama Fuerte







