Comparto este artículo de Cope que nos muestra el testimonio de Israel, un joven que dedica sus vacaciones a los más necesitados, a los «intocables» de la India, y siempre con la ayuda de Dios:
Israel tiene 35 años y ganas de desconectar en verano. Ir a la playa, a la montaña, ver a la familia, subir al pueblo podrían ser algunos de sus planes. Pero su tiempo de descanso está bastante lejos de esas opciones. Se va a más de 9.000 kilómetros de Madrid, concretamente, a Calcuta, La India.
Israel se levanta a las 5:30 de la mañana. Tiene opción de asistir a Misa con las hermanas. Desayunan té, pan y alguna galleta o fruta para coger fuerzas para lo que les espera. Después, se ponen en marcha a las órdenes de las Misioneras de la Caridad de Santa Teresa de Calcuta. O las “sisters”, que así llaman los voluntarios en inglés a las hermanas.
La pobreza y la enfermedad en Calcuta son más que una condición o etiqueta. El joven voluntario aclara que es como una casta, algo que tienen en común las personas que la sufren. Tanto es así, que la sociedad les ha cambiado el nombre. Los llaman “los intocables”. “En Calcuta, cuando una persona enferma o tiene un accidente y queda inválida, la sociedad lo rechaza y pasa a ser un intocable. Lo achacan a un castigo del que no se quieren contagiar. Por eso no lo tocan y lo abandonan”.
Dentro de esa situación dramática, además de la caridad, Israel le ha sacado también el sentido del humor. Allí el lenguaje que se habla entre misioneras, voluntarios y enfermos es de los gestos y, con suerte, algo de inglés. El idioma es poco importante. Por eso, Israel ha puesto el nombre de “Jesús” a todos los enfermos con los que trata. Lo encuentra más fácil y le ayuda a vivirlo como un servicio a los demás. “Los enfermos en Calcuta no entienden casi nada de inglés, menos de español. Yo de indio tampoco. Por eso, me es más fácil hablar con ellos porque a todos les llamó Jesús. Saludo a un enfermo: “¡Hola Jesús!”, o voy de paseo con otro y le pregunto: “Hombre, Jesús, ¿cómo te encuentras?”.
En este hogar se hospedan hombres enfermos y abandonados a quienes atienden las monjas. Israel y los otros voluntarios llegan. La imagen parece triste, pero Israel afirma que es “una casa llena de alegría, en la que lloras pero también sonríes”.
Israel recuerda cómo fue la primera vez que se encontró frente a una de estas personas en tan mal estado. Al principio, del impacto, pensó en marcharse. Se quedó paralizado. Eso no era para él. “En cuanto vi a ese hombre en la cama, me quedé veinte minutos parado mirando al móvil sin saber qué hacer. Los indios que estaban conmigo en la sala se me quedaron mirando. Lo que me pareció una enternidad, solo fueron veinte minutos, pero de reloj. Yo quería volver al hotel y hablar con las hermanas para marcharme”, cuenta.
Entonces, Israel lo puso en manos de Dios. Él reconoce que no se veía capaz. Por eso, decidió pedir esa ayuda extra. De hecho, él cree que fue un milagro lo que le ocurrió. Recitó una oración muy breve: “Señor hazlo Tú por mí porque yo no puedo”. Su oración y ganas de darse a los demás convirtieron su temor en gestos, caricias y abrazos que le salían de forma natural: un cambio radical. “Es la vez que he sentido a Dios más cerca de mí. De querer irme por piernas, me acabé enamorando de ellos”.
Israel llamaba a uno de estos enfermos “Canalla”. Era la palabra más parecida que encontró a cómo se decía su nombre en indio. Recuerda de él que acertó con el apodo, y el momento en el que le acarició la cabeza. “Era una persona mayor que solo tenía sensibilidad desde el cuello hacia arriba. Solía reñir a otros enfermos por quitarle su sitio en el patio. En una ocasión, se me ocurrió acariciarle la cabeza y ese hombre, con todo su humor y su carácter, se echó a llorar porque le toqué”.
Tres voluntariados en la India se resumen en muchas experiencias para Israel. Destaca, sobre todo, los pequeños gestos y detalles de cariño que ha dado y recibido. El significado es muy grande para ellos, pero también para él. Es fundamental. “Lo importante es darles amor a estas personas, tocarles. Yo he llegado a darle un abrazo a una mujer sin brazos y sentir cómo ella me abrazaba”. Porque, para Israel, “Calcuta es tenderle una mano a Jesús y que Él te devuelva un abrazo”.
Este joven del barrio de Arganzuela, en Madrid, va a pasarse un mes trabajando como voluntario, madrugando, sudando, sin parar. Aun así, Israel asegura que descansa. ¿Cómo? Reponde que descansa viendo la cara de gratitud y felicidad de cada persona enferma que atiende.
Si quieres leer este artículo completo puedes hacerlo aquí: Israel, voluntario en Calcuta: “A todos los enfermos los llamo Jesús”