A través del diario ABC de Sevilla podemos conocer este testimonio de generosidad hasta el final, superando el dolor para dar vida a otros:
Pocas cosas pueden conmocionar a un pueblo como la muerte inesperada de alguien joven. Por injusta, por irracional, porque es de esas cuestiones de la vida que menos sentido tiene. Javier Sánchez Cortés se ha ido para siempre. Un aneurisma cerebral se lo ha llevado con 25 años, cuando empezaba a vivir. Pero su familia ha decidido que Javier no sólo iba a continuar en su memoria, sino en otras vidas que tenían fecha de caducidad y que, gracias a sus órganos, han nacido de nuevo.
A este consuelo se agarran su madre, Lourdes Cortés, su padre Javier Sánchez, sus hermanos, Jesús y Alfredo, su novia, Celia Martín, y el resto de familiares y amigos. Porque cuando la sinrazón te sacude, ¿qué puedes hacer para mostrar que no te vencerá del todo? Y a ese consuelo se aferra también David Portillo, su compañero de trabajo que no se despegó de él desde el momento en que se sintió mal.
Todos, juntos, en el peor momento de sus vidas, se reunieron para dar permiso a Coordinación de Trasplantes del Hospital Virgen del Rocío para que Javier continuara viviendo en el cuerpo de otras personas a las que les ha dado una nueva fecha de nacimiento este fin de semana. No sabrán sus identidades, porque la Ley de Trasplantes no lo permite, pero da igual, están seguros de que Javier ya no sólo estará en su memoria y en sus corazones, sino físicamente en otras maravillosas vidas.
La donación es un acto de generosidad
Cuando a una familia le toca vivir momentos tan terriblemente dolorosos como la muerte inesperada de un hijo, decidir donar los órganos para que otros seres vivan, muestra, según el doctor José Pérez Bernal, «ser de una categoría especial porque ante tanto dolor toman una decisión sabia y muy generosa».
José Pérez Bernal es actualmente coordinador de Trasplantes del Colegio Médicos de Sevilla. Ha visto a muchas familias destrozadas que sacan fuerzas de donde no la hay para donar parte de sus seres queridos y hacerlos vivir en otros. «Es un acto de generosidad tan inmenso que se convierte en bálsamo y consuelo», cuenta este especialista.
Y esta gran familia del joven arahalense, llena de hijos, sobrinos, tíos, primos, ha decidido que la muerte hay que sentirla como la vida. Han abrazado y besado a todos los que este domingo pasaron por el tanatorio para dar sus condolencias. Javier era el segundo de tres hermanos, muy conocidos en Arahal. «Estaba metido en toda», por eso había tanta gente dándole el último adiós.
Porque Javier fue el que acompañó a su hermano Jesús en su labor de voluntario de Protección Civil y, además, practicaba la escalada.
Javier ha sido solidario hasta el final porque gracias a lo bien que se cuidó será el responsable de que otras personas transformen sus sueños de subir montañas en una realidad, respirando oxígeno hasta por los poros de la piel. Mirando cada rincón del mundo, como él miraba a su novia o a su madre, a las que adoraba, o cuando desde la cima de una montaña miraba el horizonte, según sus familiares.
Sus padres se consuelan al menos con el hecho de que Javier seguirá sonriendo por medio de los ojos de otras personas, como hacía cada vez que alguien en su caseta de feria cogía el móvil para plasmar el momento en un selfie, al igual que en cada foto del álbum familiar. «No hay ni una foto de él serio, siempre sonriendo», dicen. El «chico», como lo conocían en su entorno familiar, tenía el semblante de su padre y la sonrisa de su madre.
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