En su opinión, ¿cuáles son, hoy, los desafíos a los que debe responder la Iglesia católica, sobre todo en Europa occidental?
Creo que la Iglesia se enfrenta, actualmente, a grandes cuestiones. Ante todo, está su fidelidad a Jesús, a su Evangelio, su fidelidad a la enseñanza que siempre ha recibido de los primeros papas, de los concilios. Es el gran desafío de hoy y no siempre resulta obvio, porque la Iglesia desea adaptarse a su ambiente, a la cultura moderna.
El segundo desafío es la fe. La fe ha disminuido, no sólo a nivel del Pueblo de Dios, sino también entre los responsables de la Iglesia; a veces nos preguntamos si realmente tenemos fe. En Navidad, un sacerdote, durante la misa dominical, dijo a sus parroquianos: “Hoy no vamos a recitar el ‘Credo’, porque yo ya no creo. Cantaremos, en su lugar, un canto que exprese la comunión entre nosotros”. Creo que hay una gran crisis de fe, una gran crisis en nuestra relación personal con Dios.
Después de su elección, el Papa Benedicto XVI, consciente de los grandes desafíos de la Iglesia, dedicó inmediatamente un año a san Pablo. Quería llevarnos a una relación personal con Jesús. La vida de este hombre, que perseguía a la Iglesia, fue totalmente transformada cuando encontró a Jesús. Dijo: «Vivo, pero no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí. Y mi vida de ahora en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entrego por mí».
A continuación, Benedicto XVI quiso consagrar un año al sacerdocio. Hay también una gran crisis sacerdotal. No porque no haya suficientes sacerdotes. En el siglo VII, el Papa Gregorio Magno dijo que había demasiados sacerdotes. Hoy hay 400.000 sacerdotes. Pero los sacerdotes ¿viven realmente su vocación? Por último, Benedicto XVI quiso dedicar un año a la fe. Estos son los tres grandes desafíos de la Iglesia actual.
¿Cómo pueden los cristianos descubrir más a Dios y hacer que los que no le conocen le descubran, o redescubran si se han alejado?
¿Cómo descubrimos una amistad? En la relación. A un amigo le voy conociendo a medida que nuestra relación se hace más real y profunda. Pues bien, a Jesús, a Dios, le conocemos y tenemos una relación con Él si rezamos. Ahora bien, creo que discutimos mucho y que, tal vez, rezamos poco. Creo que uno de los modos de redescubrir a Dios y de tener una relación personal con Él es a través de la oración, la oración silenciosa, la oración personal, de tú a tú. La oración no consiste en decir cosas, sino que es permanecer en silencio para escuchar a Dios, que reza en nosotros. San Pablo dice: «Nosotros no sabemos pedir como conviene». Dejemos que el Espíritu Santo nos penetre y rece. Él grita en nosotros: «Abba, Padre». Y la oración más hermosa es el «Padre Nuestro».
Su Palabra es también un medio para entrar en relación con Dios. Su Palabra es Él mismo que está en ella, es Dios que se expresa y, al leer su Palabra, conocemos más su corazón. Conocemos sus grandes deseos para el hombre. Él desearía que fuéramos santos como Él, nuestro Padre, es santo.
También podemos entrar en relación con Dios a través de los misterios de los sacramentos. Los sacramentos son el medio que Dios ha inventado para que estemos realmente en relación con Él. Cuando soy bautizado me sumerjo en la Trinidad, como dijo el Papa Benedicto XVI. Cuando recibo el Cuerpo de Cristo, es verdaderamente Cristo que entra en mí y yo estoy en él. Con la confesión, se restablecen los vínculos que se habían roto entre un hombre y Dios. Por lo tanto, todos los medios están allí para que el hombre puede reencontrar a Dios en la verdad.
Desde 2014, usted ayuda al Papa a velar sobre la vida litúrgica de la Iglesia. ¿Por qué es tan importante para la Iglesia la liturgia, sobre todo la eucaristía?
La Eucaristía es fuente y culmen de toda la vida cristiana. Sin Eucaristía no podemos vivir. Jesús dijo: «Sin mí no podéis hacer nada». Por esto hay que celebrar la Eucaristía con mucha dignidad. No es una reunión de amigos, no es una comida que tomamos a la ligera, sino que es verdaderamente Dios que se entrega a nosotros, para quedarse con nosotros. Dios es nuestra vida, Dios es nuestro alimento, Dios es todo para nosotros. Y quiere manifestar todo esto en la Eucaristía. ¡La Eucaristía debe ser sagrada y bella!
Mi dicasterio intenta fomentar esta belleza de la liturgia. La liturgia no pertenece a nadie, no pertenece al obispo, ni al sacerdote, que no pueden decidir hacer esto o lo otro. Deben seguir lo que se indica en las rúbricas, lo que indica la liturgia, las leyes de la Iglesia. Es una forma de obediencia. Puede haber cosas que me molesten, que me parezcan superadas, pero lo hago porque es el Señor quien me lo pide.
Intentamos hacer comprender que la liturgia es un gran regalo hecho a los cristianos, que deben conservar lo que siempre se ha vivido. Nos adaptamos al momento actual, podemos expresarnos y cantar en nuestros idiomas. La inculturación es posible, pero hay que comprenderla bien: no se trata de maquillar el cristianismo con un maquillaje africano, o asiático… La inculturación es dejar que Dios penetre en mi cultura, dejar que Dios penetre en mi vida. Y cuando Dios penetra en mi vida, no me deja indiferente, sino que me transforma. Es como la encarnación: Dios tomó nuestra humanidad, no para dejarnos igual, sino para elevarnos a Él. San Ireneo dijo: «Dios se hizo hombre para que el hombre se hiciera Dios». La liturgia, justamente, nos transforma en Dios, porque comulgamos con Él y es la razón por la que también es importante cuidar el silencio en la liturgia. Una vez le preguntaron a Romano Guardini: «¿Cuándo empieza realmente la vida litúrgica?». Respondió: «Cuando aprendemos el silencio».
Desde hace cincuenta años, nuestra civilización occidental se aleja cada vez más de sus raíces cristianas, lo que conlleva cambios importantes en la visión del hombre y la sociedad. En su opinión, ¿Occidente está a punto de perder su alma?
No sólo Occidente está a punto de perder su alma, sino que está también a punto de suicidarse. Porque un árbol que ya no tiene raíces está condenado a morir. Creo que Occidente no puede renunciar a las raíces que crearon su cultura, sus valores. Pienso que es una crisis, pero toda crisis tienen un final; en cualquier caso, es lo que esperamos.
En Occidente pasan cosas asombrosas. Creo que un Parlamento que autoriza la muerte de un niño inocente e indefenso comete una grave violencia contra la persona humana. Cuando se impone el aborto, sobre todo en los países en vías de desarrollo, diciéndoles que, si no lo aceptan, ya no recibirán ayudas, es una violencia. No es extraño que esto suceda. Desde que abandonamos a Dios, abandonamos al hombre. Ya no tenemos una visión clara del hombre. En Occidente hay, actualmente, una grave crisis antropológica en acto, que lleva a tratar a las personas como objetos.
Estoy seguro que si Occidente, si Europa, renunciara totalmente a su identidad cristiana, el rostro del mundo cambiará trágicamente. Ustedes llevaron la civilización cristiana a Asia, a África… y ahora no pueden decir de golpe que lo que nos han dado ya no tiene ningún valor. Entre los jóvenes, vemos que está surgiendo una cierta oposición a esta manera de tratar al hombre. Hay que rezar para que Occidente siga siendo lo que fue.
En 2012, la Iglesia católica celebró los cincuenta años del inicio del Concilio Vaticano II. ¿Podemos decir, hoy en día, que el Concilio Vaticano II ha sido efectivamente aplicado en la Iglesia?
Sólo puedo repetir lo que dijo Benedicto XVI. Hay dos concilios: por una parte, el verdadero concilio, que produjo unos textos; y, por la otra, el concilio de los medios de comunicación, que comentaron los textos surgidos del concilio. Y la gente conoce sólo el concilio de los medios de comunicación, por lo que no se ha recurrido a los textos.
Pongamos el ejemplo de la liturgia. En la actualidad aplicamos la liturgia, pero sin ir al texto Sacrosanctum Concilium (Constitución del Concilio Vaticano II sobre la liturgia, ndlr.) Por ejemplo, en el número 22, párrafo 3, se dice que nadie, aunque sea sacerdote, puede añadir, quitar o cambiar lo que está escrito en los libros sagrados. Pero hoy se improvisa, se inventan cosas, por lo que no podemos decir que se está aplicando el concilio. Pienso que aún tenemos mucho que hacer para conocer el concilio, es decir, hay que ir a los textos e intentar vivirlos como si fueran textos revelados, porque el Espíritu Santo estaba presente durante ese concilio.
Se cometen muchos abusos en el ámbito de la liturgia. Muchos han creído que pueden inventar liturgias nuevas, cuando en realidad lo que hay que hacer es mantener una continuidad. No hay ninguna ruptura en la Iglesia, hay siempre una continuidad. El concilio ha provocado, de hecho, otra visión del lugar de la Iglesia en relación con el mundo, pero creo que si hubiéramos respetado los textos, no viviríamos lo que estamos viviendo ahora.
El propósito de la reforma litúrgica era que todos los que creen en Cristo estén unidos viviendo bien la liturgia, y que los que no creen en Cristo vengan a la Iglesia de Dios. Pero, en verdad, lo que sucede es que, por una parte, hay quienes abandonan la Iglesia y, por la otra, los que no conocen a Cristo no entran en ella. Algunas cosas se han aplicado bien, pero hemos aplicado el concilio como hemos querido, sin reglas.
El Papa Francisco ha comenzado algunas reformas en la Iglesia. ¿Debe ser la Iglesia reformada constantemente? Si es así, ¿en qué sentido?
Sí, porque la Iglesia está formada por nosotros, pobres pecadores. Esto significa que siempre tenemos necesidad de conversión, de reformarnos. No creo que esta reforma concierna sólo a las estructuras de la Iglesia. Porque aunque las estructuras estén bien reorganizadas, es necesario que funcionen bien y son los hombres los que las hacen funcionar. Y si nosotros no cambiamos, no nos reformamos, no se pueden reformar nada.
Además, hay dos modos de reformar la Iglesia. O lo hacemos a la manera de Lutero, criticándola y abandonándola, o la reformamos como hizo san Francisco de Asís, por la radicalidad del Evangelio, la pobreza radical. Esta es la verdadera reforma de la Iglesia: vivir plenamente el Evangelio, vivir plenamente lo que hemos recibido de Jesucristo y de la tradición.
Creo que la verdadera reforma es este llamamiento constante a la conversión. La verdadera reforma es lo que nos dice el concilio, es el llamamiento universal a la santidad. La belleza de la Iglesia son los santos. La primavera de la Iglesia la llevan a cabo los santos. No es el número de cristianos, ni las nuevas estructuras que construimos, sino la santidad de la vida cristiana.
¿Cuál es el corazón del cristianismo?
Es «Dios es Amor». Y el amor es exigente. El amor verdadero llega hasta la muerte. Amar verdaderamente es morir. El ejemplo de esto nos lo da Jesús, que nos amó hasta el final, hasta entregar su vida. Si conseguimos vivir plenamente según este ejemplo de Dios, que se revela como Dios de amor, que quiere que seamos nosotros mismos amor, porque somos Cristo, conseguiremos cambiar el mundo. Dios es Amor. Es el corazón del cristianismo.
Fuente: Cathobel