El padre Antonio María Domenech, en su blog nos transmite la intención del Papa:
En este mes, el Papa pide orar en julio por los sacerdotes en su misión pastoral, por aquellos “que viven con fatiga y en la soledad el trabajo pastoral se sientan confortados con la ayuda de la amistad con el Señor y con los hermanos”.
Entre los curas, un tema de conversación, un tanto polémico, es lo que podríamos llamar la espiritualidad diocesana. El Papa Francisco, en un encuentro con sacerdotes y seminaristas lo explica muy claramente. Merece la pena leerlo.
Ahí os lo dejo.
Santo Padre, buenos días. Me llamo Luigi, vengo de los Estados Unidos y soy diácono: si Dios quiere, seré ordenado sacerdote en la fiesta de San Felipe Neri, un sacerdote lleno de alegría. La “Ratio fundamentalis” trata la espiritualidad del sacerdote diocesano como una vía mística de identificación a Cristo y de humilde servicio al pueblo de Dios. Nos gustaría saber, Santidad, ¿cuáles son los rasgos fundamentales de la espiritualidad del sacerdote diocesano y cómo ponerlos en práctica en medio del trabajo pastoral diario?
Gracias. Diré esto: es más fácil para un religioso conocer su propia espiritualidad, porque tiene al fundador y conoce muy bien su espiritualidad; pero para el diocesano no es tan fácil descubrirla, y a alguno he oído que decía: “No, yo soy de la orden que fundó San Pedro”, diocesano, ¿no? [ríen]. Pero hay una espiritualidad. Yo la diría en una palabra: la espiritualidad del diocesano es la diocesaneidad. Con todo lo que significa esa palabra: que no estás solo, que estás en un cuerpo que es la diócesis, que tienes un padre que es el obispo y que eres padre de tantos fieles. La diocesaneidad. Y caminando por la senda de la diocesaneidad, comienzo a preguntarme sobre las relaciones de la diocesaneidad. La espiritualidad del sacerdote diocesano reconoce a un padre: el obispo. “Pero… ¡es mejor no hablar del mío!”. Cuántas veces hay distancias entre el sacerdote diocesano y el obispo. Algunas distancias se comprenden, por el temperamento, quizá, del obispo que no es bueno, pero aunque el obispo no sea tan bueno, las distancias no son justificadas. Puedes acercarte a tu padre no necesariamente para charlar, sino solo para hacerle sentir que es tu padre, solo para eso. Y tu corazón se quedará en paz. Pero si tu corazón no está en paz en tu trato con el obispo, algo no va en ti. Dejemos lo que no va en el obispo: pero está en ti, porque tú eres diocesano y a tu diocesaneidad le falta el trato con el padre. Cada uno de vosotros debe preguntarse: ¿Cómo es mi trato con el obispo? “Pero este es malo, es neurótico…”. ¿Cómo es mi trato con mi padre, que es malo y neurótico? ¿Qué aconsejaríais vosotros a un chico que viene y te dice que su padre está en la cárcel? Por ejemplo. O que su padre pega a su madre −el obispo que pega a la Iglesia−. Le daríais un consejo: “reza por tu padre, acércate a tu padre”, pero nunca le diríais: “Borra a tu padre de tu vida”. El carisma del sacerdote diocesano es la diocesaneidad, y la diocesaneidad significa tener un padre.
Luego, significa tener hermanos, estar metido en un cuerpo presbiteral. ¿Y cómo te mueves tú, con el presbiterio? ¿Sabes moverte bien, tu pertenencia al presbiterio es leal, abierta, franca? ¿Tú te permites decir todo lo que te viene a la mente? ¿O has aprendido a callarte para no quedar mal? ¿Has aprendido a disimular, o has aprendido a mirar a otra parte? ¡Una fraternidad así no va! Eres hermano de tus hermanos presbíteros y eso debe crecer siempre. No digo amigo íntimo, no, no se puede, eso no es real. Hermano. “Sí, voy a las reuniones”. ¿Y cuando habla uno que no te cae bien, tú lo juzgas enseguida o procuras escuchar bien y entender lo que ha dicho? Las relaciones en el presbiterio: a este lo quiero, a ese es mejor ni verlo… Examinaos sobre esto. ¡Es vuestro carisma! Es un presbiterio. Y cuando acaba la reunión de un presbiterio, por ejemplo, y me voy con dos o tres amigos y empezamos a criticar contra ese, contra el otro… “Mira lo que ha dicho ese estúpido, lo que ha dicho ese y aquel…”. ¡La murmuración es la lepra! ¡Es la lepra de un presbiterio! Es la lepra, las habladurías. Es un modo de decir: “te doy gracias, Señor, porque no soy como este, ese o aquel”, y te distancias de ellos.
El trato con el padre, el trato con los hermanos. Y luego, el cura diocesano tiene hijos: el trato con tus fieles, con los de la parroquia donde trabajas. ¿Cómo es tu trato? ¿El de mirar el reloj para irse pronto? ¿El de no dejar hablar a la gente? ¿El de la distancia de la gente? ¡La distancia mala, no la buena distancia! Porque el secreto del buen padre espiritual, del buen cura es acercarse bien y alejarse bien. Sabéis que hay algunos que se acercan mal o se alejan mal. No, no va. El carisma es la diocesaneidad, y debéis permanecer en las relaciones que hay en la diocesaneidad: las relaciones con el padre, las relaciones con los hermanos y el trato con los fieles. Con estas tres vías, si trabajáis, seréis santos. Porque no es fácil tener un buen trato con el obispo toda la vida, no es fácil tener una buena relación de fraternidad, de santidad con los hermanos sacerdotes y no es fácil tener un buen trato con los hijos en la parroquia. No sé si he respondido. Diocesaneidad: ¡ese es el carisma de la congregación religiosa que fundó San Pedro! ¿De acuerdo? [se ríen y aplauden].
El artículo post del blog del padre Antonio María Domenech, puedes leerlo aquí: El carisma del cura diocesano