El Señor resucitado se dejó tocar por sus discípulos, comió con ellos y les enseñó las heridas de la Pasión. Sin embargo, su cuerpo ya no pertenece únicamente a la tierra, sino al ámbito divino del Padre.
Cristo resucitado, que lleva las heridas del Crucificado, ya no está ligado al tiempo y al espacio. Podía pasar a través de puertas cerradas y aparecerse en lugares diferentes y bajo una forma en la que no lo reconocían inmediatamente. La Resurrección de Cristo no fue por tanto un retorno a la vida terrena normal, sino la entrada en un nuevo modo de ser: «Pues sabemos que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más; la muerte ya no tiene dominio sobre él» (Rom 6,9).