¡Hasta luego! Y, ¿después?

Catequesis

Ayer me pasó una cosa es Misa que no creo que sea casualidad. No estaba con mucho ánimo y la verdad es que no viví la Eucaristía como tenía que vivirla, eso sí, mis pocas ganas y mis preocupaciones se las ofrecí al Señor en el altar y, entonces, obró el milagro.

Estaba sentado solo, detrás de una mujer mayor muy querida en la parroquia que me aprecia especialmente por ser de los pocos jóvenes de mi parroquia y además seminarista. En un principio, llegó un poco tarde y aunque ya había empezado la celebración me saludó con dos besos y lisonjas.

No me sentó muy bien que mientras hablaba el cura “molestase” de esa forma a los presentes… Pero pronto lo olvidé y seguí a mi bola.

Terminó la celebración y la mujer me miró, me puse a su lado y de repente me dijo que me quería mucho y que siguiera adelante, que ella ya estaba muy mayor y lo único que le quedaba era rezar por nosotros.

Tal vez Jesús me la puso ahí en ese momento que más lo necesitaba, sacándome de mi letargo al principio cuando me saludó y dándome ánimos al finalizar.

No tenemos que estar siempre muy bien de ánimo en Misa: tendremos días oscuros en los que no nos importe nada ni nadie. No dejemos pasar esos días para ofrecer nuestras preocupaciones a Dios para que Él las convierta en momentos únicos.

Por ello, aprovechemos la compañía de todas esas personas que conocemos porque tal vez ellas sirvan como mediadores para que Él pueda actuar en nosotros. Y lo más importante, no terminemos la misa en el “podéis ir en paz”: seamos transmisores de todo lo que el Señor nos ha regalado y sigamos preparándonos para aprovechar al máximo el siguiente Banquete.

Antonio Guerrero