¿Cuánto cuesta una sonrisa? ¿Y cuánto vale?

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Os transcribo, por gentileza de su autor, este post del blog de Luis Galindo para que os pongáis manos a la obra:

Esta semana quiero hablaros de la importancia de la sonrisa en nuestras relaciones con los demás. De lo que, a veces, nos cuesta sonreírle a alguien que lo necesita y de lo sanador que puede llegar a ser para esa persona recibir una sonrisa. Y más aún, de lo gratificante que es para uno mismo ser capaz de hacer un poco más feliz a esa persona sólo con una sonrisa sincera.

¿Os cuesta sonreír? ¿Cuánto cuesta una sonrisa? ¿Sabéis lo valiosa que es?

Hoy voy a contaros una historia que he leído y que me ha parecido preciosa. Se llama ‘El atardecer de la vida’ y está narrada en primera persona.

“Allí estaba… sentado en una banqueta, con los pies descalzos sobre las baldosas rotas de la vereda; gorra marrón, manos arrugadas sosteniendo un viejo bastón de madera; pantalones arremangados que dejaban libres sus pantorrillas y una camisa blanca, gastada, con un chaleco de lana tejido a mano. El anciano miraba a la nada…

Y el viejo lloró, y en su única lágrima expresó tanto, que me fue muy difícil acercarme a preguntarle, o siquiera consolarlo. Pasé frente a él, mirándolo. Al girar su cabeza fijó en mí su mirada. Entonces le sonreí y lo saludé con un gesto, aunque no crucé la calle… no me animé, no lo conocía, y aunque pensé que aquella lágrima mostraba una gran necesidad, seguí mi camino, sin estar muy convencido de estar haciendo lo correcto.

En mi camino guardé la imagen, la de su mirada encontrándose con la mía.

Traté de olvidarme. Caminé rápido como escapándome. Compré un libro y, al llegar a mi casa, comencé a leerlo, esperando que el tiempo borrara esa presencia…. pero esa lágrima no se borraba…

Los viejos no lloran así por nada, me dije.

Esa noche me costó dormir, la conciencia no entiende de horarios, y decidí que por la mañana volvería a su casa y conversaría con él, tal como entendí que me lo había pedido.

Por la mañana, preparé café, compré galletas, y muy deprisa fui a su casa convencido de tener mucho de qué hablar.

Llamé a la puerta y salió otro hombre.

– “¿Qué desea?”, preguntó.

– “Busco al anciano que vive en esta casa.”

– “Mi padre murió ayer por la tarde”, dijo entre lágrimas.

– “¿Murió?”, dije decepcionado. Las piernas se me aflojaron, la mente se me nubló y los ojos se me humedecieron.

– “¿Y usted quién es?”, volvió a preguntar.

– “En realidad, nadie”, contesté. Y agregué: “ayer pasé por la puerta de su casa, y estaba su padre sentado, vi que lloraba y, a pesar de que lo saludé, no me detuve a preguntarle qué le sucedía… hoy volví para hablar con él, pero veo que es tarde.”

– “No lo va a creer pero usted es la persona de quien hablaba en su diario.”

Extrañado por lo que me decía, lo miré pidiéndole más explicación.

– “Por favor, pase”, me dijo.

Y me mostró su diario que, en la última hoja, contaba:

– “Hoy me regalaron una sonrisa plena y un saludo amable… hoy es un día bello”.

¡Es maravilloso tener ese poder de transformar el día de alguien (en este caso, el último día) por un simple saludo, por una simple sonrisa!

Nunca debemos olvidarnos de que somos seres sociables y que nuestra esencia pasa por relacionarnos con los demás, entenderlos, esforzarnos por aceptarlos como son, crear un clima de confianza, escucharlos y mostrarnos ante ellos de la manera más agradable posible: con una sonrisa franca.

Cuando somos capaces de entender las necesidades de la otra persona -como el joven de esta historia- establecemos con ella una relación mucho más humana y más saludable. Se trata de ser generoso aquí también. Ser generoso con nuestra escucha, con nuestra atención, con nuestro tiempo, con nuestra sonrisa, con nuestros gestos de cariño…

Y nunca, nunca sabremos lo que ha podido suponer para esa persona recibir una sonrisa franca. Puede que nunca lleguemos a ser tan privilegiados como el joven de esta historia y no conozcamos las consecuencias directas de nuestra acción, pero estoy seguro de que cada una de nuestras sonrisas contribuye a hacer el día un poco más fácil a aquéllos con los que nos cruzamos cada día.

¿De verdad que cuesta tanto sonreír?

Pues si sois de los que os cuesta, os contaré un secreto: cuando adoptéis el hábito de ir por la vida con una sonrisa ¡vosotros también os sentiréis mejor! Las investigaciones apuntan a que sonreír puede ayudarnos a reducir el nivel de las hormonas relacionadas con el estrés como el cortisol, la adrenalina y la dopamina y aumentar la segregación de endorfinas, así como reducir la presión sanguínea. Dicen que los niños sonríen una media de 400 veces al día mientras que los adultos nos quedamos en 20…

¿Os atrevéis a romper esa estadística? Ahora que ya sabéis lo que valen… ¿Os animáis a repartir sonrisas?

Aquí os dejo el enlace a esta entrada del blog: Luis Galindo