San Juan Pablo II enseña en su Teología del Cuerpo que el ser humano, creado “a imagen y semejanza de Dios” (Gn 1,27), solo se comprende plenamente cuando se dona sinceramente a los demás (cf. Gaudium et Spes, 24). El cuerpo, varón y mujer, tiene un significado “esponsal”: está hecho no solo para existir, sino para amar y entregarse.
Jesús, al decir en la Última Cena “este es mi cuerpo, que será entregado por vosotros” (Lc 22,19), revela el sentido más profundo del amor: amar es entregarse, ofrecer la propia vida para que el otro viva. Esta frase, que se actualiza en cada Eucaristía, también resuena de manera misteriosa y hermosa en la relación esponsal y en el cuerpo de la mujer que concibe, gesta, da a luz y alimenta a su hijo.
La entrega conyugal es, por tanto, sacramento del amor de Cristo, que se dona totalmente a su Iglesia. En esa entrega, se manifiesta la apertura al don de la vida. Así, la fertilidad no es un añadido, sino la expresión más profunda del amor que no se guarda para sí, que se hace fecundo.
El cuerpo femenino como santuario de la vida
En la maternidad, el cuerpo de la mujer se convierte en santuario del don, en lugar donde el amor se hace carne. Desde el momento de la concepción, su ser entero se orienta hacia otro: un pequeño ser humano que crece dentro de ella, totalmente dependiente, totalmente acogido.
Durante el embarazo, la mujer no posee su cuerpo para sí misma, sino que lo ofrece silenciosamente al servicio de la vida. Su sangre se convierte en alimento. Su corazón late también por otro corazón. Su respiración sostiene otra respiración. Su descanso, su energía, su cuerpo entero son ahora donación concreta y cotidiana.
En esa ofrenda silenciosa, la mujer encarna profundamente el misterio de Cristo. Como Él, da su cuerpo y su sangre por amor. Lo hace no por imposición, sino por un acto de amor gratuito y generoso, que brota de la misma raíz del amor divino.
Su maternidad no es solo biológica, sino teológica. En ella se hace visible el rostro tierno y sacrificado de Dios que cuida, protege y alimenta a su criatura.
El parto: pascua del cuerpo femenino
El momento del parto es una verdadera participación en el misterio pascual. La madre atraviesa el dolor, la vulnerabilidad y el riesgo. En ese sufrimiento redentor, nace una nueva vida.
Jesús mismo comparó el dolor del parto con la alegría de la resurrección: “la mujer, cuando va a dar a luz, siente tristeza porque ha llegado su hora; pero cuando ha dado a luz al niño, ya no se acuerda del dolor por la alegría de que ha nacido un hombre en el mundo” (Jn 16,21)
El cuidado y la nutrición: un amor que sigue entregándose
La entrega no termina con el nacimiento. La maternidad continúa en el cuidado, la ternura y la nutrición. La madre sigue ofreciendo su cuerpo: en la lactancia, en las noches sin dormir, en sus manos que sostienen, en su pecho que alimenta, en su mirada que enseña al hijo que es amado.
El cuerpo femenino, así, habla el lenguaje del don de un modo insuperable. No solo da vida, sino que la nutre, la cuida y la acompaña. La madre se convierte en icono viviente del amor de Dios, un amor que no se cansa, que se inclina, que se entrega sin esperar nada a cambio.
Donación esponsal y paternidad corresponsable
La donación de la mujer en la maternidad se une inseparablemente a la del esposo, llamado a acompañar, proteger y amar. El hombre participa de la paternidad divina, colaborando en el misterio de la creación y sosteniendo a su esposa en su entrega. Como enseña Familiaris Consortio: “la paternidad y la maternidad representan una tarea y un compromiso que ambos, marido y mujer, deben asumir juntos, con responsabilidad y amor” (FC, 25).
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El amor conyugal se hace, así, imagen viva de la Trinidad, donde las personas viven en comunión total de amor y don recíproco. En la familia, el esposo, la esposa y el hijo son signo visible de ese amor eterno que engendra vida.
Cada mujer que se entrega por su hijo, que ofrece su cuerpo y su vida por amor, participa del sacrificio redentor de Cristo. En ella se cumple de modo visible la palabra eterna del Amor: “Este es mi cuerpo, que será entregado por vosotros.”
Pilar Ramos para Ama Fuerte







