DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
AL MOVIMIENTO POR LA VIDA ITALIANO
Sala Clementina
Viernes 11 de abril de 2014
Queridos hermanos y hermanas:
Cuando entré pensé que me había equivocado de puerta, pensé que había entrado en un jardín de infantes… ¡disculpadme!
Doy mi cordial bienvenida a cada uno de vosotros. Saludo al honorable Carlo Casini y le agradezco sus palabras, pero, sobre todo, le expreso mi reconocimiento por todo el trabajo que ha realizado durante tantos años en el Movimiento por la vida. Le deseo que cuando el Señor lo llame, sean los niños quienes le abran la puerta allá arriba. Saludo a los presidentes de los Centros de ayuda a la vida y a los responsables de los diferentes servicios, en especial del «Proyecto Gemma», que en estos veinte años ha permitido, a través de una forma particular de solidaridad concreta, el nacimiento de tantos niños que de lo contrario no habrían visto la luz. Gracias por el testimonio que dais promoviendo y defendiendo la vida humana desde su concepción. Nosotros lo sabemos, la vida humana es sagrada e inviolable. Todo derecho civil se basa en el reconocimiento del primer y fundamental derecho, el de la vida, que no está subordinado a alguna condición, ni cualitativa ni económica, ni mucho menos ideológica. «Así como el mandamiento de “no matar” pone un límite claro para asegurar el valor de la vida humana, hoy tenemos que decir “no a una economía de la exclusión y la inequidad”. Esa economía mata… Se considera al ser humano en sí mismo como un bien de consumo, que se puede usar y luego tirar. Hemos dado inicio a la cultura del “descarte” que, además, se promueve» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 53). Y así se descarta también la vida.
Uno de los riesgos más graves a los que se expone nuestra época, es el divorcio entre economía y moral, entre las posibilidades que ofrece un mercado provisto de toda novedad tecnológica y las normas éticas elementales de la naturaleza humana, cada vez más descuidada. Es necesario, por lo tanto, ratificar una firme oposición a todo atentado directo contra la vida, especialmente inocente e indefensa; y el nasciturus en el seno materno es el inocente por antonomasia. Recordemos las palabras del Concilio Vaticano II: «la vida desde su concepción ha de ser salvaguardada con el máximo cuidado; el aborto y el infanticidio son crímenes abominables» (Gaudium et spes, 51). Recuerdo una vez, hace mucho tiempo, que tenía una conferencia con los médicos. Después de la conferencia saludé a los médicos —esto sucedió hace mucho tiempo—. Saludaba a los médicos, hablaba con ellos, y uno me llamó aparte. Tenía un paquete y me dijo: «Padre, quiero dejarle esto a usted. Estos son los instrumentos que he utilizado para practicar abortos. He encontrado al Señor, me he arrepentido, y ahora lucho por la vida». Me entregó todos esos instrumentos. ¡Orad por este buen hombre!
A quien es cristiano le corresponde siempre este testimonio evangélico: proteger la vida con valor y amor en todas sus fases. Os animo a hacerlo siempre con el estilo de la cercanía, de la proximidad: que cada mujer se sienta considerada como persona, escuchada, acogida, acompañada.
Hemos hablado de niños: ¡hay muchos aquí! Pero quisiera hablar también de los abuelos, la otra parte de la vida. Porque debemos cuidar también de los abuelos, porque los niños y los abuelos son la esperanza de un pueblo. Los niños, los jóvenes, porque lo llevarán adelante, llevarán adelante este pueblo; y los abuelos porque tienen la sabiduría de la historia, son la memoria de un pueblo. Custodiar la vida en un tiempo en el que los niños y los abuelos entran en esta cultura del descarte y se consideran como material desechable. ¡No! Los niños y los abuelos son la esperanza de un pueblo.
Queridos hermanos y hermanas, que el Señor sostenga el trabajo que realizáis como Centro de ayuda a la vida y como Movimiento por la vida, especialmente el proyecto «Uno de nosotros». Os encomiendo a la celestial intercesión de la Virgen Madre María y de corazón os bendigo a vosotros y a vuestras familias, a vuestros niños, vuestros abuelos, y rezad por mí, que lo necesito.
Cuando se habla de vida se recuerda inmediatamente a la madre. Dirijámonos a nuestra Madre para que proteja a todos. Ave María…
Después de la bendición el Papa añadió las siguientes palabras.
Una última cosa. Para mí, cuando los niños lloran, cuando los niños se quejan, cuando gritan, es una música bellísima. Pero algunos niños lloran de hambre. Por favor, dadles de comer aquí tranquilamente.