Podría haber bajado de forma portentosa, con espectáculo, como cualquier hombre hubiera imaginado la manifestación de un Dios en la Historia.
Podría haber hecho su entrada triunfal en la madurez de la vida, con todas las facultades humanas en pleno apogeo.
Podría haber prescindido de padre y de madre y de familia, incluso haberse reproducido desde una primera célula aislada.
Podría haber venido de mil formas y maneras, si no fuera porque, en verdad, era un Dios el que venía.
Por eso, preguntó a una virgen si quería ser Madre y esposa de un Dios que quería hacerse niño. Y, por si aquello no fuera suficiente, quiso, para que a su humanidad nada le faltara, depender de otro sí quizás más incomprensible todavía. Y así fue cómo un joven artesano se encontró, sin pretenderlo, ante el desafío más grande de la Historia: dar a Dios una familia.
¿A qué este empeño en tener padre y madre? ¿A qué este riesgo de someter el plan divino a la humana libertad de una joven y un joven recién desposados? ¿Qué le importaba a todo un Dios dónde y cómo y con quién compartiera su aventura humana? ¿Por qué un Dios se hizo vulnerable hasta ese extremo?
Porque Dios es amor. Y un Dios que es amor no puede hacerse hombre en otro lugar que no sea el del amor, la familia, el lugar del hombre. Esta es, creo, la razón de esta rara decisión de un Dios que quiere nacer en una familia, y éste el mensaje que expresaba: cuanto más capaz de amar es el ser humano, es decir, cuanto más perfecto es y más se asemeja a Dios, más necesita la familia para realizarse. La familia: el único e insustituible lugar donde el ser humano es amado por el mero hecho de existir (y no por lo que tiene, sabe o aporta), por lo que es y también por lo que no es y nunca llegará a ser.
La familia es, sí, el lugar del hombre porque antes fue el lugar de Dios.
¡Feliz Navidad!
Del blog Familiarmente de Javier Vidal Quadras