¡No me lavarás los pies jamás!

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Celebramos hoy el día del Amor Fraterno. Quizás antes de plantearnos cómo practicar las obras de misericordia, cómo amar a los demás, cumpliendo aquello de “y al prójimo como a ti mismo por amor a Dios”; podríamos plantearnos si somos capaces de recibir las obras de misericordia. Quizás sea más difícil recibirlas que practicarlas. Eso de dar un consejo al que lo necesita, puede ser más sencillo que recibir el consejo cuando lo necesito. Más difícil ser consolado cuando estás triste que consolar al que lo está.

En primer lugar, hace falta reconocer que necesito ayuda. Que no me vendría mal una obra de misericordia. La autosuficiencia de la soberbia, en muchas ocasiones, no nos deja ni siquiera percibir que no somos omnipotentes. En segundo lugar, hay que aceptar la palabra de cariño, de apoyo, la corrección, que cualquier persona tiene la bondad de regalarnos. Por último, es bueno corregirse. Reflexionar sobre nosotros mismos apoyados en lo que nos han dicho. Si le decimos a Jesús: “No me lavarás los pies jamás” es muy complicado que podamos mejorar en algo. Tan duro responde el Señor diciendo: “no tienes nada que ver conmigo”. No hubiera sido una actitud misericordiosa que Jesús hubiera rechazado la ayuda del Cirineo, o el paño de la Verónica, o la esponja empapada en vinagre cuando había dicho que tenía sed.

Muchas veces no aceptamos las ayudas de los demás.Sin embargo, también hay que corregirse. Una vez Pedro ha escuchado que no tendrá parte con Jesús, le pide que la cabeza, los pies y todo lo que sea necesario. Estemos atentos a lo que el Señor quiera decirnos hoy a cada uno. Algo distinto, según necesitamos, pero debe ser escuchado. Si no, no servirá de nada.

Si ya sabemos aceptar una obra de misericordia, estamos en disposición de ponerla por obra. Pero para eso, como decía Alejandro Casona, en boca del diablo, en su obra “La barca sin pescador”: Para sufrir con el dolor ajeno, hay que tener imaginación y tú, no la tienes. ¿Somos capaces de descubrir lo que necesita el otro?, ¿sabemos la cruz que lleva en brazos para disponernos a ayudarlo? Quizás solamente hace falta que paremos un momento y miremos alrededor entre los nuestros. Puede ser difícil ayudar a Siria, o a Bruselas, o a París. Pero a lo mejor antes del “je suis Paris” hace falta pensar en el “yo también soy mi hermana, o mi padre, o mi amigo”. La caridad debe empezar por los más cercanos.

El buen Jesús quiere hoy ayudarnos a sufrir con paciencia los defectos del prójimo, a consolar al triste, a orar a Dios por vivos y difuntos, en su compañía, esta noche o mañana… para que no tenga que decirnos: “¿ni una hora has podido velar conmigo?”, quiere ayudarnos a enseñar al que no sabe o a consolar al triste. Pidamos su ayuda y pongamos manos a la obra, aunque cueste, aunque la ayuda sea larga. Hay personas que necesitan un pequeño empujón, otras una compañía continua, algo de esfuerzo o que les ayudemos con todas nuestras fuerzas. Repartir las penas no suele ser bueno para nadie, pero consolar las que vemos, si miramos con atención, es una obra de misericordia. Estemos también dispuestos a que no quieran recibir ese consejo, esa ayuda, o la ternura o el cariño. Si se hace por amor a Dios, Él siempre los recibe.

La misericordia hay que practicarla como Jesús, con humildad: “Si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros”. Si nos piden dinero por la calle, y sabemos charlar un rato al darles el euro de la mañana, es mucho mejor que si despreciamos o, simplemente, ignoramos al que nos lo pide. “Al que te requiera para caminar una milla, acompáñale dos”. Muchas veces podemos oír: “no tengo tiempo”. Es cierto que quizás es lo primero que deberíamos plantearnos. ¿Dedicamos tiempo a los demás? El año de la misericordia debería ayudarnos a emplear menos tiempo en nosotros mismos y más para aquellos que nos necesitan. Sobre todo, para los más próximos.

Pidamos hoy al Señor al comulgar, que los Sacramentos nos den la fuerza necesaria para servir a los demás con cariño y ternura como lo hizo Él. Que no sea simplemente un rito tradicional sino una costumbre en mi vida servir a los otros; pero, sobre todo, pidamos a Jesús en este Jueves Santo de la Misericordia, que aceptemos a los demás cuando quieren ayudarnos, aconsejarnos, consolarnos, que nos demos cuenta de que es posible ser humilde en lo cotidiano, con la sencillez de Dios, cuando a sus pies cayó su Madre bendita, camino del Calvario, o cuando le hacía la comida, cuando le enseñó a andar, a lo largo de toda su vida. Cuidado con despreciar la caridad, la mano que nos cuida, la ilusión de quien intenta darnos su ayuda.

Fuente: Se llenaron de inmensa alegría