Contaba un santo la primera vez que pudo hojear la poesía gallega de Alfonso el Sabio. Se removía con esas cantigas, como la de aquel monje que pidió en su simplicidad a Santa María contemplar el cielo. Se marchó al cielo en su oración y cuando volvió de su oración no reconocía a ningún monje del monasterio.
¡Habían pasado tres siglos! Ahora entendía de una manera particular en el Sagrario. Consideraba cómo Dios se ha quedado desde hace dos mil años ahí. Para que el que quiera le pueda adorar y amar y poseer. Para que le podamos recibir en la Comunión.
¿Qué son tres siglos para un alma que ama? ¿Qué son tres siglos de dolor, tres siglos de amor, para un alma enamorada? ¡un instante!
Rafael de Mosteyrín Gordillo
