Carta abierta a mis amigos sacerdotes

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Carta abierta a mis amigos sacerdotes.

Querido amigo Sacerdote:

No me interesan los campitos de futbol, las salas de cine, los teatritos, las conferencias, los barecillos con videojuegos y billares, los portales con mesas de ping pong futbolito, las vacaciones organizadas, el grupo de verano, las plazas de sábado por la tarde. En una palabra, todo lo referente al activismo que gira en torno a las parroquias, lo encuentro también afuera, en el frío «mundo», y tal vez mejor organizado, más nuevo, reluciente, eficiente, atractivo, apasionante.

No hay concordancia: el «mundo» está especializado en diversiones, pasatiempos, deportes, entretenimientos varios, en los cuales ha profundizado estudios, energías e investimentos.

Ustedes cuídenme el alma. Denme un director espiritual que tenga tiempo y paciencia para mi conversión. Denme confesores que me permitan reconciliarme con Dios. Denme la Eucaristía para adorar, no la tengan encerrada a doble chapa en los Tabernáculos de oro a la espera mientas se quema de Amor. Calmen mi sed con el Evangelio de los simples, no me expliquen demasiado, soy pequeño, una cosa sola pero bien, así que pueda regresarme a casa con la perla preciosa. Enséñenme aquel ayuno que todos han olvidad, pero que tengo ganas de intentar, no como un acto de soberbia autodeterminación de la voluntad, sino como confiada invocación de la gracia del Espíritu. Muéstrenme a los Santos, quiero hacérmelos amigos. Los filósofos me han conducido sobre caminos equivocados, inclinado la mente, devoran la alegría. Los Santos son felices: díganme el porqué, háganme descubrir aquel hilo secreto que los ligaba a la Santísima Trinidad. El Rosario, tengo hambre de Rosario. ¿Por qué no lo recitan más? Incluso en vigilias fúnebres, a veces se detiene a las tres decenas, como si aquel entero fuera demasiado largo también para quien delante tiene la eternidad. Enriquézcanme de la Divina Misericordia, Háganme gustar suavemente las invocaciones, las jaculatorias, las novenas, bendíganme y conságrenme a los Sacratísimos Corazones de Jesús y María. Anímenme en la vía de la caridad, del altruismo, del ocuparme del prójimo, en el nombre de Cristo. Plasmen en mí un espíritu misionero, inhálenme las ganas de santidad. Recen por mí alguna vez. Como sería edificante para mí encontrarme de rodillas delante al Tabernáculo y saber que estaban rezando por mí, ¡por mi salvación! Esto deseo, pero todo junto, y en cada parroquia; no escojan aquello que más les agrada, no discriminen entre eso que les parece más o menos moderno, más o menos apropiado o factible. Quiero todos los instrumentos de salvación que la Iglesia ha preparado para mí, tengo hambre de salvación plena, desbordante, luminosa, tengo ganas de Verdad. Que tenga 4 o 100 años, no estaré con ustedes en el grupo de verano o el bello campo o los amigos que he encontrado. Estaré por aquél banco desgastado en el cual me he arrodillado y por aquel santo sacerdote que he encontrado. Estaré por que Cristo, por medio de ellos, me ha convertido. He aquí quien me salvará el alma! Te ruego, Sacerdote, regresa a ser nuevamente eso que debes ser para que yo, oveja perdida e hijo prodigo, pueda regresar a la Casa del Padre. En este modo tú recuperarás tu dignidad humana y sacerdotal, y yo me salvaré, y todos seremos alentados a suplicar al Dueño de la cosecha para que mande trabajadores, estos trabajadores, y no asistentes sociales, sino dispensadores de de los misterios de Dios. Querido Sacerdote, ¡Te quiero mucho!

Fuente: https://www.facebook.com/maciasdelara/posts/10211222279889167