El sacerdote José Manuel Horcajo, párroco de la iglesia de San Ramón Nonato, ubicada en el distrito madrileño de Puente de Vallecas —uno de los barrios con menor renta de la capital—, ofrece una profunda reflexión sobre la pobreza, a la que considera su principal escuela de virtud a lo largo de dieciséis años de ministerio.
Horcajo narra su llegada al barrio, marcada por incidentes y la recepción de una navaja por parte de una feligresa, un símbolo de la dura realidad que persiste. A pesar de las dificultades, afirma que la convivencia con los más desfavorecidos le ha enseñado las bienaventuranzas, permitiéndole ser «pobre con ellos» y descubrir el «rostro misericordioso de Dios».
El párroco distingue entre la ayuda superficial y la caridad auténtica. Si bien las limosnas son el «comienzo de una amistad», las califica de mero «parche» si no van acompañadas de un verdadero calor humano y acompañamiento. Subraya la necesidad de ir «al fondo de la cuestión», trascendiendo la necesidad material para comprender la «herida interna» que sufre la persona: una fractura en el corazón, la inteligencia y la esperanza.
Según su experiencia, el origen de esta fractura reside fundamentalmente en la desestructuración familiar. El «desastre social comienza por el desastre familiar», originado por una falta de vínculos de amor y la consiguiente soledad. Esta visión le ha llevado a desarrollar proyectos de acogida que ofrecen un hogar y una familia a los más necesitados.
El sacerdote refuta las simplificaciones que culpan al pobre de su condición. Argumenta que, para superar la pobreza, la persona no solo necesita recursos, sino también la paciencia, la cual solo puede ser provista por un «ecosistema afectivo que se llama familia, hogar, comunidad».
Finalmente, apunta a nuevas formas de pobreza que afectan a la sociedad actual, como la alarmante falta de esperanza manifestada en el suicidio juvenil, y la carencia de compromiso y el aislamiento. Concluye que la verdadera caridad radica en ofrecer amistad a los pobres, pues solo al mirar su realidad se comprende plenamente a Jesucristo y la encarnación.
Fuente: Religión en Libertad







