El profesor Miguel Ángel Quintana Paz escribe un artículo en The Objective que sirve como rendido homenaje a los educadores de su infancia, en centros de poco brillo, pero que le marcaron profundamente.
«De hecho, el nombre de mi primera maestra no podría ser más sencillo: María. O, seamos precisos, la señorita Mari. Su importancia fue crucial: se trata de la mujer que me enseñó a leer. Lo hizo de modo misterioso: cuidaba a decenas de niños (¿40, 50?) en nuestra guardería parroquial.»
Recuerda que en cierta ocasión se partió la barbilla y dicha profesora tardó en darse cuenta mientras Quintana sangraba profusamente. «No se lo puedo reprochar. En la vida hay que aprender a llorar solos también.»
En la guardería aprendió canciones, a contar y también a rezar. «Teníamos una virgen cuya serpiente a los pies me daba un poco de miedo, pese a que estos la aplastaran».
Después pasaría a un colegio concertado, hasta los 18 años, perteneciente a la Hermandad de Sacerdotes Operarios. De este colegio destaca que le «enseñó a huir de dos vicios: el clericalismo y el anticlericalismo. Ambos surgen del mismo error: esperar que los sacerdotes sean humanos, de algún modo, aparte de todos los demás. Se hablaba de religión, pero no se agobiaba con la religión. A veces leo a escritores obsesionados con clérigos tétricos que les amargaron su infancia franquista; me resultan siempre tan ajenos como Marco Polo con sus peripecias orientales»
Puedes leer este artículo completo en The Objective, en el Quintana Paz habla sobre lo que ha supuesto para él, entre otras cosas, la enseñanza religiosa en su infancia.