Javier

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Hace dos días me escribía un seminarista amigo mío de una diócesis cercana: hay que rezar por un sacerdote que esta en un situación crítica en un hospital del León. Pregunte su nombre: Javier Aparicio, me contesto.

En esos momentos rece: Señor, Javier no; Javier es joven y siempre ha sido un hombre bueno y un gran sacerdote. Sin embargo Jesús ha decidido que Javier ya estaba preparado para ir a la Casa del Padre.

A Javier le conocí a los 17 años. Él estudiado Derecho en la Universidad Autónoma de Madrid y yo estaba terminando 2º Bachillerato. Íbamos juntos a recibir formación a Cea Bermúdez y los domingos, como yo vivía lejos, me acompañaba a comer mientras que todos los demás regresaban a casa sin importarle perder unas horas de estudio para estar con el mocoso que no había todavía pisado la universidad.

Javier, con esas gafas grandes, sonría con sonrisa destemplada por cualquier cosa porque a Javier todo le hacía ilusión, gracia. Era un trabajador incansable. Sacrificado y recio. Y sobretodo…bueno, era muy bueno. Nunca he visto a Javier enfadado y siempre le he visto sonriendo, hasta cuando se equivocaba cantando porque eso de cantar nunca se le dio muy bien.

Después de nuestros años de universidad nos hemos visto poco pero cuando hemos coincidido siempre hemos recordado, agradecidos, esos años de Cea Bermúdez.