Las cuerdas del Laud

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Esta semana en una estación del Metro de Madrid encontré a un tipo al otro lado de las vías que estaba cantando con su guitarra pidiendo a cambio unas monedas. No lo hacía nada mal, pero de pronto una de las cuerdas de su guitarra española se rompió. Lastimado, recogió sus cosas, las –imagino- pocas monedas recaudadas y se fue para su casa. Yo seguí esperando mi tren.

Cuentan que hace años unos jóvenes fueron a su maestro preocupados porque uno de sus compañeros había decidido caminar descalzo para ver si con ese sacrificio conseguía mejorar algunos de sus propósitos. Este joven era muy bueno tocando el laúd, y el maestro lo mandó llamar:

– Vamos a ver, joven –le dijo el maestro- si tú tensas demasiado las cuerdas de tu laúd ¿cómo suena?

– Pues suena mal, maestro, además de que corro el riesgo de que se quiebren las cuerdas.

– ¿Y si dejas las cuerdas demasiado flojas?

– Entonces, maestro, no suenan y corro el riesgo de que se enreden unas con otras e igualmente se rompan.

– ¿Y cómo suenan si no las dejas ni tensas ni flojas?

– Entonces, maestro, suenan que es un primor.

Así debe ser el esfuerzo que cada uno de nosotros debe aplicar sobre sí mismo en nuestro camino de mejora personal o profesional. Ni muy débil, ni excesivo, sino el adecuado. Sin esfuerzo, nada puede llevarse a cabo. Se requiere un esfuerzo mantenido, constante y sabiamente aplicado. De nada sirve si es obsesivo y nos hace sentir culpables. Y de nada sirve si no hay esfuerzo, porque sin él, no hay resultado.

La clave está en saber hacer y saber esperar (¡qué necesaria es la paciencia!). El esfuerzo bien aplicado, es decir, la justa perseverancia, acaba llevándonos al esfuerzo sin esfuerzo.

Del Blog de nuestro amigo Carlos Andreu al que puedes acceder en el enlace que te he puesto