¿El hecho de tener hijos es un signo de valentía o de locura? Lo más seguro es que, si salimos a la calle a preguntar esto, obtengamos una variedad de respuestas. En este artículo indagaremos en los pensamientos que aparecen sobre todo en los mass media y los contrapondremos con nuestra perspectiva cimentada en la Palabra de Dios y basada en la Teología del cuerpo de San Juan Pablo II.
¿Qué opiniones nos ofrece el mundo hoy?
Yéndonos a los extremos, muchos pensarán que tener hijos es un paso muy osado. Más aun en los días en que vivimos, donde incluso se premia a quien asegura que no tendrá hijos (vean el artículo: “Premian a los duques de Sussex por tener solo dos hijos”).
“Menuda osadía contaminar el planeta con nuevos seres humanos”, piensan estas corrientes. Otros tantos creerán que tener hijos es signo de irresponsabilidad. Son aquellos que consideran la esterilización como un bien que aparentemente te permite libertad y menos ataduras. Es decir, aquellos que sostienen que hay que rechazar todo aquello que pueda impedir el desarrollo personal.
Según el artículo siguiente de El país, “Tener un segundo hijo deteriora la salud mental de los padres”), ¿qué adulto medianamente cuerdo se plantea tener más de uno o dos hijos?
Vayamos a un pensamiento más generalizado: tener hijos puede llegar a ser un reto económico importante. Al menos en España, no resulta algo tan sencillo ( vean el artículo “El desafío económico de criar a un hijo en España”). De hecho, la mayoría de las parejas tendrían más hijos si los números les encajasen.
Vayamos a las Sagradas Escrituras
Existe una minoría que piensa en los hijos como un bien. Es el ejemplo de unos amigos míos que recientemente se han enterado de que están esperando a su cuarto hijo (los tres mayores tienen 3, 2 y menos de un año). Está la idea de que que tienen que estar abiertos a la vida y dispuestos a que ésta venga cuando Dios nos la concede. Os puedo asegurar con certeza que el aspecto económico les puede agobiar.
Sin embargo, viven con la seguridad de tener un Padre que los ama, mucho más que a los lirios del campo. Recordemos:
Cómo crecen, no trabajan ni hilan;pero os digo, que ni aun Salomón con toda su gloria se vistió así como uno de ellos. Y si la hierba del campo que hoy es, y mañana se echa en el horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más a vosotros, hombres de poca fe?(Mateo 6, 26-33).
Ahondemos un poco más en la cuestión de los hijos, sin quitar la importancia al hecho de que un hijo, sea de quien sea, de la creencia que sea, siempre va a ser una enorme responsabilidad, un compromiso familiar y social.
Tener hijos es el hecho más natural que existe desde que comenzó la historia de la humanidad. Ya en el Génesis Dios dice al hombre: “Creced y multiplicaos” (Gn 1, 28-29). Así ha sido hasta el día de hoy.
La feminidad y la masculinidad iluminan la paternidad
Tanto el hombre como la mujer, especialmente ésta última que lleva la vida en su seno, no pueden renunciar a algo que es propio de su naturaleza. Tienen una gran misión: vivir una lucha por el sí a Dios.
La maternidad y paternidad son cometidos grandiosos, de manera que la mujer está llamada a realizar lo que Dios le pide, aquello que le hace ser más mujer, su feminidad y maternidad. Por su parte, el hombre tiene la misión de cuidar la maternidad de la mujer y custodiar el regalo de la vida. Juntos, sin ser uno mejor que otro sino diferentes, están llamados a dar vida, porque fuimos creados por amor y para amar.
Desmitificando la revolución sexual
Quizá esto es lo que en el mundo de hoy no se entiende o no se quiere entender. Actualmente nos encontramos inmersos en una cultura planificadora de los hijos. El hijo viene a formar parte de un proyecto supuestamente controlador de sus padres. Estos supuesto son consecuencia profunda de los frutos de la revolución sexual que prometía un mundo idílico sin tabúes ni restricciones de ningún tipo.
Sin embargo, la misma revolución sexual ha generado un efecto dominador sobre el ser humano, considerándolo como una especie de dios.
Es importante enfatizar, entonces que querámoslo o no, un hijo es un don de Dios. Es decir, un hijo es un regalo. Por tanto, es una persona nueva totalmente inmerecida en la vida de sus padres.
Además, un hijo es alguien que, involuntariamente, reclama ser cuidado y protegido. También es un ser que no es absolutamente nuestro. Lo único que hacemos los padres es engendrar un cuerpo, pero Dios es el que crea la vida para Él. Por ende, nunca somos los dueños de ella.
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Ya desde el pecado original vivimos en medio de esa lucha contra la serpiente, que llama a la muerte y que rechaza aquello que Dios confió a la mujer: su posibilidad de llevar vida en su seno.
Entonces, ¿traer hijos al mundo es valentía o locura? Diría que ni una ni otra, pero si tengo que elegir me quedo con la valentía (vivamos en el siglo que vivamos) de acoger la posibilidad cocreadora que da sentido a nuestras vidas.
Eva Corujo
Publicado en Ama Fuerte