¿Sabéis qué me gusta de mayo? Me gustan las flores, que estallan en colores y aromas, y que las temperaturas suben y las tardes se alargan. Cierto es que el refranero nos avisa de que no nos quitemos el sayo hasta el 40 de mayo y ese mismo refranero nos define mayo como florido y hermoso.

Pero, sobre todo, me gusta porque es Su mes.

Ella brilla en este mes más que ningún otro. Ella, ansiosa por vernos a cada uno de nosotros, suspira si sus hijos no vamos a verla. Ella, como buena madre, prepara la mesa, la llena de abundantes bienes y espera nuestra visita. Ella abre sus brazos y nos sonríe para que podamos pedirle, rogarle y suplicarle con la seguridad de que concederá lo que se le pida.

Durante este mes, sus hijos –¡todo el que quiera!– vamos a verla a ermitas y santuarios sin importarnos lo lejos o apartados que estén porque Ella está ahí esperándonos. Le cantamos, le rezamos, le pedimos y le regalamos ramilletes de flores en un intento de reparar y agasajar, y de disponer su corazón a nuestro favor.

Y le damos gracias por haber dicho que Sí hace más de 2.000 años; por casarse con José –¡qué bueno es José!–, por cuidar y educar con amor al que debía salvarnos; por acompañar a Jesús y permanecer a los pies de la Cruz y aceptarnos como hijos, ¡a nosotros!, que no hacemos ni una a derechas.

Ella, tras el dolor de la Pasión y de ver cómo los hombres somos capaces de torturar y matar a su Hijo, al Hijo de Dios, ve cómo Jesús, superando la lógica humana, vence a la muerte y en medio del caos y la desesperación, resucita y nos salva. ¡Él está vivo! Y Ella, ¿qué hace? ¿Qué haría cualquier madre en esas circunstancias? Estalla de gozo y alegría, baila y canta y regala a manos llenas todo lo que queremos.

Ella nos prepara para la gran venida del Amor a la tierra, Ella nos obsequia con todas las gracias que le pidamos. Ella despliega todo su encanto ante Dios Padre para que nos mire y nos vea con amor. Ella nos mira para que Él nos mire. Ella nos cubre con su manto y transforma nuestra pobre petición en la oración más pura que pueda llegar a Dios, Ella tan guapa, tan bella, tan… ¡Ella!

Ella es mi madre, me cuida, me quiere y me espera.

Ella abrirá la ventana cuando yo cierre la puerta.

Ella me llevará ante Él de su mano y contará las pocas cosas buenas que haya conseguido hacer yo en mi vida como gestas heroicas llenas de amor a Dios.

Y Dios me mirará a través de sus ojos misericordiosos y verá lo que Ella ve. Y de la mano de María, entraré en el Cielo.

Elena Abadía