El especialista del ejército David Santos patrullaba en Irak en 2005 cuando una bomba colocada al borde de la carretera explotó junto a su vehículo. No hubo daños personales pero le sirvió para recordar «la fragilidad de la vida, especialmente ese día».
El camino de David hacia la Iglesia comenzó cuando salió con una chica que le llevó a Misa. Comenzó a participar en el grupo juvenil de la parroquia y conoció a un sacerdote. «El P. Tony es sin duda quien me enseñó a amar a Jesús», dice el hoy P. David.
Fue mientras se confesaba con este sacerdote («mi primera vez en mucho tiempo») cuando le preguntó qué quería hacer con su vida: ‘Quiero ser un soldado de Cristo’. «El padre Tony me mira y dice: ‘Eso suena como un sacerdote’. Le dije: ‘Padre, usted sabe que tengo novia. No me interesa’. Nunca lo había pensado hasta ese momento». Sin embargo ahí quedó una semilla.
Ingresó en el ejército, en un destacamento de élite, para participar en la guerra de Irak. A su vuelta empezó a asistir a Misa con el P. Tony.
«Fue algo gradual», explica. «Incluso cuando entré en el seminario, no lo veía como ‘voy a ser sacerdote’. Entré en el seminario para discernir». «¡Me encanta ser sacerdote!», afirma ahora contundente, pasados 12 años de su ordenación.
Cuando en su ordenación le dieron a elegir entre varios cálices que habían pertenecido a otros sacerdotes, escogió uno que «en la base estaba escrito: ‘Soldado de Cristo'», recuerda, todavía asombrado por «cómo Dios puede obrar de forma tan creativa, tan íntima y tan personal en nuestras vidas».
Fuente: Aleteia