Entrevista a una novicia

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¿No te has preguntado alguna vez cómo debe ser la vida en el noviciado? Mejor que imaginar cosas raras, es ir a l fuente. Aquí os dejamos el extracto de una entrevista a una novivia que nos ofrece Vice:

Carla Vilallonga es novicia desde hace 4 años y pertenece a la Asociación Laical Memores Domini, fundada por Luigi Giussani y aprobada por la Santa Sede en 1988, donde se viven la pobreza, el celibato y la obediencia en el marco del movimiento eclesial Comunión y Liberación, teniendo como campo de apostolado el mundo del trabajo.

¿Cómo has llegado a ser novicia de los Memores Domini a tus 31 años?        Desde pequeña tuve una educación católica y siempre me pregunté el significado de mi existencia. Era algo que me obsesionaba. Parecía que mis amigos no tuvieran ese “problema”. Además, en el colegio te hablaban de Jesús de Nazaret, pero nadie te decía cómo vivirlo a diario. Esto me llevó a tener una fe muy personal, una relación con Dios, pero sin participar en parroquias ni grupos, aunque sí que iba a misa cada domingo.

Como esperaba que sucediera algo especial en mi vida pero nunca llegaba, a los 17 años decidí renunciar a esa espera. Pensé: “Si no puedes con ello, únete a ello”. Y empecé a vivir como los jóvenes que me rodeaban. De los 17 a los 21 años salir por la noche se convirtió en mi actividad principal: utilizaba la fiesta como rebeldía por no encontrar una respuesta ni dentro ni fuera de casa. Solía volver de madrugada porque no podía soportar el vacío de salir de casa y volver sin haber encontrado respuestas. Tenía un grito dentro de mí que me angustiaba muchísimo.

¿Y dónde tuviste la llamada?
Tenía 22 años, cursaba cuarto curso de Periodismo y Comunicación Audiovisual y por aquel entonces creía que la Iglesia era una institución castigadora que jamás me aceptaría, que me iba a juzgar por todo lo malo que había hecho.

Fui de Erasmus a Alemania y un domingo acompañé a una amiga a misa. Era la primera vez que iba desde los 19 años. Estando allí pasó “algo” que lo cambiaría todo. Ese “algo” me dijo: “Aquí está lo que tú buscas”. No era nadie, era una cosa como que venía de fuera y me decía eso. Me entraron muchas ganas de llorar. Cuando volví a Madrid, en el bautizo de una prima, me pasó lo mismo: “Aquí está la verdad de la vida”. Me enfadé muchísimo porque de repente me di cuenta de que necesitaba a Dios para vivir.

Después de eso empecé a conocer, por “casualidad”, un montón de gente creyente: en la universidad, en una boda… En todos ellos brillaba una luz especial, pero luego esa luz no permanecía y empecé a enfadarme con Dios. Era algo así como si una ola del mar te acaricia en la orilla y luego te abandona. Pensaba: “Te he conocido, pero, para esto, preferiría no haberlo hecho: o te quedas o te vas, pero no me vaciles”.

Seguí buscando, hasta que acabé conociendo a un chico guapísimo de Comunión y Liberación (CL) que me invitó a un evento cultural llamado EncuentroMadrid (EM). Yo esperaba que nos enamorásemos, pero lo que ocurrió allí fue definitivo.  De pronto me presentó a Carmen, una mujer italiana, me miró con una mirada que me atravesó por completo. Nunca nadie me había mirado así; era como un imán, y sentía que sabía todo sobre mí. No lo entendía, pero no me importaba.

Fui al día siguiente a otro encuentro de CL en una parroquia donde un grupo de personas había empezado a hablar como si fueran de alcohólicos anónimos. Me entró un bajón, en plan: “No puede ser que otra vez se aleje la ola del mar”. En ese momento Carmen, la señora italiana, tomó la palabra sin saber que yo estaba allí. ¡Empezó a hablar de cómo había sentido mi mirada! Comprendí todo cuando ella dijo: “¿Qué otra cosa puede ser lo que pasó entre nosotras si no Cristo presente?”. Ahí entendí que me quedaría en ese lugar para siempre. También me enteré de que ella era Memor Domini.

La verdad es que estoy empatizando muchísimo contigo desde mi ateísmo porque esto de vivir a tope la posmodernidad deja un vacío enorme. ¿Qué dijeron tus amigas y familia cuando se lo dijiste?
Desde hacía tiempo estaba sin ganas y encerrada en casa y, de repente, era feliz. Hubo gente que se preocupó, incluyendo mi familia. Me dijo mi padre: “O es una secta o es verdad”. Otras amigas quisieron hablar conmigo porque estaban preocupadas. Estaban acostumbradas a verme siempre insatisfecha y en búsqueda.

Con la noticia de la vocación, fue precioso porque todo el mundo se alegró mucho por mí; incluso había gente que decía que no entendía nada, pero que, como me veían feliz, se alegraban.

¿Cómo es tu día a día de noviciado?
El noviciado dura como mínimo cinco años, y es para discernir si estás en el sitio correcto; porque aquí nadie quiere sumar un miembro más porque sí: no es una empresa. En la casa seguimos la regla de San Benito. Tenemos cuatro momentos de rezar al día y después de la última oración, por la noche, nos vamos a dormir en silencio. Durante el día se puede hablar, pero hay un clima de silencio. Es muy bonito porque, como dice un himno, “en el silencio habla el Misterio”. También hacemos una hora de lectura y oración personal diaria y los domingos, concretamente, compartimos entre nosotras lo que hemos vivido esa semana a la luz de la fe.

¿Y el resto del tiempo? ¿Trabajas?
Sí, trabajo en las relaciones internacionales de una universidad en Madrid. Para Giussani nuestra vocación se realiza, principalmente, en el trabajo. Por un lado, estamos llamados a ser imagen de Dios, que es “el eterno trabajador”. Por otro, decía que es el mejor lugar donde podemos estar porque hoy en día es fácil asfixiarnos por idolatrar el trabajo y medirnos unos a otros solo en función del éxito laboral. Por eso conocer personas que viven la memoria de Cristo en el trabajo es algo que sirve a todos en medio de un mundo en el que Dios no tiene cabida.

Miedo al compromiso, la individualidad extrema, falta de valores y referentes efímeros. ¿Qué opinas de la sociedad en la que vivimos? 
En España nos educan según los valores cristianos, pero se pierden porque se viven sin Cristo. Dentro de la propia Iglesia también nos pasa: nos olvidamos de Dios y acabamos haciendo cosas buenas por un puro voluntarismo. Esto no sirve de nada, está vacío. Tenemos que ayudarnos unos a otros a ir al fondo de nuestra tristeza, de nuestra alegría, de nuestro dolor, de nuestro entusiasmo.

¿Qué piensas del feminismo? La Iglesia tiene un sistema jerárquico donde los hombres acceden a unas cosas y las mujeres no, como al sacerdocio.
La Iglesia apoya a la mujer desde el inicio: si te fijas, Jesús, una vez resucitado, se apareció por primera vez a una mujer, María Magdalena. Es una pasada, porque en el mundo judío la palabra de la mujer no tenía validez alguna; sin embargo, para Jesús sí. Tanto, que escoge a una para decir a todos que ha resucitado.

En cuanto a por qué no hay sacerdotes mujeres, hace poco oí que la figura del sacerdote es una llamada muy particular porque es ser Jesús, literalmente, por la Eucaristía; Jesús escoge a algunos para que hagan como Él, que es como lo máximo. Tiene sentido que fueran hombres porque están llamados a vivir como Jesús, y Jesús es un hombre, no una mujer. Está bien así. Yo, personalmente, no me siento menos por no ser sacerdote porque sé que Dios te llama donde Él te va a hacer feliz y vas a dar un mayor testimonio al mundo. No me preocupa.