Javier Pereda Pereda

En el diálogo entre Poncio Pilato y Jesús de Nazaret en el pretorio se plantea un interrogante crucial para el destino de la humanidad: “¿Qué es la verdad?”. Cuando el prefecto romano le pregunta si es el rey de los judíos —al trasladarle una de las acusaciones formuladas contra él por el Sanedrín—, le responde que su reino no es de este mundo, porque si no sus servidores lucharían para que no fuera entregado a los judíos.

Ante la repregunta del juez de Judea, confirma su afirmación: “Tú lo dices: yo soy Rey”. Y acto seguido, sin solución de continuidad, viene a resumir en una sola frase la razón de su misión: “Para esto he nacido y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad; todo el que es de la verdad escucha mi voz”. Para un relativista como Pilato aquella aseveración resultaba, en cierta forma, incomprensible. Por eso replica con displicencia e ironía: “¿Qué es la verdad?”.

La verdad —para los clásicos latinos “veritas” y los griegos “alétheia” (lo que es verdadero)— constituye la gran cuestión de los filósofos de todas las épocas. Para algunas corrientes como el realismo de Aristóteles o Santo Tomás de Aquino, la verdad es la adecuación entre la realidad y el conocimiento; el racionalismo de Descartes rompió con la tradición occidental al anteponer la razón: “cogito ergo sum”; para el idealismo alemán de Kant y Hegel la base de la realidad es el pensamiento; o el relativismo de que “nada hay verdad ni mentira, todo es según el color del cristal con que se mira”.

Este procurador escéptico tenía competencia para conocer de la ejecución de la sentencia de muerte a Jesús, y le exigía que respondiera porque tenía potestad para soltarle y potestad para crucificarle. Pero Yeshúa, su nombre en hebrero, le contesta que no tendría potestad alguna sobre Él, si no se le hubiere dado de lo alto, de Dios. Al emitir el fallo de su sentencia estaba siendo juzgado. De hecho, este “gubernator” en tiempos del emperador Tiberio Julio Cesar Augusto, después de declarar en reiteradas ocasiones inocente al reo, accede a condenarle ante la insistencia, el odio y la envidia de la aristocracia del templo.

Para Pilato la verdad —“¿Quid est veritas?”— es acomodaticia, según la conveniencia, no se la plantea, y eso que estaba frente a ella: “Vir qui adest”. Hace un intento de interesarse por ella, pero su escepticismo gnoseológico le lleva a abandonar semejante planteamiento que puede llegar a comprometerle. Su dictamen es político, salomónico, quiere contentar mediante un apaño a las partes que presentan posturas antagónicas. Se plantea el dilema de absolverle de los cargos formulados en su contra o de ceder a las presiones de la mayoría de los integrantes del Sanedrín, que obstinadamente solicitaban la crucifixión.

Su mujer, Procla, ajena a veleidades políticas le aconseja sobre su inocencia. La forma de proceder del juez romano no se ajusta ni a la razón ni al derecho, porque declarándole inocente transige en condenarle a muerte, haciendo dejación de sus funciones. Antepone mantenerse en su cargo, mediante la aquiescencia de las élites judías, a dictar una sentencia según la verdad y la justicia.

Para Kelsen, Pilato sería el modelo de un demócrata, porque no atiende al criterio de la verdad, pues piensa que no existe o es inalcanzable, y se vuelve al principio y los dictados de la mayoría. La condena de Dios por parte del hombre no se basa en la verdad, sino en la prepotencia de una engañosa conjura.

Esta es la posverdad de la historia del hombre de nuestro tiempo. Esa condena es la de tribunales de regímenes de opresión totalitaria o la de los parlamentos democráticos en los que, bajo el pretexto del positivismo jurídico, condenan a muerte al hombre aún no nacido. Antes que la postura de la mayoría —explicó Benedicto XVI en el Bundestag alemán—, habría que escuchar a la razón y la naturaleza humana.

En la misma tesitura de Pilato nos encontramos cada vez que tenemos que elegir entre asumir en conciencia y con valentía la verdad o volver de nuevo a condenar cobardemente a muerte a Jesús. Porque, como nos aconseja la misma Verdad, si permanecemos en sus palabras, conoceremos la verdad, “Veritas liberabit vos”, y la verdad os hará libres.