¿Por qué sólo una semana al año?

Semana Santa

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Virgen de los Perdones cargada por jóvenes costaleros de entre 18 y 22 años de la Hermandad juvenil e infantil Virgen de los Perdones y Jesús de la Esperanza de Vera (Almería).

La Cuaresma casi ha llegado a su fin y llega mi semana preferida del año: la Semana Santa. Recordamos la Pasión del Señor, Pasión gracias a la cual Él nos abrió las puertas del cielo, inmolándose por nuestros pecados. La fe católica sale durante unos días a la calle en su manifestación pública más notable: la Semana Santa, con sus procesiones, estaciones de penitencia, oficios, etc. El día más importante del año para un católico es el sábado por la noche. En la Vigilia Pascual encontramos el núcleo de nuestra fe: la Resurrección de Cristo. El sepulcro está vacío: Dios ha vencido a la muerte.

Este evento cambió no solo la historia de la humanidad, sino la historia de cada uno de nosotros: Dios nos ofrece la vida eterna. Pero ¿cómo me afecta a mí este hecho? ¿Cómo influye en mi vida? La respuesta es abrumadora: influye en todo. Influye en cada cosa que hago, digo o pienso, desde que me levanto hasta que me acuesto. La segunda persona de la Trinidad, Dios mismo, ha derramado hasta la última gota de su sangre para que yo me pueda salvar. La pregunta más bien sería: ¿cómo no va a influir esta realidad en mi vida?

 Virgen de la Soledad cargada por niños de entre 8 y 12 años de la Hermandad juvenil e infantil Virgen de los Perdones y Jesús de la Esperanza de Vera (Almería).

Cada año veo en mi pueblo veo esa manifestación de fe. Me emociona ver a todos los vecinos acompañar a Cristo y a la Virgen en su dolor, a los jóvenes costaleros de la Virgen de los Perdones decir “una madre nunca pesa” al tiempo que se van “al cielo con ella”. El amor y el sufrimiento se unen en la cruz que Cristo carga y, en su camino, todos le acompañan. En todo este contexto me surge la pregunta que titula esta pequeña reflexión: ¿Por qué solo una semana al año?

El obispo de Orihuela-Alicante, Mons José Ignacio Munilla, preguntaba en su homilía del Domingo de Ramos a los niños: “¿De una manzana os coméis la cáscara o lo de dentro?” Los niños, sorprendidos por la pregunta, contestaban que obviamente comían lo de dentro. Esto es la Semana Santa, el bello y brillante recubrimiento de un gran fruto: la religión católica, con su Iglesia, sus creencias, mandamientos y sacramentos, que nos llevan por el camino de nuestra salvación.

Nuestro Señor Jesucristo nos exhorta en el Evangelio a vivir una fe, no de mínimos, sino de máximos: “y el que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí” (Mt 10:38). Cristo nos pide que lo demos todo por Él, pero es imposible darlo todo en una semana al año. Todo se da cada día, en cada pequeña acción de nuestro corazón.

Jesús de la Esperanza cargado por jóvenes de entre 13 y 17 años de la Hermandad juvenil e infantil Virgen de los Perdones y Jesús de la Esperanza de Vera (Almería).

¿No es maravilloso para un cofrade descubrir que puede acompañar a Cristo en su sacrificio vivo todos los días en el altar, en la celebración de la Santa Misa? El sepulcro está VACÍO. Cristo nos está esperando VIVO en el Santísimo Sacramento del altar. Quiere que hablemos con Él, que le contemos lo que nos preocupa, que le pidamos por lo que nos cuesta, que le escuchemos en sus consejos. Y no solo eso, sino que uno puede unirse a Él en cada comunión.

Los pasos y las imágenes nos acercan a Él, pero en la comunión nos volvemos uno en Él. En cualquier parte, no solo en la procesión viendo su imagen, podemos hablar con nuestra madre con tan solo decir “Avemaría”. En el Santo Rosario, que ella misma entregó a Santo Domingo, encontramos la puerta al amparo de su manto y su cariño materno. “María es el camino más seguro, el más corto y el más perfecto para ir a Jesús” dijo San Luis María Grignon de Montfort.

Además, ¿hay algo más contracorriente hoy en día que ser cristiano? En un mundo que ataca constantemente a Cristo y a nuestra purísima madre María lo más revolucionario es rezar, ir a misa dominical todas las semanas, ser castos y modestos en el vestir, ofrecer sacrificios, confesarse y comulgar con regularidad. La Semana Santa es la representación exterior de una fe interior que tenemos que alimentar cada día, con nuestra oración, el ejercicio de nuestras virtudes, el cumplimiento de los mandamientos y recibiendo los sacramentos. Todo ello para que cada año vivamos con más fervor la mejor semana del año y, en cierta manera, no se quede en “solo una semana al año”.

María Álvarez Oliver