Propósito de verano: de la extimidad a la intimidad

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Hace unos meses recibí a una paciente por primera vez. Era de origen extranjero, bloguera y con más de 300 mil seguidores en Instagram.Acudía a un evento de moda en Madrid, y había aprovechado para solicitar cita conmigo. Durante una hora habló, lloró y expresó la causa de su tristeza y frustración. Tenía una relación complicada con su pareja, también del mundo de las redes sociales, a quien había conocido a través de una aplicación. Reconoció que en varias ocasiones le habían surgido ideas de hacerse daño y en esos momentos para evitarlo bebía hasta quedarse dormida. Estando en consulta sonó una alarma de su móvil; se disculpó solicitando ir al baño y volvió unos minutos después perfectamente maquillada y peinada. Me quedé atónita cuando me pidió que le hiciera una foto con un cuadro que tengo en la consulta, “mis seguidores saben que a las 12 am subo siempre una foto”, se justificó. Dicho y hecho, ¡desde mi despacho!, actualizaba su red con una foto y una cita sobre el notificaciones sobre la foto. “Gracias a esto me siento bien, me sirve de vía de escape”, me explicó.  Cuando dejó mi consulta, una hora más tarde, me quedé pensando lo que había sucedido.
La juventud de hoy en día vive en gran parte esclava y sumamente mediatizada de una u otra forma por las redes sociales. Existe una auténtica obsesión por alcanzar cierto número de seguidores o de  “likes” en cada comentario, foto o video que uno sube a las redes. Las cifras son mareantes: se calcula que este verano habrá más de 350 mil millones de likes en redes sociales, las cuales tienen, sólo en España, más de 10 millones de usuarios.

Analicemos la psicología de este fenómeno: nos encontramos ante un intercambio de vida personal de amigos, conocidos o gente que simplemente nos llama la atención por algún comportamiento o rasgo de su vida. Es una forma de “Voyeurismo virtual” que está teniendo un éxito brutal, impactante y desmesurado debido a que  disfrutamos al contemplar la vida de otros a través de una pantalla. Ello genera a su vez un efecto llamada, pues nos invade a su vez el deseo constante de mostrar nuestra vida del mismo modo. Las redes son una ventana indiscreta por la que uno observa y se deja mirar. La intimidad ha dejado de ser un valor admirable.En una competición alocada para lograr tener más amigos, más likes, y mayor “éxito” entrecomillado, los límites se vuelven más y más difusos. Cada vez más jóvenes suben fotos íntimas, de su cuerpo, de sus hijos menores de edad, de contenido sexual… ¡incluso hace unos días me enviaron una grabación de una madre retransmitiendo en directo su parto!

¿Qué está sucediendo? Hemos dejado paso a la extimidad; término acuñado por Jacques Lacan en 1958, refiriéndose a la “tendencia de las personas a hacer pública su intimidad”. Ahora este concepto está alcanzando su máximo apogeo. Lo que antes se suponía privado e íntimo, ahora se muestra sin cortapisas y se comparte con conocidos y desconocidos. El problema ya no es sólo la obsesión por la gloria virtual de tener muchos seguidores, ni tampoco el desnudar nuestra intimidad a los demás; lo verdaderamente grave es que este fenómeno está afectando a nuestra forma de ser, de vivir y de relacionarnos. Los científicos del comportamiento saben que uno no actúa igual cuando vive una experiencia real que cuando se sabe observado y analizado por otros. El cerebro y las emociones no reaccionan del mismo modo si se saben escrutados. La libertad y la forma en la que actuamos cuando vivimos de forma discreta (¡o simplemente normal!), no tiene nada

que ver si nos sentimos vigilados o estudiados por otros. La vida de la mayor parte de los jóvenes se ha convertido en un Show de Truman, o más aún, en un Gran Hermano constante al que “voluntariamente” estamos aportando información sobre nuestra vida privada.

Mientras nuestros contactos virtuales aumentan a pasos agigantados, nuestra vida -cada vez más exigente y solitaria- nos impide cuidar a nuestros amigos reales. ¿No se estarán convirtiendo los amigos virtuales en una vía de escape ante el vacío que sienten algunas personas? ¿Tendríamos esa dependencia de las redes sociales si nuestra vida estuviera tan llena como aparentamos?

Entendamos el concepto like. El número de likesrecibidos influye no sólo en la popularidad, sino en el sentimiento de gratificación y autoestima que uno experimenta. Todo ello lleva a un estado de vulnerabilidad constante que deriva en jóvenes profundamente inseguros. La identidad que vamos fraguando en el siglo XXI se edifica a base de lo que el mundo virtual dice u opina de nosotros. De hecho estamos observando cada vez más casos de personas con síntomas de ansiedad o depresión debido al mundo de las redes sociales. “Me distrae saber qué están haciendo mis amigos”; “me evade ver gente con gusto que decora sus casas”, “siempre pasan cosas en Instagram”, “¿verá esta foto mi ex?”, “¿molestará a los del trabajo-si ven esta foto- saber que estoy en este lugar?”, “¿por qué hoy nadie da like a mis fotos?”, “habrá gustado este comentario que he subido?”…

Instagram no deja de ser un acto de exhibición de la intimidad de los que la muestran. Aunque cueste creerlo, la verdadera felicidad se halla en el encuentro con la realidad, no con el mundo desvirtuado y pasado por filtro de las redes sociales.


Participé hace unos días en una jornada, en Naciones Unidas en Ginebra, sobre el efecto de la pantalla en la educación con un grupo de personas de lo más interesante. Escuché un comentario sobre las redes sociales que me pareció francamente acertado, “es un dispensador automático de afectos”. El ser humano emplea las aplicaciones digitales (de forma inconsciente pero plenamente consciente por parte de los programadores informáticos)

para sentir y percibir gratificaciones constantes.
Insisto mucho en la importancia de conocerse para alcanzar una correcta gestión emocional.Para ello, es necesario que exista una unidad de criterio entre estas cuatro facetas de la vida:
–        Lo que los demás piensan de mí: mi imagen;
–        Lo que creo que soy: el autoconcepto;
–        Lo que soy en verdad: mi esencia
–        Lo que muestro en las redes: mi e-imagen.

El no tener un correcto equilibrio entre estas cuatro facetas afecta de forma profunda al comportamiento y al desarrollo de las emociones y acaba corrompiendo a la persona por dentro.  Es curioso como el ser humano está diseñando su identidad, su propio yo, según su e-imagenMuchos jóvenes viven obsesionados con el tipo de foto que suben a las redes, intentando resaltar una imagen que en ocasiones no encaja con la vida real.

El postureo existe… los filtros mandan. Existen aplicaciones y botones para clarear, estilizar la figura, cambiar el tipo de luz… Esa imagen que sube a las redes sociales está analizada al detalle. ¿Con qué finalidad? Conseguir el mayor número de likes. No olvidemos que recibir esos likes equivale a micro-chispazos de dopamina en el cerebro; hormona del placer y de las adicciones. Esa es la razón por la cual las redes sociales tienen un factor adictivo potente. Al tener un componente neuronal tan importante, se convierte en una tendencia difícil de controlar.

Curiosamente, cada poco tiempo surge una noticia al conocer que algún famoso o influencer ha decidido dejar las redes sociales. ¿Cómo se denomina este fenómeno? Hablamos de FOGO (Fear of Going Out), es decir el miedo de sobreexponerse.

Las personas que viven enganchadas a las redes han perdido la capacidad de disfrutar el presente. Resulta más importante la imagen captada y reflejada en las redes que la realidad vivida. Existe una obsesión desmesurada a sentirse apreciado, importante y popular. Bien decía Winston Churchill, “el gran problema de la sociedad es que no quiere ser útil sino ser importante”. Debemos de soltar la lucha por la fama, para sustituirla por la búsqueda de talento que no es más que un buen uso y manejo de la capacidad intelectual.

Nos encontramos ante una carrera hacia la vida digital perfecta. El objetivo es que nuestra vida aparente ser lo más divertida, variada y original posible. Siempre superior y distinta a las de las personas que nos rodean. Ya no se trata de contar mi vida, sino de competir por tener la vida virtual más atractiva. Eso genera por un lado, autoengaño, porque acabamos creyendo solo lo que percibimos a través de la interacción digital; pero también desde un punto de vista psicológico, la envidia que se genera de forma más o menos consciente es perjudicial y tóxica. Vamos a proponernos decirle a la gente EN PERSONA, que nos gusta algo de su vida. En vez de hacer clic en perfiles virtuales, regalemos likesa las personas de carne y hueso que nos acompañan, con las que veraneamos. Descansemos de las redes sociales; así evitaremos mostrar en exceso nuestra intimidad y no viviremos pendientes de conocer hasta el más mínimo detalle del veraneo de desconocidos, influencers o simplemente famosos…

El artículo completo también puedes leerlo aquí: Propósito de verano