Feliz y enamorada de la Misión

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Si tuviera que definir mi paso por Consuelo (República Dominicana) y por Haití, sería muy sencillo de comprender. HE SIDO FELIZ, MUY FELIZ, REALMENTE FELIZ. Es difícil poner más palabras a sentimientos tan intensos y tan profundos como los que yo he vivido allí  durante algo más de un mes.

Mi experiencia misionera empezó desde el principio de forma providencial. Nunca pensé irme de proyectos, pues en “mis planes” no entraba esa opción. No me sentía llamada a la misión. No era miedo a volar o a estar un mes fuera del país, mi mayor temor era no saber encajar lo que yo allí pudiese ver, sentir o experimentar. Pero está claro que cuando las cosas son de Dios, salen, por mucho que tú te niegues a aceptarlo.

Tras unos días de reflexión, me decidí tirar para adelante. Los meses pasaron y llegó el momento de subir al avión y poner rumbo a República Dominicana. Los primeros días fueron de grandes contrastes: ruido, suciedad, caos… y mi mente siempre repetía las mismas palabras… Pero muchacha, ¿Qué haces aquí? Sin embargo, a medida iban pasando los días, Consuelo (RD) y Dilaire (Haití), me iba cautivando, me iba enamorando.

El día a día en Consuelo, donde más tiempo estuve, pasaba entre la escuela “Antonio Paredes Mena” por la mañana, dirigida por las Madre Concepcionistas y  por las tardes el batey “La Plaza”.

Las jornadas matutinas eran apasionantes. Los niños cargados de energía desde muy temprano salían corriendo a recibirte, a llenarte de besos, abrazos, caricias. Sus miradas brillaban de ilusión, pues sus profes habían llegado desde España para pasar el verano con ellos. Entre el izado de bandera, el canto del himno nacional, las clases y los juegos. Las mañana se nos hacían cortas, muy cortas. No había espacio para el desánimo, y la melancolía. Todo era entrega, y más entrega para esos pedacitos de cielo que Dios había querido poner en mi camino.

Si por las mañana vibraba, las tardes en los bateyes (pueblo de haitianos recolectores de azúcar) era como estar en el “paraíso”. Lo que en principio empezó siendo una aventura, se convirtió en el sentido de esta misión. El compartir mi tiempo con niños, madres, hermanos, abuelas… que vivían en condiciones tan extremas de necesidad, me hizo darme cuenta de que allí eres sólo un instrumento, un medio, que no va a cambiar nada, sólo tienes una misión darte, entregarte hasta decir basta. Muchos de estos niños recorrían más de una hora andando entre el calor y el polvo del camino. El pasar la tarde en la escuelita les reportaba poder comer unas galletas, un vaso de leche, curarse las heridas o jugar con otros niños y sus profesoras. Esas eran sus mejores recompensas. No podéis imaginar lo que es verlos llegar descalzos, con los pantalones y camisas rotas, pero felices y contentos porque se sentían queridos y muy valorados.

Cómo cambian tus prioridades cuando aprendes a mirar, a escuchar, ya no con los sentidos sino con el corazón, con las manos, con los brazos, con los ojos…. Con todo su ser. Descubres que lo que en principio creías que iba a ser tu entrega, se convierte en un regalo para tu vida. Lo que comenzó siendo algo providencial, se convierte en una llamada a la misión. Aprendes que no vas allí a cambiar nada ni a nadie, sino que vas a cambiarte a ti, a cambiar tus esquemas, tu planteamiento de vida. Aprendes que en el lenguaje del amor sobran las palabras. Qué no estás allí por casualidad, sino porque has tenido el privilegio de ser una “elegida” por Dios. Qué Dios siendo grande ha querido contar contigo, pequeña criatura, para vivir esta experiencia de amor, de servicio y generosidad.

Desde aquí quiero dar las gracias a la Fundación Siempre Adelante, a la Congregación de las Madres Concepcionistas tanto de España como de República y Haití por la oportunidad brindada de este verano, pues es dando como se recibe y agradeciendo como se es feliz.

Articulo original en Aniversario Concepcionistas, Misioneras de Enseñanza.