Fernando Torres: echar una mano al que ha perdido, recordar cómo te sentiste cuando perdiste

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Arrancaba 1996, Jorge Valdano tenía las horas contadas como técnico del Real Madrid y en la grada abarrotada de gente se desplegaba una leyenda como un nubarrón: «Fuera, filósofo».

Juan Villoro le preguntó años después a Valdano por aquella andanada. El argentino le contestó: «Imagínate lo que debe de haber pensado algún filósofo de verdad… que tal vez estaba entre los 100.000 espectadores».

Aquel falso filósofo fue expulsado del Bernabéu tras perder frente el Rayo, de la pancarta nunca más se supo y de algún modo la revancha se juega hoy: hemos devuelto a un filósofo de verdad, con su arcabuz de ideas, a un campo de fútbol. Para que converse con un niño muy grande.

Junto al césped de la ciudad deportiva del Atlético de Madrid en Majadahonda, el filósofo José Antonio Marina y el futbolista Fernando Torres hablan de filosofía, de las masas, de los padres que insultan, de saber perder, de esos maestros que parecen entrenadores y de esos entrenadores que devienen en maestros.

Entre Kant y Luis Aragonés, entre el criticismo y el contragolpe, entre la dialéctica larga y el pase en corto, este encuentro es un homenaje al fútbol como debiera ser.

– Un placer, Fernando. Me ha encantado hablar contigo.

– Lo mismo digo, José Antonio. Una gozada.

– Te iba a pedir un favor… ¿No me firmarías un autógrafo para mi nieto?

Es el adiós. Fernando tiene una oferta del fútbol chino. Hace mucho frío hoy en la ciudad deportiva. Se abraza a sí mismo por encima de la chaqueta. Hay despedidas que parecen para siempre.

Pregunta. Quería empezar con esos padres que van a gritarle al árbitro a un modesto campo de fútbol…

José Antonio Marina. Cuando hablamos de las virtudes educativas del deporte, yo me refiero a la práctica del deporte. El espectador del deporte es otra cosa. Los padres muchas veces se pasan de la raya. Porque el apasionado pasa con mucha facilidad a la agresividad. Yo creo que eso, Fernando, lo veis muy claro en los espectadores.

Fernando Torres. Sí, es verdad… Esto en algún momento se tiene que parar. Yo lo he vivido con compañeros, chicos a los que sus padres presionaban demasiado. Uno de los problemas es que los padres ven en el hijo una salida a una situación económica… Ven los coches de los futbolistas en televisión, sus casas en las redes sociales, lo bien que les va… Yo recuerdo un partido con 11 años en Leganés. Me cambiaron e iba para el banquillo. Había un señor en la grada diciéndome de todo. «Leñero», «desgraciado», «malnacido»… Iba con la mirada gacha, asustado, muerto de vergüenza. Levanté la cabeza para ver quién era y mi padre estaba muy sereno al lado de ese señor. Y no le dijo nada… Yo tengo mucha suerte con mis padres. Viendo lo que ellos me han enseñado he aprendido mucho. Aquí se puede ir a un campo de fútbol a insultar: qué más da que haya niños. En nosotros está cambiarlo: incluso en los futbolistas, cuando nos encaramos con un rival. Tú eres lo que haces. Y mucha gente te está viendo.

P. ¿Es importante que un niño practique deporte?

J. A. M. Hoy la infancia española tiene un problema tremendo porque los niños hacen poco ejercicio. Están todos enganchados con las tablets, los móviles, los dispositivos… La obesidad es una de las epidemias que tenemos en la infancia. Pero es que además practicar un deporte significa que te acostumbras no sólo a jugar, sino a entrenarte. Eso significa esfuerzo. Voluntad. Disciplina. Jugar en un equipo exige una especie de generosidad especial, humildad, el saber que trabajas para un colectivo por encima de ti.

F. T. Yo jugué al fútbol porque me gustaba, sin pensar que un día podría llegar a ser profesional. Dedicaba tres días a la semana de mis tardes, me tiraba una hora de ida y una hora de vuelta, en Cercanías, de Fuenlabrada a Orcasitas, haciendo los deberes por el camino. Y al llegar a casa, baño y a acabar la tarea. La única condición es que tenía que aprobar. Hacía lo que me gustaba. Pero ellos me exigían eso. Y a cambio se sacrificaban y me acompañaban y me traían. Mis hermanos se levantaban un domingo a las ocho de la mañana (seguramente después de haber salido, eran mayores que yo) para llevarme al campo. Entonces yo veía que el deporte me estaba ayudando a acercarme a mi familia… A mí el fútbol me ha dado todo eso: saber que necesitas a los otros.

J. A. M. Hablando de eso, me gustaría hacerle a Fernando una pregunta: me interesa mucho el entrenamiento, tanto es así que a mis colegas docentes me gusta decirles que deberían considerarse entrenadores. ¿Qué importancia han tenido los tuyos?

F. T. Recuerdo a mi primer entrenador, Manolo Rangel, con el que sigo teniendo contacto. Luego a mi entrenador en juveniles, que fue Abraham. Y luego a Luis Aragonés. Son los que me han marcado más. Porque vieron algo diferente en mí y así me lo hicieron saber. No me dieron un mensaje de presión, sino de ilusión… El entrenador es importante cuando te da esa confianza de poder mejorar, probar, equivocarte… Y seguir teniendo su apoyo. Los que me marcaron fueron los que más creyeron en mí.

J. A. M. Tiene muchísima importancia lo que dice Fernando: que una faceta importante del entrenador es descubrir capacidades en la gente a la que entrena. Así como hay personas que truncan posibilidades, hay otras que provocan lo contrario: te abren posibilidades, pero también exigencias. Un entrenador que no te exigiera nada, que intentara ser tu amigo tal y como dicen algunos docentes que son de sus alumnos, no te iba a hacer progresar. Administrar la regañina cuando lo haces mal, pero también el elogio cuando lo haces bien. ¿A ti, Fernando, no te parece que el saber elogiar es una forma de ayudar a crecer?

F. T. Depende. Recuerdo en mi época con Rafa Benítez, todo me iba fenomenal, acababa de marcar tres goles, todos me firmaron el balón. Todos me ponían: «Eres el mejor» o «enhorabuena». Cosas así. Lo que Benítez me puso en el balón fue: «Hoy has perdido ocho balones». Era la forma que él tenía de que mejorara. Eso también lo vio Aragonés. Luis a mí me lo hizo pasar fatal, me exigía muchísimo, me hacía estar en el banquillo, quedarme solo a entrenar… Tú en ese momento piensas: «Este tío me quiere machacar, me quiere hacer daño». Y con el tiempo te das cuenta de lo importante que fue. Nos volvimos a encontrar unos años después, íbamos a jugar la final de la Eurocopa y me cogió solo en un pasillo, me puso contra la pared y me dijo: «Hoy es nuestro momento, usted va a meter un gol y vamos a ser campeones de Europa». Ahí vuelves atrás y te acuerdas de cuando te dejaba 30 minutos solo controlando el balón, o tirando a una portería… Te acuerdas de esa persona que cree en ti en el momento más importante y te dice que tienes que ser tú.

Una de las cosas que más frustración le produce al futbolista es no haber estudiado más allá del Bachillerato: «Ir a la universidad, empaparme de ese ambiente…». Lo intentó en su día y se metió en una escuela superior de negocios. Pero el Atleti ya era una droga voraz y sólo duró seis meses.

Una de las cosas que más echa en falta el filósofo es no haber podido ser portero. Lo intentó en su tiempo. Y aún hoy. Pero de aquella manera: cuando el nieto le lanza unos tiros, Marina se deja los goles.

P. ¿Qué falla en la educación?

F. T. El principal problema es que se piensa que a los niños tienen que educarlos en el colegio, cuando han de ser educados en casa. Al colegio van a completar su educación, a aprender… Pero la educación empieza en casa, en lo que ven, en lo que sienten, en lo que intuyen los niños… Cuando yo iba al colegio me aburría… Hasta que no empecé el instituto no encontré algo que me motivara. Sin embargo, ahora veo a mis hijos (los mayores tienen ocho y siete años) y ya están motivados con algo que les gusta, porque sus educadores saben tocar esa tecla antes. El ser feliz y el estar contentos les va a hacer ser mejores. Salen del colegio, encienden la tele y nos ven gritándonos unos a otros, los insultos como algo cultural, el ejemplo que damos, la corrupción… Por desgracia, ver que alguien en un campo grita «¡eres muy malo!» se ha convertido en algo gracioso. Si yo veo a mi hijo haciendo eso, se me cae la cara de vergüenza.

J. A. M. Hay padres y madres que no se ocupan de la educación, pero los hay que se angustian mucho preguntándose si lo estarán haciendo bien. Hoy en día es normal que ambos trabajen, que lleguen culpabilizados, sobre todo las madres, pensando que no lo están haciendo bien. Y con una idea: si tengo poco contacto no voy encima a ponerme dura con el niño… Tienen un problema muy serio en poner límites a los niños, si se estarán pasando o no estarán llegando. Antes había dos canales de educación: la familia y la escuela. Y el entorno colaboraba. Nosotros jugábamos en la calle, cualquiera que pasara podía reprenderte si estabas haciendo trastadas…

P. La tribu educaba.

J. A. M. En efecto. Eso se ha roto. Los niños reciben mensajes muy diversos ahora. A través de los medios, de internet… En nada, Fernando, tendrás el problema de si les das un móvil o no, cuántas horas les vas a dejar frente a la pantalla…

F. T. Ellos no tienen la infancia que yo tuve, que no fue peor ni mejor pero sí distinta, y para mí es muy difícil hacerles entender el trabajo que cuesta ganar las cosas, lo difícil que es tener las cosas que ellos puedan tener, porque a mí me ha tocado crecer en un barrio humilde en Fuenlabrada y ellos viven en un espacio diferente y tienen muchas más cosas de las que yo tenía. Me es difícil explicarles, pero es que también es injusto exigirles que lo entiendan, porque ellos han vivido así. También aprendemos de ellos.

J. A. M. Los padres tienen tres herramientas educativas: la primera es la ternura. Los niños deben saber que el cariño que se les tiene es incondicional. La segunda es la disciplina: los niños tienen que saber que las cosas tienen límites. La de veces que nos han dicho a nosotros los chicos: «¿Pero por qué mis padres no me habrían dado una bofetada a tiempo?». Los chicos interpretan la falta de límites como falta de interés. Cuando los padres no ponen límites porque piensan que lo van a interpretar como falta de cariño. La tercera cosa que necesitan los niños es comunicación. Estas tres cosas las van a necesitar también en la adolescencia, momento en el que todo se complica. Aunque la rechacen, seguirán necesitando ternura; aunque protesten, seguirán necesitando límites; aunque no quieran comunicarse en esos años, seguirán necesitando comunicación.

F. T. El cariño, las normas y el explicarles el por qué… No sólo decirles que no y dejarles ahí con su enfado. A mi hijo Leo, al que riño mucho, muchas veces le tengo que explicar. Este verano estábamos en un parque, había un niño que se sacaba el moco y se lo enseñaba a los otros niños… Yo se lo puse de ejemplo: «¿Tú quieres convertirte en una persona así de desagradable? Pues yo te tengo que decir lo que está bien y lo que está mal».

J. A. M. Supongo que lo habrás comprobado, Fernando, los niños son más inteligentes de lo que creemos. Y entienden muy bien una cosa: cuando eres justo o cuando no.

F. T. Muchas veces te lo dicen. Y te lo hacen ver. Y les pides perdón. No hay que tener miedo a pedirles perdón, a decirles «te quiero», a darles un abrazo delante de los amigos.

Fernando -que un día nos dijo que un ídolo es «esa madre que tiene que dar de comer cada día a cinco hijos» y no él- tuvo una grave lesión siendo adolescente (la tibia y el rotuliano). Parecía que el sueño se acababa, pero nueve meses después debutaba con el primer equipo del Atlético de Madrid. Es aquello que decía Kant, el filósofo de cabecera de Marina: que la inteligencia de un individuo se mide por la cantidad de incertidumbres que es capaz de soportar.

Por eso Fernando es un ídolo en su club. Por eso y porque -entre levantar la voz o hacer daño al equipo- el delantero siempre eligió callar.

P. ¿Una sociedad se define por sus ídolos?

J. A. M. España no es país dado a la admiración, nos cuesta aplaudir… Tenemos poca cultura del aplauso, parece que si elogio a alguien me estoy yo casi poniendo en una situación de minusvalía. En las escuelas americanas cada clase tiene que escoger sus héroes, al que ha hecho cosas bonitas en el barrio, por ejemplo. En Inglaterra, el Timestodas las semanas escoge a un gran profesor, a lo mejor de una escuelita remota, promovido por los padres y los alumnos… Esta es una manera de hacer pequeños héroes cotidianos y no sólo los que aparecen en la publicidad o en el cine.

P. Yo no tengo muy claro que sea más fácil saber ganar que saber perder…

F. T. En la vida aprendes muy pronto a saber perder, porque la vida está llena de pérdidas. En el deporte aún más. Creo que saber ganar es mucho más difícil porque se aprende más tarde. Es saber actuar después, echar una mano al que ha perdido, recordar cómo te sentiste cuando perdiste algo importante para ti. Y tener un minuto para el otro antes de ir a celebrar.

J. A. M. Estamos teniendo un problema entre niños y adolescentes a los que, por un afán de protegerles, no tienen tolerancia a la frustración. De tal modo que cuando tienen un fracaso se nos vienen abajo. Tenemos que educar para saber soportar las cosas desagradables que vienen…

F. T. Pero yo creo que eso es natural. Me acuerdo de cuando era un niño y perdía un partido. Me metía en la habitación y que no viniera nadie a decirme nada. Con el tiempo vas aprendiendo y te das cuenta de que la derrota es parte del deporte.

P. Mirando a ciertas personas que triunfan y cómo lo hacen, casi entran ganas de perder…

F. T. En el deporte hay mucha gente que se retira sin haber aprendido a ganar, sin saber comportarse en la victoria.

J. A. M. Mi abuelo decía: «Te advierto que sólo las águilas soportan las alturas».

F. T. Luis Aragonés tenía otra frase que era: «Niño, cuanto más gane, cuanto más alto le construyan el pedestal, la caída más fuerte es… Cuando esté arriba recuerde que estuvo abajo. Pies en el suelo».

J. A. M. Volviendo al tema, en España soportamos mal el fracaso. A una persona que ha fracasado se le dice: «Eres un fracasado». «No lo vuelvas a intentar». Lo contrario de lo que decía antes Fernando de sus entrenadores: lo has hecho mal, pero lo harás bien a la siguiente. En EEUU son cuidadosos con el tipo de verbo que se utiliza para reprender a un niño. No se dice «eres» un torpe. Sino «no te has esforzado». Aquí desvalorizamos mucho al que no lo hace bien. Eso es cruel. Por eso hay muchos que se descuelgan de los estudios y dejan de esforzarse.

F. T. Porque pierden la motivación.

J. A. M. Chicos que dicen que para qué van a esforzarse. Muchas veces salen de la escuela teniendo claro todas esas cosas para las que no valen, pero no para las que valen. Seguro que todos tenemos muchas cosas que podemos hacer bien.

«Fuera, filósofo», se leía en aquella pancarta del Bernabéu. Dado que Torres está meditando estos días dejar el club, no se extrañen si en las próximas semanas leen algo así en el Wanda. «Hasta siempre, 9».

P. ¿A usted le gustaba el fútbol?

J. A. M. Sí, sobre todo de pequeño. Jugaba en la portería. Era del Valencia. Me gustaba mucho un portero llamado Eizaguirre.

P. ¿A usted le gustaba la filosofía?

F. T. Me acuerdo de un profesor que se llamaba Antonio. En esa época para mí era un rollo. Ahora me encantaría estudiarla. En la educación hay cosas que te llegan demasiado pronto.

P. ¿Usted de qué equipo es?

J. A. M. Parece forzado decirlo ahora, pero del Atleti.

P. ¿Y a usted qué tema filosófico le preocupa?

[La respuesta no hace referencia a nadie… O sí]

F. T. La generosidad con los demás… Lo raro que es verla.

Fuente: El Mundo

http://www.elmundo.es/papel/historias/2018/02/24/5a90411a468aebd7038b45fe.html