El drama de la Navidad

Navidad

Sin Autor

El sacerdote jesuita José Julio Martínez, fallecido en 1996, tenía entre sus libros más destacados, una obra titulada “El drama de Jesús”, donde recoge con extraordinaria cercanía y detalle la vida, muerte y resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. El título escogido es toda una declaración de intenciones y constituye un esbozo y un adelanto de lo que el lector encontrará cuando se adentre en sus páginas.

La Navidad, tal y como se conoce hoy, es un periodo festivo en el que abundan los regalos y las reuniones familiares, acompañadas de mesas generosas y abundantes platos especiales. Aunque no todo el mundo puede disfrutar de estas condiciones, es la idea más aposentada en el imaginario colectivo.

Sin embargo, la Navidad real vs la Navidad que por algún oscuro motivo desea imponerse, nada tiene que ver con lo que realmente aconteció. O quizá sí y mucho más de lo que pensamos.

Para ponernos en contexto, el nacimiento de Jesús se produce siendo emperador Cayo Julio César Augusto; el rey de Judea, Galilea, Samaria e Idumea, el tristemente conocido Herodes. “Estando el mundo en paz”, Jesús se hace Niño, naciendo de una joven judía llamada María y de José, su esposo.

Según los escritos de los evangelistas San Lucas y San Mateo, María y José, abandonan su lugar de residencia para acudir a su lugar de origen, cumpliendo el edicto imperial de empadronamiento.

María, en avanzado estado de gestación, se pone en camino hacia Belén, junto a su esposo, pero al llegar, se encuentran con el rechazo generalizado de una población demasiado ocupada como para ayudar a una mujer a punto de dar a luz. Muy escueta es la narración de San Lucas: en apenas unas líneas, describe (o más bien cita), lo que aconteció en ese tiempo:

“Y sucedió que mientras ellos estaban allí, se le cumplieron los días del alumbramiento, y dio a luz a su hijo primogénito, le envolvió en pañales y le acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en el alojamiento.”

¿Habrá un drama mayor que no encontrar un lugar para nacer? ¿Acaso existe un inicio de paternidad y maternidad más desastroso que éste? A todas luces, la respuesta es negativa. ¡Cuánto dolor generaría esta situación en el corazón de san José! El encargo divino de velar por el Hijo de Dios empieza de la peor manera posible, no teniendo más que un pesebre para poder acostar a un bebé. ¡Un pesebre! El lugar donde se alimentaban los animales, transformado en una cuna real. Un auténtico drama para María y José, que se agrava aún más, por la importancia de la misión que les ha sido encomendada.

Éste es el drama de la Navidad, ésta es la realidad de lo sucedido: nadie tuvo a bien, acoger a una joven doncella con su esposo, para tener un techo en el que cobijarse en la admirable misión de traer Vida al mundo.

Y eso es justamente lo que está pasando de nuevo: la historia se repite. Tan ocupados estamos en las tareas de empadronamiento en el mundo, que no tenemos espacio (ni físico ni espiritual) para Jesús.

En las meditaciones que propone San Ignacio en los Ejercicios Espirituales, se recomienda vivamente el hacerse presente, el vivir de forma real las escenas que plantea en estos escritos. Arrogarnos un papel en este drama, puede conducirnos a una reflexión más cercana de la realidad.

¿Dónde estoy yo en esta historia de redención? ¿Qué papel represento en mi realidad? ¿Soy acaso uno de los que cerró su puerta ante la paciente petición de acogida de un padre apurado? ¿O soy uno de los pastores que acudió a la llamada de los ángeles? ¿O soy uno de los que ni siquiera se enteraron de lo que estaba sucediendo?

El cristianismo, entre otras cosas, se distingue por las segundas (y terceras, y cuartas…) oportunidades. Dios espera paciente a que le abramos la puerta, aunque en muchas ocasiones nos comportemos como las vírgenes imprudentes, que, no estando preparadas para la llegada del esposo, se quedaron fuera.

Todavía estamos a tiempo. Si algo trae el nacimiento de Jesús es esperanza a raudales. ¿Qué habríamos hecho nosotros en una situación así? ¿No podría Dios haber fulminado a la población de Belén con solo pensarlo, por no acoger a su Hijo? Podría, sin lugar a duda, pero la vida de Jesús es luz sobre la tierra, y aunque encarnado en un bebé, da una verdadera lección de amor, humildad y paciencia, alejada de las miserias y venganzas humanas.

Puede servir de punto de partida el pensar, al final del día, dónde he estado en el nacimiento de Jesús. La respuesta que se pueda dar a este interrogante será decisiva para volver a preguntarse dónde debería estar.

Jesús, como muy bien ilustraba Lope de Vega en uno de sus sonetos, sigue esperando en nuestra puerta: sigue buscando nuestra amistad, aunque le hayamos negado innumerables veces, aunque sean más los fallos que los aciertos o nuestros pecados como la grana, quiere emblanquecernos como la nieve.

Con este deseo debemos vivir cada día, porque la Navidad no es solo el 25 de diciembre: el drama de la Navidad sucede cada día, con una nueva oportunidad, un nuevo desafío, un nuevo reto de amor que conduzca al alma, a hacerse verdaderamente presente en ese pesebre repleto de alegría y de esperanza.

Francisco Javier Domínguez