Salvador Arellano LC: «El diaconado es una etapa de servicio»

Entrevistas, Experiencias, Testimonios

  1. ¿Quién es Salvador Arellano?

Soy Salvador Arellano Gutierrez, soy Legionario de Cristo desde el 2009 cuando ingresé al Noviciado en Monterrey.

Soy Licenciado en Informática por el Instituto Tecnológico de Durango, y también Licenciado en Humanidades por la Universidad Anáhuac. Estudie los bachilleratos europeos en Filosofía, y también en Teología, en Roma. Me gustan mucho todas las artes, como la literatura y el cine, pero sobre todo la música, no sólo escucharla sino también hacer música. Desde niño me gusta mucho cantar y tocar la guitarra.

Durante mi formación me he preparado mucho para ser director espiritual, y así acompañar a las personas en su camino de vida, desde su realidad cotidiana: para que puedan conocer más a Dios, reconocer cómo se les manifiesta su amor, y cómo les llama a una vida de amistad con Cristo, vida de plenitud. Me ha gustado mucho acompañar especialmente a jóvenes. De hecho actualmente estoy colaborando como capellán de la Universidad Anáhuac campus Querétaro.

  1. ¿Cómo fue su ingreso en la Legión de Cristo?

La verdad, nunca había considerado ser sacerdote. De niño quería ser artista, o doctor, y luego de adolescente quería ser un líder político católico y colaborar con un mejor país, y un mejor entorno. Siempre tuve grandes ideales de cambiar el mundo a través de la participación social, y poner mi granito de arena para construir un mundo mejor para todos.

Y bueno, aún echándole todas las ganas a la escuela, había una actividad a la que le invertía mucho tiempo: a la música. Siempre me involucraba en los grupos de música en la escuela, incluso organicé varias bandas de rock entre amigos. Así fue como también me acerqué más a la Iglesia: cantando en retiros y actividades para jóvenes. Así conocí el ECYD, el grupo de adolescentes que promueven los Legionarios de Cristo. Me invitaron a colaborar, y fui conociendo la espiritualidad evangelizadora del Movimiento Regnum Christi, y me encantó. Me identifiqué muchísimo con la idea de formarme y ayudar a formar a cristianos comprometidos, que a través de un encuentro personal con Jesús, abracen el Reino de Cristo en su corazón, y ayuden con todas sus ganas a colaborar a que más personas vivan esa experiencia, para que Cristo reine en la sociedad.

Cuando comencé a percibir la llamada de Dios, -no como una voz sobrenatural, sino como una experiencia de amor que se desborda-, no fue fácil dejar mis proyectos personales, pero Dios me dio la gracia necesaria y yo fui colaborando. Así poco a poco fui disponiendo mi corazón, y mi vida, para dejarlo todo, y seguirle a Él.

  1. ¿Qué fue lo más difícil de soltar al momento de entrar en el seminario?

Creo que fue dejar a un lado mi idea de plenitud personal. Antes de conocer mejor a Dios, uno se crea ideas de felicidad y de plenitud, muy pequeñas en comparación con aquello a lo que Dios nos llama, y a lo que Dios nos ayuda a lograr. Por más grandes que sean nuestros ideales y nuestros proyectos, son muchísimo más pequeños que aquello que Dios nos tiene preparado. ¡Si tan sólo aprendiéramos a escuchar a Dios en el día a día, en nuestra realidad cotidiana!

Si eso aplica en la vida de una persona laica, en la vida religiosa tiene un matiz especial. Incluso cuando decimos seguir a Dios podemos crearnos una imagen propia de la felicidad, de la santidad. Y esas imágenes pueden convertirse en ídolos, en manifestaciones de nuestro egoísmo, de nuestra vanidad, de nuestros miedos y apegos, o de nuestras cortas miras.

Así que lo más difícil al momento de entrar en el seminario, es también lo más difícil dentro del seminario, y lo más difícil, creo, de la vida en general: abandonarse a la voluntad de Dios, con una confianza plena, y una colaboración activa en lo que Dios quiera: confiar y orar como si todo dependiera de Dios, trabajar y obrar como si todo dependiera de mí.

  1. ¿Qué es lo que le ha motivado para perseverar durante su formación?

Dos cosas: la primera ha sido la relación con Dios. Es decir, si me preguntas qué me ha motivado a perseverar, yo te respondo eso. Para seguir adelante hay que hacer consciencia de la presencia de Dios en mi vida, experimentar que Dios camina conmigo. Lo vemos en el Evangelio: antes de mandar a los apóstoles, antes de las grandes obras (de ellos), antes de las grandes conversiones, antes de los sacrificios, antes del martirio, antes de todo lo que ellos hicieron o hubieran pensado hacer, antes que todo eso, estuvo el dulce amor de Jesús, su ternura y cercanía, antes de los sueños de los hombres estuvieron los sueños de Dios. Por eso estoy convencido de que lo que me ha hecho perseverar hasta ahora ha sido que Dios nunca ha faltado, aunque a veces se nos esconda poquito o se nos disfrace -como a Magdalena en la resurrección-, o no lo queramos ver porque nuestra mirada esté muy mundanizada: Dios no se ausenta.

La segunda cosa ha sido la compañía de la Iglesia, manifestada especialmente en la cercanía y el ejemplo del Papa. Ya desde pequeño sentía mucha admiración por el Papa Juan Pablo II. Pero en los años complicados que hemos vivido como Congregación y Movimiento, yo me he sentido privilegiadamente acompañado por la Iglesia en la figura de Pedro. En mi tiempo de religioso, durante los primeros años la intervención del Papa Benedicto fue crucial para ayudar a rectificar las cosas que no andaban bien. Y desde hace casi 10 años, el ejemplo impresionante del Papa Francisco, esa revolución, renovación, reforma… como le quieran llamar, esa Iglesia en salida, esa Iglesia hospital de campaña, esa conversión desde las periferias existenciales, esa cultura del encuentro, esa realidad dialogante, ese discernimiento de los signos de los tiempos, ese caminar juntos, y sobre todo, ese ejemplo de pastor con olor de oveja que refleja a Cristo Buen Pastor, es algo que me motiva mucho, que me interpela, que me sacude la conciencia ante las tentaciones de mundanidad espiritual, y cuya audacia y parresía me hace experimentar que, en medio del caos en que vivimos, es éste el mejor momento para ser sacerdotes de Cristo y de la Iglesia.

  1. ¿Cómo un diácono puede aportar a la cultura del encuentro?

El diaconado es una etapa de servicio, no de ejercicio del sacerdocio (CLC 1569). No es que en las otras etapas no haya servicio, pero cuando leemos en la Biblia y el Catecismo acerca del diaconado, se enfatiza que el diácono está para ayudar al obispo y a los presbíteros: es una etapa para servir al Pueblo de Dios a través del ministerio de la Eucaristía, la proclamación del Evangelio y la predicación, la asistencia y bendición del matrimonio, y la caridad operante en las obras de la misericordia.

Así que, como diácono, creo que mi forma de aportar a la cultura del encuentro será buscar servir de puente a través del humilde servicio a los demás, especialmente a través de la caridad, para que los hombres se encuentren con Dios. No es que esté diciendo que yo sea humilde, jejeje, sino que pida la gracia a Dios de ser un humilde servidor de mis hermanos, especialmente los que más lo necesiten, para que se encuentren con Cristo, y como hermanos nos reconozcamos hijos de un mismo Padre.

  1. ¿Cómo piensa que los cristianos podemos mostrar nuestro amor y respeto al Papa en estos tiempos de desinformación?

Nunca habíamos tenido un acceso tan basto e inmediato a la información como ahora, y por eso estamos tan desinformados. A este tiempo se le llama ‘era de la postverdad’, no por que la verdad haya desaparecido o haya sido superada, sino porque poderosas herramientas de información están al alcance de personas que, con egoístas intereses políticos, económicos o ideológicos, las usan para difundir mentiras y manipular a los demás. A veces parece que, a fuerza de repetir con frecuencia una mentira, ésta se convirtiera en verdad, al menos en el imaginario de las personas, no en la realidad.

Como Iglesia no estamos exentos de este fenómeno. Creo que se nota desde la historia del desarrollo del Concilio Vaticano II, cuando algunos medios sesgaban la información y malinterpretaban la labor de la Iglesia. Pero esto ha llegado a niveles clamorosos aún al interior de la Iglesia, desde cuando gobernó Papa Benedicto, y ahora con Papa Francisco. Porque ataques desde fuera, siempre va a haber; pero es triste ver que haya quienes incluso considerándose católicos, caigan -con o sin mala intención- en teorías conspiranóicas; o que abracen y defiendan principios de doctrinas económicas o políticas alejadas y contrarias Evangelio y a la Doctrina Social de la Iglesia; y que se den a la tarea de calumniar o sembrar sospecha entorno a Papa Francisco. Nada más anti-católico que eso. ¡Si vamos en la misma barca! ¿Cómo atreverse a atacar Pedro? Es como desconfiar de las Palabras de Jesús: “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, los poderes del infierno no prevalecerán contra ella”; o desconfiar de la Providencia del Padre, que a través del Espíritu Santo da una gracia especial a los cardenales que eligen al Pontífice.

Bueno, pues como cristianos podemos contribuir yendo a las fuentes. La Fuente por excelencia es Jesucristo, así que vayamos a su Palabra, y en atención a ella, a la Tradición viva, al Magisterio de la Iglesia, integralmente hasta el de Papa Francisco. Hay que tener humildad para aceptar con cariño y verdadera adhesión efectiva y afectiva al Papa. Conocer en primera mano sus enseñanzas y vivir al paso de la Iglesia, caminando juntos.

Salvador Arellano