El domingo estuve hablando con mi amiga Carmen y sin querer nos pusimos a hablar de la Cruz y el sufrimiento. Me pasa muy a menudo que acabo hablando de cosas muy profundas y trascendentales, que son difíciles de entender por quien tengo delante, si no acoge lo que digo -lo que vivo- con corazón abierto. Pero en general, aunque no entiendan muy bien, al menos no se escandalizan nunca. Carmen no se escandalizó, sino que me agradeció y se emocionó. Yo también, ¡Cómo no!

Después de esta conversación, el lunes, festividad de Santiago Apóstol, se leyó en la Misa un fragmento de la segunda carta del Apóstol San Pablo a los Corintios y uno de los versículos empezó a resonar en mi cabeza: «De este modo, la muerte actúa en nosotros, y la vida en vosotros.» 2Cor 4,12.

Era como si San Pablo hubiera explicado lo que yo intuyo de mi propia vivencia con palabras muy sencillas, pero a la vez con una profundidad abismal.

Lo que hablé con Carmen iba de la gracia inmensa que siento que he recibido al ser capaz de unir mis sufrimientos por la ELA a los padecimientos de Jesús en la Cruz. Le dije que me sentía privilegiada y, de algún modo, orgullosa de semejante privilegio. Creo que me siento a veces con un gozo tan fuerte como el que me imagino que debieron de sentir los mártires al entregar sus vidas. Sé que suena pretencioso, pero a veces lo siento y me siento dichosa.

la gracia inmensa que siento que he recibido al ser capaz de unir mis sufrimientos por la ELA a los padecimientos de Jesús en la Cruz.

Lo que he comentado en varias ocasiones es que esto que vivo, se traduce en vida a mi alrededor. Nunca he sabido explicar este misterio y resulta que San Pablo lo hizo hace dos mil años. Mi sufrimiento, la muerte que actúa en mí, se traduce en vida en vosotros. Qué fuerte es esto, pero qué real. Llevo ya varios días fascinada por el misterio.

Me fascina por un lado que esto que vivo y comprendo vagamente en mi oración de años, no es nuevo para la Iglesia, puesto que San Pablo ya lo vivió antes y lo dejó por escrito. Lo que confirma que en mi oración está el Espíritu Santo y no solo yo y mis pensamientos.

Me fascina también que la comunión de los Santos es real y palpable, porque el sacrificio de unos (muerte) alcanza la redención (vida) no sólo de ellos mismos, sino la de otros alrededor.

Otro punto fascinante es que mirando los sufrimientos de Jesús, los míos se me vuelven insignificantes y sin embargo capaces de ser redentores, por el simple hecho de vivirlos con Él, aun siendo tan pecadora que de ningún modo sería capaz de redención alguna por mí misma.

Me fascina que Dios cuente conmigo y confíe en mí para esta tarea de la corredención. No me lo he ganado, es pura gracia.

Y lo más fascinante es que esto que sufro, sin excesiva angustia por pura gracia, se me contará como justicia para entrar en ese Cielo al que jamás por mis propias fuerzas podría ni siquiera asomarme. ¡Dios mío, pero qué bueno eres!

Ahora me surgen un par de interrogantes que dejo para la reflexión. ¿Soy capaz de contribuir a la extensión del Reino de otras formas además de la vivencia de la cruz? ¿Querrá Dios regalarme la gracia inmensa de la curación de la ELA habiéndome regalado ya la de vivir la enfermedad con Él?

Espero que la respuesta a ambas sea sí, así que no dejemos de rezar, por favor 🙏🏻 .

Publicado por Águeda en Reflexiones del alma: Mi caminar con ELA